Saltillo: A debate el Cerro del Pueblo como soporte de publicidad
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Hace ocho años se hizo pública una curiosa noticia: el Cerro del Pueblo, considerado todavía por algunos como uno de los emblemas de Saltillo, estaba en venta. Entonces nos dimos cuenta que el otrora emblemático cerro es propiedad privada, y no como pudiera pensarse por su específico nombre, propiedad municipal, es decir, propiedad del pueblo.
Un poco olvidado por los saltillenses, el Cerro del Pueblo quizás haya dejado de ser protagonista en la vida de Saltillo, tan ligada a la vida del pueblo de San Esteban, precisamente el que le dio nombre al cerro en mención, y que finalmente se fusionó con Saltillo. Tal parece que el embrujo emanado por el coloso del poniente de la ciudad ha dejado de surtir efecto en los saltillenses de hoy. Ya nadie le canta, ya nadie lo ve como el gigante detrás del cual se esconde el Sol al atardecer. Ya nadie va de excursión ni sube hasta la escarpada, pero muy singular cresta que lo corona. Ya nadie lo dibuja en un papel ni lo pinta al óleo en una tela.
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Muy a pesar de eso, el Cerro del Pueblo ejerció su hechizo durante siglos en muchas generaciones y dejó huella imborrable en muchos de sus integrantes. Óscar Dávila, mi padre, tituló así un pequeño texto: “Nuestra ciudad. Divagaciones sugeridas por su contemplación desde la falda del Cerro del Pueblo”, donde escribió la maravillosa vista del Saltillo que tenía ante sus ojos, la ciudad de entonces que contemplaba: “Y después de cuatro siglos, un poco vieja y cansada, permanece todavía como centinela alerta al borde del desierto... del inmenso y para nosotros amenazante ‘desierto de las almas’ del que habla Vasconcelos. Este es el mejor lugar para contemplarla y esta, la hora vagarosa e indecisa del atardecer, la mejor hora... El cementerio, muy más poblado que el humilde caserío de adobe y de ladrillo, se ve en primer término...”.
El Cerro del Pueblo es el paisaje saltillense donde la tarde agoniza. A esa hora estalla el Sol y deja sus astillas sobre el profundo azul del Cerro. Si al atardecer se mira al poniente, la escena sobrecoge el alma: el Cerro juega con las más intensas tonalidades del añil y deja salir de sus entrañas los más bellos ocasos de Saltillo. La luz de esos momentos parece vestir la ciudad y extenderse hacia el oriente hasta su extremo opuesto.
El historiador Vito Alessio Robles escribió esta frase en alguna parte de su libro “Saltillo en la historia y en la leyenda”: “Y cuando el Sol se pone tras los crestones del Cerro de Tlaxcala y sus últimos rayos tiñen en una llamarada de incendio las nubes, la sierra de Zapalinamé aparece vestida de oro bermejo...”. Alessio llama Cerro de Tlaxcala al Cerro del Pueblo por estar ubicado en terrenos del antiguo pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala. El pueblo fue fundado al lado poniente de la villa española del Saltillo y posteriormente se fusionó a la villa. Del lado del pueblo todo se llamaba del “pueblo”. Así, San Esteban les dio nombre al Cerro del Pueblo, el coloso del poniente, y al Arroyo del Pueblo, que atraviesa la ciudad de sur a norte.
Siendo gobernador del estado Óscar Flores Tapia, quien nació y creció en una casa en las faldas del cerro, lo hizo estampar en el mural de Salvador Almaraz en el Palacio de Gobierno y en el mural de González Camarena en la Presidencia Municipal. En este último, el artista pintó un albañil llevando al Cerro del Pueblo en su carretilla, abajo de los retratos del gobernante y sus colaboradores, en una escena rodeada de herramientas de construcción. Esa esotérica representación de nuestro Cerro vino a confirmar su calidad icónica y a ratificar al exgobernador como su último enamorado.
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La Alianza Ministerial Evangélica Cristo Vive se anuncia en lo alto del Cerro del Pueblo y dice tener permiso para ello. El Reglamento de Anuncios del Municipio lo prohíbe en su artículo 35. Fue necesario que alguien modificara el letrero “Cristo Vive” por el de “Crista Vive” para poner de nuevo al cerro en el centro de la polémica. Un juez municipal dictará la sentencia. Es bueno mirar a lo alto y a lo lejos de vez en cuando, gobernantes y gobernados. Ojalá no tengamos que mirar nunca más el paisaje saltillense a través de un anuncio.