Saltillo: Sucedió en la Alameda

Opinión
/ 7 agosto 2025

Ha sido sitio de enamorados, sobre todo. Escasamente habrá quien de mi generación no tenga guardado en la Alameda un recuerdo del corazón. Ahí florece el amor amoroso de las parejas pares que dijo Ramón López Velarde

El señor Melo no era todavía el señor Melo. Era el joven Melo, y estaba enamorado. Cuando se está enamorado nadie es el señor Melo, ni el señor nada: es Juan, Pedro, Antonio, Luis o Manuel, pero no es el señor. Cuando se está enamorado el único señor es el amor.

Y el joven Melo estaba enamorado. Fue a la Alameda con su novia. En dulces pláticas se entretenían cuando el joven Melo acertó a ver dos avecillas que en la rama de un fresno unían los piquitos. Era primavera, y en primavera se unen todos los piquitos. Y se une también todo lo demás. Sobre todo en mayo, mes por antonomasia de la primavera. Por eso dice un refrán muy mexicano: “Que Dios me libre de un rayo, de un burro en el mes de mayo y de un pendejo a caballo”.

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Al joven Melo se le ocurrió pensar que eso de las dos avecillas que unían los piquitos era algo muy romántico. Tartamudeando –porque hay que decir que el joven Melo era tartamudo– dijo a su dulcinea:

–¿Cua-cuándo es-estaremos tú yo yo co-como esos pa-pajaritos?

La novia del joven Melo alzó la vista y luego se levantó con el rostro encendido y se apartó de su galán. Sucedió que el joven Melo tardó tanto en decir lo que dijo que cuando su novia vio a los pajaritos estos no estaban ya juntando los piquitos, sino juntando todo lo demás.

Como ésta, mil y mil cosas podrían contarse de nuestra Alameda. Ha sido sitio de enamorados, sobre todo. Escasamente habrá quien de mi generación no tenga guardado en la Alameda un recuerdo del corazón. Ahí florece el amor amoroso de las parejas pares que dijo Ramón López Velarde. De vez en cuando ha habido intentos de las autoridades para poner freno a las expansiones amorosas, pero aun en tiempos del coronavirus el amor ha encontrado sitio ahí, planta la más durable y resistente que la Alameda da.

Yo solía hasta hace poco ir a la Alameda y acudir a los sitios cuyas voces hablan todavía para mí. Y recordaba. Junto a esta fuente... En el banquito que forma el pedestal de esta columna... Aquí, en este enrejado... Por este corredor...

Me gustaba ir a la Alameda porque me acordaba no de cuando la Alameda era la Alameda, sino de cuando yo era yo.

Las cosas han cambiado, claro. Un cierto amigo mío a quien se le ocurrió ir a caminar una noche por sus andadores recibió cinco proposiciones indecorosas de sexo, una de ellas de mujer. Un señor fue a pasear a la Alameda con su esposa, y les salió al paso un sujeto que le pidió a mi amigo su dinero al tiempo que lo amenazaba con un puntiagudo picahielo. Todos los picahielos son puntiagudos, pero si te lo ponen en la panza entonces el adjetivo se destaca más.

–Dame el dinero, ruco –le dijo el individuo, que andaba bien borracho y casi no se podía tener en pie.

Mi amigo se lo quitó de encima con un puñetazo que lo arrojó por tierra y luego le dijo:

–Pendejo. ¿Crees que si tuviera dinero andaría paseando con mi vieja?

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Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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