Ser jefa del hogar en México: entre la pobreza salarial y las desigualdades
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No se trata de ser resilientes ni demostrar que la maternidad todo lo puede. Se trata de redistribuir las labores de cuidado, de contar con estructuras públicas adecuadas, de superar la brecha salarial, de tener acceso a los mismos derechos que los hombres trabajadores
El día de ayer fue el Día de la Madre en México y, como cada 10 de mayo, no faltaron las flores, los regalos, los restaurantes abarrotados, el mariachi y las reuniones familiares en torno a la matriarca. Y es que no es para menos: las mujeres que maternan en México, según el Inegi, eran 35.5 millones hasta 2023, lo que representa un 67 por ciento de las mujeres de 15 años y más. De este grupo, tres de cada cuatro mujeres declararon ser jefas de hogar porque son las principales proveedoras económicas, propietarias de la vivienda, se les reconoce autoridad moral o bien, por su avanzada edad, se les atribuye un especial respeto.
Pero ¿cuál es la realidad de las jefas del hogar en México? En las últimas décadas, la sociedad mexicana se ha transformado cultural, demográfica y económicamente, lo que ha supuesto una modificación del discurso patriarcal, que considera al padre como autoridad máxima de la familia, generando modificaciones en la asignación de roles de género y el empoderamiento de la mujer al interior del hogar.
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Aunque las estructuras familiares han evolucionado, tradicionalmente, era usual que la jefatura masculina estuviera ligada al proceso de formación de uniones conyugales con los códigos que la división sexual del trabajo implica (hombres al trabajo remunerado y mujeres al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado). Mientras que la jefatura femenina se relacionaba con la disolución del matrimonio, ya sea por separación, divorcio o viudez, lo que llevaba a la mujer a un inevitable escenario de asumir la responsabilidad de organizar su entorno familiar. Las estadísticas señalan que de las mexicanas que son madres: el 46.5 por ciento está casada, 20.5 por ciento vive en unión libre, 12 por ciento está soltera y 7.5 por ciento separada.
Asumir la jefatura del hogar además de proveer económicamente el sustento, implica realizar otras actividades no remuneradas, como organizar, administrar, planear, realizar actividades domésticas y de cuidado. En promedio, las mujeres dedican más de 40 horas semanales a estas actividades, lo que disminuye las oportunidades de desarrollo y contribuye a que participen en trabajos informales y de menor remuneración. Esto limita el acceso a otros derechos que sí ofrece el trabajo formal, como las prestaciones sociales, de salud, créditos hipotecarios, pensiones, entre otros.
Una vez que las madres se incorporan al mercado laboral se aprecian datos muy llamativos. Por ejemplo: del total de madres trabajadoras, 64 por ciento realiza trabajos subordinados y remunerados, 26.9 por ciento trabaja por cuenta propia, 5.3 por ciento no recibe algún pago por su trabajo y 3.5 por ciento son empleadoras. La duración de la jornada laboral oscila entre 35 y 48 horas, 43.8 por ciento; entre 15 y 34 horas, 23.7 por ciento; más de 48 horas, 17.8 por ciento, y menos de 15 horas, 11.7 por ciento. Lo que se traduce en que trabajan más horas, en posiciones de subordinación, reciben menos salario que sus homólogos masculinos o se desempeñan en peores condiciones laborales que ellos.
La desigualdad entre los salarios de mujeres y hombres es un problema presente en todo el mundo. Aunque el empleo requiera las mismas habilidades o esfuerzos, o incluso más, el trabajo de las mujeres es menos valorado y peor remunerado.
En México, del total de jefas de familia que son madres, trabajadoras, subordinadas y remuneradas, el 46.7 por ciento gana un salario mínimo, mientras que las que reciben dos o hasta tres salarios mínimos representan el 31.3 por ciento. Sólo el 6.9 por ciento percibe más de dos y hasta tres salarios mínimos y apenas el 3.8 por ciento más de tres. Estas cifras se reducen sustancialmente al contemplar el número de personas dependientes de estos salarios. Por ejemplo, las madres que tienen seis o más hijos o hijas y que recibieron un salario mínimo representan un 68.1 por ciento, mientras que las madres que tienen una o dos hijas o hijos representan el 39.4 por ciento. Por tanto, la baja remuneración perpetúa la pobreza y marginación del género femenino y de sus dependientes.
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La mayoría de las madres que no tienen un trabajo remunerado sostienen que no lo realizan porque no tienen quién las sustituya en las labores de cuidado de hijos pequeños, ancianos o enfermos. La prioridad de realizar estos trabajos radica en que no se pueden omitir ni relegar porque están ligados a la propia supervivencia de la humanidad. Según la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC) 2022, de la población de 0 a 5 y de 6 a 17 años que necesitaban atención y la recibieron de algún integrante del hogar, 86.3 y 81.7 por ciento la obtuvo de su madre, respectivamente. Aquí se evidencia la importancia de entender lo crucial del trabajo de cuidados y la necesidad de visibilizar cómo se crean y reproducen estas jerarquías sociales que hoy pesan sobre las jefas del hogar, principalmente.
No se trata de ser resilientes ni demostrar que la maternidad todo lo puede. Se trata de redistribuir las labores de cuidado, de contar con estructuras públicas adecuadas, de superar la brecha salarial, de tener acceso a los mismos derechos que los hombres trabajadores. Es importante visibilizar que las estructuras sociales han cambiado y con ello se requieren ajustes sociales y legales que permitan modificar la esfera de lo productivo si queremos dar énfasis a la esfera reproductiva (modificación de horarios de trabajo, estándares de productividad, derechos laborales que contemplen labores de cuidado, etc.), para apostar por un mejor futuro para las jefas del hogar y su descendencia.
La autora es directora del Centro de Derechos Civiles y Políticos de la Academia Interamericana de Derechos Humanos
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH