Se fue Miguel Agustín, filologista, latinista, humanista (2)
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Este lingüista, etimologista, lexicólogo, vocabulista, dedicado de cuerpo y alma al estudio de las palabras y vocablos, es él mismo un catálogo de nombres y lenguas
A su retiro de la UAdeC, ya casi para finalizar los años ochenta, Miguel Agustín Perales empezó a colaborar en SEMANARIO, el suplemento cultural del periódico VANGUARDIA, con la columna “Parentescos insospechados”, enfocada a divulgar los sorprendentes lazos lingüísticos entre las palabras no solamente por su origen, sino también por su significado. Por ejemplo, analiza el vínculo entre el adjetivo famélico, que significa hambriento, y el sustantivo jamelgo, que nombra al caballo flaco, viejo y desgarbado, para corroborar su impensado parentesco.
La columna desapareció y reapareció tiempo después con el nombre “Puras habladas”, con el ánimo más amplio de ayudar a desterrar la ignorancia lingüística. Ejemplos de la segunda etapa son: “El recurso del supremo patriarca”, inspirado en un ensayo de Vargas Llosa sobre el recurso del método, y “Un vaso de copretérito”, en la que confirma que en México el copretérito de cortesía tiene valor de presente y se usa para moderar una petición, al mismo tiempo que explica la función de la partícula “de”, referente al contenido del objeto y no sólo al material de que está hecho, todo con la intención de desterrar la creencia de que debe decirse “un vaso con agua” y afirmar que la frase “Venía por un vaso de agua” expresa correctamente que ahora, en este momento, yo vengo por un vaso de agua.
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“Claro que ud. lo sabe” fue otra columna de Miguel Agustín, que en una segunda etapa cambió su nombre a “¿Qué tal anda su cultura?”. Publicada semanalmente en VANGUARDIA, ofrecía al lector una guía para examinar sus conocimientos en cultura general mediante 10 cuestiones con opción múltiple de respuesta. Las preguntas inquirían desde el caso en el que se conocieron el doctor Watson y el detective Sherlock Holmes o, por ejemplo, el nombre de la tortuguita de Mafalda o el de la mascota de los Picapiedra.
La vida de Saltillo, la ciudad que siente tan suya, también es un tema visitado por Miguel Agustín, pero el amor no le impide poner en juego todo su humor y su ironía para expresar sus sentimientos: “Nuestra ciudad no ha sido, ni es ni será jamás la Atenas de México”, dice en un pequeño ensayo al que dio lectura en la celebración de algún aniversario de Saltillo y que se publicó en “Las Adjuntas”, colección de la revista Desierto Modo, del Icocult. “Del Río Tíber al Arroyo de La Tórtola” es el título de ese texto en donde su autor se confiesa: “Uno de los que quieren a Saltillo porque sí, sin razones, como si se tratara de un dogma”, y en donde propone mejor equiparla con una ciudad que esté más al alcance de un salto o un saltillo. Roma, dice, viene de una palabra etrusca que significa ciudad del río, y Saltillo lleva en su nombre el agua; va a los hechos portentosos de las dos ciudades y señala las coincidencias entre los escritores de una y otra ciudad, Horacio y Cástulo Ratón, Suetonio y García Rodríguez. Concluye: “Da lo mismo afirmar que Saltillo es la Atenas de México, como que Atenas es el Saltillo de Grecia”, para lo que acude a la parodia de Borges, quien pone en boca de uno de los heresiarcas de Tlön la afirmación de que en ciertas circunstancias todos los hombres son el mismo hombre, y afirma: “En el vertiginoso instante de la apocolocíntosis, todas las ciudades son la misma ciudad”.
No se abstuvo de llevar sus palabras a la red de redes y creó un blogspot en 2017, donde por algún tiempo subió textos, cuestionarios, charadas, anagramas y problemas de lógica sustentados siempre en el origen y la evolución de las palabras.
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Este lingüista, etimologista, lexicólogo, filólogo, vocabulista, dedicado de cuerpo y alma al estudio de las palabras y vocablos, es él mismo un catálogo de nombres y lenguas. Miguel Agustín Perales Balderas, el querido amigo de nuestros tiempos en el Ateneo Fuente, con quien compartí palabras en esperanto y lecturas de Borges, Carpentier, Vargas Llosa y Umberto Eco, es un periodista en cuya obra campea la originalidad, reflejo y resumen en todo momento de sus gustos, preferencias y preocupaciones.
“El sabio de la palabra”, lo llamó a su fallecimiento Mauro Marines en VANGUARDIA. Y ciertamente, hasta el fin de sus días jugó con ellas y publicaba el resultado en sus páginas en forma de crucigrama.