Saltillo: muchos autos, pero muy pocas multas
La baja en el número de infracciones de tránsito en Saltillo obedece no a una política que mejore el comportamiento de los conductores, sino a la omisión de sancionar conductas indebidas
El monitoreo constante de los fenómenos sociales, se ha dicho en repetidas ocasiones, tiene como propósito identificar con oportunidad los comportamientos indeseables y, a partir de ello, desplegar estrategias orientadas a combatirlos con eficacia.
En ese proceso, la modificación en los valores de las variables que se vigilan es un aspecto clave. Y esto es así porque el crecimiento o la disminución de dichos valores −dependiendo del diseño de la variable− indica que la situación mejora o empeora y ello da la pauta para actuar.
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En el caso específico del número de multas impuestas a los automovilistas por incurrir en infracciones, como circular a exceso de velocidad o conducir en estado de ebriedad, que las cifras de incidencia disminuyan en un determinado periodo, con respecto al anterior, tendría que ser motivo de festejo.
¿Por qué? La respuesta es simple: si en un mes −o un año− específico, el número de infracciones impuestas disminuyó, la intuición más elemental convoca a considerar que los automovilistas han mejorado su conducta. La aproximación intuitiva se refuerza cuando uno agrega a la ecuación el dato de que el número de autos en circulación es mayor.
Sin embargo, en el caso de Saltillo la intuición y la lógica esenciales no sirven para llegar a conclusiones acertadas, al menos no en el caso del comportamiento de los conductores.
Y es que lejos de lo deseable, la disminución en el número de conductores infraccionados por incurrir en conductas indebidas no responde a ningún programa implementado por las autoridades para incidir en el comportamiento de dicha variable, ni a la modificación de condiciones materiales que hubieran prohijado el cambio de conducta.
Contrario a dicha posibilidad, todo hace indicar que la variación a la baja obedece más bien a una cierta política local de no “molestar” a los conductores de vehículos con la exigencia −normal en cualquier ciudad que pretenda contar con una cultura vial adecuada− de que se comporten de acuerdo con lo establecido en las normas de tránsito.
No se explica de otra forma el divorcio entre lo que todos podemos observar todos los días y la consistente disminución en el número de infracciones de tránsito emitidas por quienes tienen a su cargo la vigilancia del tránsito citadino.
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Porque lo que todos ven, y las estadísticas confirman de manera contundente, es una ciudad en la cual nadie respeta el límite de velocidad, todo mundo conduce con la vista puesta en el celular, la agresividad es una constante entre quienes se encuentran detrás de un volante y el ser peatón constituye una actividad de riesgo.
La aplicación de infracciones por todas estas conductas indebidas, ¿ayudaría a mejorar la situación cotidiana de nuestras calles? Sin duda alguna. Por ello, el gran misterio es por qué las autoridades municipales han decidido, desde hace tiempo, ignorar esta parte de sus responsabilidades.