Sólo por si el mundo se acaba...

Opinión
/ 24 junio 2025

La guerra, en este caso, es deseable porque (por más que abominemos al asesino Netanyahu), las monarquías teocráticas son enemigas declaradas de todos los países democráticos y es mejor desarticularlas antes de que sean un dolor de cabeza para cualquier nación amiga

La gente, las relaciones humanas y políticas, la vida misma, el mundo en general es mucho más complejo de lo que a primera impresión suponemos.

Por eso se han vuelto tan populares −válgame la expresión− los populistas, porque le ofrecen a las masas explicaciones sencillas a problemáticas complejas, lo que le evita a la gente el enfadoso proceso de pensar.

Pensar implica informarse (más allá de un titular escandaloso), discriminar las falacias y giros tendenciosos e incluso nuestros propios sesgos de confirmación, ejercer el sentido crítico y hacer juicios lo más objetivos posible.

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¡Qué flojera! Es mucho más bonito que venga alguien a decirnos que todos nuestros problemas son culpa de equis persona, partido o grupo, y que él los va a encarcelar, a erradicar (a exterminar, quizás), pero que para ello necesita poder absoluto y que si por favor se lo damos en la siguiente elección (y ya que se lo demos, favor de no estármelo chingando con rendición de cuentas, justicia o buen gobierno).

Así hizo el Tío Adolph, y otros que de momento no menciono porque se supone que ya hasta de mala educación es enunciarlos en un mismo párrafo que al autor de “MineCraft” (¿o cómo era?).

El mecanismo sigue vigente: En tanto queden en el mundo incautos que compren las narrativas más simplonas, facilonas (y huevonas), tendremos a un führer en potencia, aguardando para capitalizar el descontento popular.

El mejor ejemplo, no necesito ni señalarlo, es el presidente de los gringos que encuentra en los migrantes al judas perfecto para culpar por un estancamiento en la economía de la clase asalariada (lo que en realidad obedece a otros múltiples factores).

En México somos también de juicio muy ligero y el oficialismo culpa por igual a la Corona Española de broncas actuales y ancestrales, que a una élite perversa a la que no puede desarticular, moderar ni llevar ante la justicia a pesar de haber acaparado todo espacio de poder posible.

De juicios ligeros hablando, algunos de los especímenes que más miedo me dan en redes sociales son aquellos que agarran bando en un conflicto bélico, como si se tratara de dos equipos de futbol.

Hasta ponen la banderita de su predilección, como si fuera el escudo de las Guánguilas, del Machuca o del FrustraAzul. Pero ese es apenas el gesto más anodino del que son capaces. Ya cilindreados (“triggereados”) se ponen a escupir maldiciones deseándole el exterminio al bando de sus enconos.

Entiéndalo: No hay un pueblo o nación intrínsecamente malo... (ni siquiera los güeros de Karate Kid eran malos, malos... Fue ese Daniel LaRusso el que vino a incordiar y a tumbarle la novia a Johnny Lawrence).

Es ridículo abrazar teorías descabelladas como la conspiración sionista (de allí al negacionismo del Holocausto hay sólo un paso... y uno más antes del antivacunismo).

Como absurdo resulta afirmar también que el régimen palestino es una pobre víctima incapaz de hacerle daño a nadie.

Si bien, el Benjas “NetanYahoo!” ya se ganó la condena de la Historia por atacar blancos civiles, el grupo Hamas es por definición una organización terrorista (no Palestina, sino el grupo en el poder).

Hablamos de dos regímenes despreciables en una pugna perpetua que se remonta a los primeros capítulos del Antiguo Testamento. Hay estupidez en ambas posturas (desde luego, como que son alentadas por fundamentalismos religiosos) y hay odio entre ambas facciones, a no dudar. Un odio aprendido, inculcado, cultivado desde el poder en sus respectivos países.

Este conflicto es demasiado ancestral, dogmático y atávico como para tomar partido y ambos pueblos se merecen algo mejor.

¿Cuándo sí podemos ostentar la banderita en redes sin quedar como imbécil? Cuando el país es víctima de una agresión no justificada, verbigracia, Ucrania.

Sólo por si no sabía, hace tres años la gente de Ucrania estaba haciendo sus cosas de ucranianos, en sus casas ucranianas y sus negocios ucranianos, cuando Vlad “el Defenestrador” Putin, decidió que tenía que volverse a anexar este territorio, pese a que está perfectamente reconocido como una nación soberana, autónoma, independiente por la comunidad internacional (¡Rusia incluida!). Por eso me da tanta risa que haya tanto chairo cuatrotero (de esos que a la menor provocación invocan a la soberanía nacional), ostentando la banderita de Rusia... ¡El país invasor! (Lo que hace el adoctrinamiento).

Y no caigamos en la tentación −otra vez− de afirmar que “los rusos son esto, o son aquello”, cuando la culpa es del régimen que tienen que soportar (¡danzón dedicado al tirano Putin y oligarcas que lo acompañan!). Hasta donde sé, ni siquiera los rusos apoyan esta guerra (quizás sólo algunos viejos nostálgicos de la era soviética).

Tenemos gente que todavía culpa de todo a los Estados Unidos. Parecen una versión descafeinada y rasurada del dictador isleño, traída con una máquina del tiempo de siete décadas atrás, para echarle la culpa de todo al Imperialismo Yanqui.

Pobrecitos, como que medio le entendieron al mundo a inicios de los sesenta, pero ya no asimilaron nada de lo ocurrido de The Beatles para acá.

Los EU ya no libran una Guerra Fría e ideológica con la URSS (que ya ni existe) y sus prácticas comerciales están sujetas a las reglas del comercio internacional. Hasta las intervenciones militares en que participa son obligaciones adquiridas tras la Segunda Guerra Mundial.

Pero claro, llegó Trump y pateó la armonía comercial entre las naciones (que es lo que evita muchas veces que el mundo se vuelva a romper su madre) y trató también de desentenderse de sus obligaciones militares.

Pero al parecer pesaron más las obligaciones que la promesa eminentemente populista y electorera de Trump de que EU se abstendría de participar en cualquier conflicto bélico y que resolvería los existentes en 15 minutos. (¡Cálmate, Fox!).

Así que, muy en contra de su voluntad, bombardeó objetivos estratégicos en Irán (nación que financia y apoya a regímenes como el de Hamas en Palestina).

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Por raro que le parezca y pese al antecedente que tenemos de Trump como el horrible ser humano que es, él no deseaba entrar directamente a la guerra, no porque sea un hombre de paz, sino porque se ha mostrado indulgente (por decir lo menos) con los regímenes tiránicos. Y la guerra, en este caso, es deseable porque (por más que abominemos al asesino Netanyahu) las monarquías teocráticas son enemigas declaradas de todos los países democráticos (que son también nuestros aliados) y es mejor desarticularlas antes de que sean un dolor de cabeza para cualquier nación amiga.

¿Es difícil de entender? Vaya que sería más fácil abrir la bocota y explicarlo con la monserga de que “todo es por el petróleo” o que “los judíos buscan instaurar el nuevo orden mundial” (pero como ya dominan el mundo, entonces ¿buscan derrocar al nuevo con otro todavía más nuevo?).

En serio, bajémosle a la conspiración y tratemos de entender al mundo en toda su complejidad, sólo por si de repente se acaba, tener la satisfacción de que al menos supimos por qué.

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