Su Santidad y los Reyes de Nuevo León
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A propósito de viejitos que arribaron al poder y provocaron gran desilusión por resultar todo lo opuesto al progresismo que prometían, es tiempo de que hablemos del Papa Francisco.
¡Ah, verdad! Pensó que hablaríamos del conductor del morning show más de hueva en la historia de la televisión mexicana; de ese “Pácatelas!” sin gallinazo (Gatell no cuenta), desde donde se adoctrina al pueblo bueno, ¿verdad?.
Pues no, quería hablar hoy del heredero de San ‘Pita’, el anfitrión de otra revista matinal mucho más ancestral que tiene -ésta sí- cobertura mundial. Él es Susan Tidad, Jorge Mario Bergoglio, A.K.A. el Papa don Francisco.
Luego de la catástrofe que representaron los papados del carismático Juan Pablo II y del tenebroso Benedicto “Palpatine” XVI, parecía que por fin la Iglesia tomaría una dirección reformadora que la pusiera en el contexto del siglo 21.
Se eligió entonces al primer Papa americano, tan identificado supuestamente con la causa de los oprimidos que hasta decidió adoptar el nombre del santo de los desposeídos, mismo que ningún predecesor se atrevió jamás a utilizar.
Probablemente algunos pensaron que con Bergoglio pronto habría mujeres sacerdotes (¿sacerdotisas?); que se avalarían desde la Santa Sede los matrimonios igualitarios; que se transparentarían las finanzas del Vaticano (¡ajá!), que imperaría la “buena ondez” y, sobre todo, que se perseguiría y castigaría con mano dura la corrupción (principalmente la pederastia).
Pues nada, fuera de sus buenos deseos y algunas bonitas declaraciones, Francisco es tan conservador, reaccionario y anacrónico como puede serlo el líder de la franquicia más antigua del mundo occidental. Es bueno para callarse ante las injusticias del mundo y las de su propio imperio, pero muy temerario para largar disparates como que “los problemas de México se deben a que Satanás la trae de bronca con nosotros”.
Una de las cosas más ridículas a las que se ha rebajado el Sumo Pontífice fue a dar un mensaje de “amor y paz” por el Super Bowl 51 en 2017, lo que para muchos fue quizás un gesto inusitado, poco ortodoxo, simpático y sintomático de su espíritu renovador, no fue sino un vulgar comercial de cuyo precio jamás nos enteraremos, pero de que lo hubo, lo hubo (no tengo pruebas pero tampoco dudas). ¿Usted cree que la Iglesia a través de su máximo jerarca va hacer un pronunciamiento para promoción de una marca multimillonaria en su día de mayor recaudación a cambio de nada? Si su respuesta es afirmativa, usted definitivamente cree que un carpintero mágico caminaba sobre las aguas, multiplicaba el pan y curaba gente sin cobrar.
Es obvio que Francisco no va a entrarle a los temas medulares que le urge asumir a su Iglesia y que prefiere -al igual que el anfitrión de la mañanera- darle a su feligresía mucho populismo, que al fin es gratis y reditúa en votos, ya sean votos electorales o votos de fe.
Pues acaba de tener el Santo Padre una deferencia con los flamantes monarcas del Nuevo Reino de Multimedios, también conocido como Estado de Nuevo León: Samuel Primero, “el Cady” y Su Brillantísima Fosforescencia Marianita Rodríguez.
Esta dupla cómica, que hasta la pasada Navidad me tomaba yo a broma, amerita en realidad para que estemos bien alerta. Y es que con mucho tesón, un correcto manejo de las redes sociales y no sin algo de suerte, han demostrado que son materia política para un proyecto de cualquier envergadura.
No los estoy ensalzando. Estoy diciendo que son de cuidado y que por ende debemos tenerlos en el radar.
Demostró en su momento el candidato Enrique Peña Nieto y su “princesa” de telenovela Angélica Rivera, que la línea entre públicos (audiencia) y electorado es muy tenue y que un buen producto político-mediático (como aquel par de muñecones) puede ayudar a borrarla por completo. Desde luego que una considerable porción del padrón electoral responde positivamente a la imagen de una pareja que parece salida de un cuento o de un culebrón de Emilio Larrosa. Incluso, se quedó descongelándose para la sucesión otro par de princesas: Manuel Velasco y Anahí.
Pues bien, Samuel y Marianita (Marianita y Samuel, si los hemos de referir en orden de importancia e influencia), son otro producto muy ad hoc con los tiempos que hoy corren y que no presentan ya el mismo contexto en que se dio el ascenso del Príncipe de Atlacomulco.
Marianita y Samuel no son hechura del Canal de las Estrellas; son en cambio un producto de su época: influencers, hijos del YouTube, del Insta y de Twitter, y no tienen simpatizantes sino “followers”, que fueron decisivos para su triunfo electoral.
Los valores que encarnan se han discutido y analizado en numerosas ocasiones: Representan a la juventud norestense arrogante, “echada pa’lante” –“¿sí sabes cómo?”-, que todo lo resuelve con un “¿qué se ocupa, primo?”. Es el clasemediero que a las masas empobrecidas, desde su inopia intelectual, les gustaría parecerse. La dupla conectó muy bien con sus coterráneos pero no está exenta de hacer clic con el electorado de otras latitudes.
Si a mí me lo preguntan, Mariana y Samuel son sólo otra cara más del mismo populismo que nos des gobierna, que ha devastado Latinoamérica y se ha dejado sentir en países desarrollados.
Su primer movimiento en busca de consolidarse como presidenciables les resultó a pedir de boca: Samuel se pronunció por llevar al Papa Francisco a tierras nuevoleonesas y Mariana, con un anodino gesto de apoyo a un niño con cáncer, consiguió el reflector necesario para que Su Santidad les corriese la invitación.
Tal para cuales, manga de marrulleros, cuentachiles, demagogos y engañabobos. Lo cierto es que, salvo por las diferencias en el presupuesto que uno y otro manejan, son la misma cosa: Puro carisma y nada más.
Ya anticipo la avalancha de memes si la audiencia entre Su Santidad y las Regias Majestades se llega a celebrar. Pero no dejemos de tomárnoslos con un mínimo de seriedad, porque empiezan como una broma y en un parpadeo acaban instalados en Palacio Nacional.