Saltillo: La partida de Mercedes Murguía, pintora de lo mexicano

Opinión
/ 25 febrero 2024

Se fue Mercedes Murguía. Se fue la artista y se quedó la pintora. Desde que en 1973 fue ayudante de la maestra Elena Huerta en la ejecución del mural Historia de Saltillo, plasmado en los muros del patio de la casa que fuera sede de la Presidencia Municipal encabezada en ese tiempo por el alcalde Luis Horacio Salinas Aguilera, Nea hizo suya la casa que hoy ocupa el Centro Cultural Vito Alessio Robles y ahí dejó una parte de su vida, ahí se consagró como muralista ella misma, cuando al paso de los años hubo de restaurar el grandioso mural en dos ocasiones, y con ese mural, Nea firmó su documento de identidad.

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Tuvo innumerables exposiciones individuales en el país y fuera de él. En el Cecuvar engalanó las Galerías con su obra en tres exposiciones diferentes. Con obra variada, la primera de ellas inauguró la serie de artistas plásticos que llevó el nombre de Los Nuestros: “Plástica Coahuilense 2001. Mercedes Murguía”. En 2012 se montó la segunda: “Una rendija hacia el pasado maya”, en la que exhibió una preciosa interpretación en verde jade y azul añil, de la colección de figurillas encontradas en la isla de Jaina. La tercera, a la que ella bautizó “Lo añejo y lo cotidiano”, llenó con sus bodegones la Sala mayor del Centro.

Mercedes hizo de su vida y su obra reflejo y espejo del México que amaba. A través de su visión recreó la realidad mexicana y le puso un reflejo personal que irradia las voces de la tierra nativa y el alma de los seres y ambientes que retrató. Su mundo era lo mexicano, y de él cultivó la pluralidad, la diversidad de etnias y grupos reconocibles por sus expresiones estéticas, espirituales y rituales. A sus legítimos representantes los reunió en su obra como en una plegaria común por su supervivencia. Sus lienzos inmortalizaron a sus personajes favoritos: una deidad maya inspirada por la lectura de los textos del Chilam Balam; un tarahumara hundido en el ritual de una ceremonia; Chakoka, el jefe de los indios kikapús; un huichol que conoció en la Feria de la Americanidad, en Tepic, Nayarit; un pequeño danzante nativo de Arteaga, que seguía la tradición dancística de su familia; una indígena de Michoacán con su vestimenta purépecha, ocupada en remendar un trapito.

Fue mujer excepcional, siempre positiva y sonriente. Revolucionaria por herencia y por vocación, contaba las anécdotas que escuchó en el seno familiar, con tal pasión, que los oyentes podían participar del fragor de la batalla, oír el relinchar de los caballos y hasta aturdirse con el tronar de los balazos y fusiles. Así, casi como lo narraba, sus mágicos pinceles recreaban los objetos en la tela, la madera, la cazuela de barro, las piedras y los muros. Así también pintaba un retrato con exquisita finura, sin recurrir a exageraciones llamativas, limitándose a encarnar la figura natural del personaje.

Nadie puede permanecer impasible frente a uno de esos retratos, sus rostros siempre revelan su espíritu con matices primorosos y secretos. Nadie puede dejar de oír las silenciosas voces de sus personajes retratados, hablan con sutileza y elocuencia. Mercedes podía pintar lo delicado, lo íntegro, lo lúcido, lo angélico, lo triste, lo tímido o lo enfático de cada personalidad, de modo que el que admira su obra puede ver en cada una de sus pinturas un valioso documento para el conocimiento de la vida mexicana.

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Su generosidad dio mucho a la cultura y a la sociedad. Su vida fue una renovación constante de sus amores y sus fidelidades: su familia y sus amigos; México, lo mexicano, Saltillo, Xilitla, lo más recóndito de la patria... Sus pinceles hicieron más colorido el corazón de México. Su obra constituye un valioso legado. A nosotros nos toca preservarla.

Dice el Eclesiastés que para todas las cosas hay sazón y que todo tiene su tiempo determinado. Así las personas, los padres, los hijos, los hermanos. Así los amigos que atraviesan nuestras vidas e inciden en ellas, cada uno de manera distinta, pero el acto del amor y la amistad permanece inalterable. Era tu hora de partir, Mercedes. ¡Buen viaje, amiga!

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