Saltillo: Historia de un fantasma
Mi casa, la vieja casa que fue de mis padres, de mis abuelos y de mis bisabuelos; la antigua casona de la calle de General Cepeda, donde ahora está Radio Concierto, es una casa llena de historia. Mejor dicho: es una casa llena de historias. Todavía dicho mejor: es una casa llena de leyendas.
En esa casa la gente suele ver fantasmas. Los señores que cada año van a pintar la antena de nuestra difusora no quieren ya ir de noche. Dicen que cuando están haciendo su trabajo miran desde arriba de la antena formas humanas que pasan silenciosamente. Cuando bajan no hay nadie ya, y en toda la casa sólo está el locutor de turno en la cabina, que no sale de ahí. Personas de la familia que han vivido en la casa, o que han dormido en ella alguna vez, han visto espectros de mucha personalidad, tanto de hombres como de mujeres, y aun de niños. Conozco bien a quienes han mirado eso, y sé que son personas incapaces de inventar una mentira.
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Pienso que para ver aparecidos se necesita un don que yo no tengo. Es como localizar agua por medio de varas, péndulos u otros artificios. En este caso se debe tener una cualidad innata que se llama radiestesia, y que tampoco poseo. El señor obispo Guízar se admiraba mucho de que yo no sintiera las corrientes acuíferas que pasaban por abajo de su casa, y que él sentía como un leve cosquilleo en la planta de los pies. “Mira, hico”, me decía, pues no pronunciaba bien el sonido de la letra jota. Ponía una de mis manos entre las suyas, y entonces sí sentía yo ese cosquilleo.
No creo en fantasmas. Jamás se me ha aparecido uno, Dios me libre. Pero tampoco he creído en cosas que luego se me han aparecido. Por ejemplo, no creía en el amor a primera vista, y un día se me apareció. Si algún día se me presentara un fantasma no sabría yo si reír, llorar o ponerme a rezar. Desconozco la etiqueta que se ha de seguir con los visitantes del más allá. ¿Debe uno saludarlos? ¿Hay que dirigirles la palabra, darles conversación, preguntarles cómo está la familia, y si ha llovido o no en el otro mundo? Quién sabe. Lo mejor seguramente es mantenerse inmóvil y guardar un silencio respetuoso. Eso es lo que me propongo hacer si alguna vez me topo con un aparecido, cosa que espero no suceda nunca.
Por eso, porque no creo en fantasmas, me siento en libertad de narrar una historia cuyo relato oí en la casa paterna. De mis padres jamás escuché cuentos de aparecidos. Pero de nuestras criadas sí. Chilita, Chilola, Goya, Lucía, Licha... Benditas mujeres todas ellas, de las que tantas cosas aprendí acerca de la vida. Y también de la muerte. Ellas eran las dueñas de la tradición familiar, pues llegaron a la casa cuando niñas, y de ella se fueron ya mayores, algunas ancianitas. De sus labios oí esas historias de espantos que me espantaban el sueño por la noche, cuando la luna y las ramas de los árboles dibujaban en la pared del cuarto sombras con apariencia humana; cuando los ruidos de la noche figuraban murmullos, quejas, suspiros o rezos de ánimas en pena.
Voy a empezar mañana el relato de una historia. No sé si llamarla de fantasmas, porque de esos fantasmas vengo yo. Tampoco sé si seré buen narrador de ese suceso. Cuando me lo contó Chilita lo encontré maravilloso. Si lo contara como ella me lo contó a mí seguramente lo encontrarías maravilloso tú también.
(Continuará)