Sentir, sentir, sentir... que maravilla...
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Hace apenas unos días tuvimos el Festival Internacional de Guitarra de México, en Coahuila, cuyo impulsor, el maestro Martín Madrigal, se encarga de traernos a verdaderos virtuosos. El talento de los intérpretes es un regalo que se vuelca al toque mágico de las yemas de sus dedos sobre las cuerdas de ese instrumento maravilloso que es la guitarra. Tuve la fortuna de estar en la apertura y en el cierre de este evento de gala cultural, al que pudieron asistir quienes así lo desearon. El próximo año cumplirá 30 años, Dios por delante, de ser parte sustantiva de la cultura de nuestros lares.
La Orquesta Filarmónica del Desierto acompañó con lujo de profesionalismo y sensibilidad a los invitados de este 2025. El sábado 12 de julio tuvimos el placer de deleitarnos con la guitarra flamenca de Santiago Lara, espléndido, intenso, me hizo viajar a la Alhambra, cerré los ojos y contemplé el edificio precioso desde el que se divisa la majestuosa Sierra Nevada... y de ahí “pa” delante...Que forma de tocar la guitarra, que forma de hacerla que ría, que diga, que llore, que sonría, que grite, que hable en una lengua que todos comprendemos, porque nos emocionó, porque despertó el aplauso a una, todos con las palmas y en las palmas el alma.
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Y la “bailaora” jerezana de nacimiento, Mercedes Ruíz, que forma de sentir el flamenco, que gracia, que donaire, que manera de expresarse con el cuerpo entero. La señora hace poesía con su baile, con el taconeo, con la sincronía en todo su esplendor. Lo que hace con el mantón manileño es simple y sencillamente prodigioso, lo mueve, lo tira, lo levanta, se arropa, se enreda en el y el “arza” sale solito de la garganta. Que noche tan espectacular nos obsequiaron. Hago votos porque el próximo año, el Fernando Soler, nuestro emblemático Teatro de la Ciudad, esté abarrotado, colmado de asistencia, porque todo el mundo tiene derecho a disfrutar de lo bueno, de cuanto se hace para ennoblecer el espíritu humano. Los públicos se forman, a apreciar lo hermoso se enseña y se aprende. Es un deber de los gobiernos de los tres niveles, pero también de la familia y de la escuela, encargarse de que así suceda.
Se les está yendo la frescura primera de la vida, y que no vuelve jamás, a los más niños, a los más jóvenes, en el tiempo que dedican a las redes desde que amanece hasta que anochece. El aparatito, sin supervisión, sin horarios, alela el intelecto, lo achica. Si no se hace, si no hacemos nada para limitarlo, estamos condenando a las nuevas generaciones a volverse absolutamente huecas, a no sentir, a no disfrutar a plenitud la grandeza de que fuimos investidos, como la obra cumbre de Dios, de la Creación.
Cuando se siente la música se experimentan emociones, recuerdos y sensaciones físicas, que pueden ir desde el simple levantarse de la piel – cuando decimos que la sentimos “chinita” – hasta la evocación de recuerdos que nos activan el ser entero. La música, está más que probado, que actúa sobre el cerebro, libera dopamina, un neurotransmisor NATURAL que se asocia con el placer, con esa exquisitez de sentirte bien con todo y con todos. Y también te puede hacer llorar y eso abona a que te desestreces, a que liberes lo que traigas de ansiedad.
Leí que la mente emocional es más veloz que la racional y que cuando se pone en funcionamiento no hay nada que la contenga, y ocurre así porque desde el punto de vista evolutivo, lo voy a destacar en comillas: “...los organismos que se detienen a reflexionar tienen menos probabilidad de supervivencia y, por tanto, de transmitir sus genes. Las emociones cumplen, por tanto, un papel adaptativo y han terminado integrándose en el sistema nervioso central en forma de tendencias innatas y automáticas”. Hay científicos, entre ellos Charles Darwin, que escribió que los humanos nos esforzábamos por “hechizarnos unos a otros con notas musicales y ritmos”. Es factible que nunca se sepa la razón evolutiva exacta de nuestra vinculación, inclinación, o amor por la música, pero las investigaciones al respecto, continúan. Se hizo un experimento en la universidad canadiense de McGill en el que se demostró que la música puede estar regida por el mismo sistema de recompensa de placer que genera la comida, el sexo. Pues será el sereno, pero la música nos mueve por dentro a los humanos, a unos más a otros menos, pero ahí está.
Y siguiendo con los festivales que hay en nuestra Coahuila. El domingo de la semana pasada estuve en el arranque musicalísimo del Festival Internacional de las Artes (FINA), como parte de la celebración del ya próximo 448 Aniversario de la fundación de nuestra ciudad capital, Saltillo, el 25 de este mes que corre, para ser exactos. Que cosa más grande, como reza esa expresión tan antillana, pero que no está peleada con el sentir del meritito norte de nuestra tierra, nomás para abrir boca, la Sonora Santanera, en el tinglado que le plantaron en la Plaza de Armas. La música del grupo heredero de quienes lo fundaron, trajo el ritmo, la cadencia, la historia de las melodías que se tocaron en otros tiempos, pero que siguen siendo parte del alma de los mexicanos. Nació en el año 55 del siglo pasado, con su creador, don Carlos Colorado. Con esa Sonora bailaron los abuelos, los padres, hoy la escuchan de nueva cuenta y se emocionan los hijos y los nietos.
Se vivió un ambiente festivo, alegre, gritón, bailador, cantando las letras de el Mudo, el Ladrón, Fue en un Cabaret, Por las calles de México –esa a mí, se lo confieso, me gusta de gustarme, con mayúsculas– La Boa y más y más... La música, y copiando a don Alberto Cortés, porque él se refería al vino, la música también, “puede sacar cosas que el hombre se calla...” Y el domingo 13 de julio sacó la euforia, el aplauso, el contento, de quienes tuvimos la fortuna de asistir a la presentación. Hasta la lluvia se portó a la altura... ¡Que VIVA LA MÚSICA! ¡QUE VIVA LA ALEGRÍA! Abrazo grande y las dejaré, estimadas personas que hacen favor de leerme, descansar un ratito de mis textos. Nos saludamos en agosto, con la venia del Todopoderoso.