Tan tan. ¡Feliz...!
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Se acerca un día lúgubre, sombrío, donde no queda más que aceptar el hecho de que ese fatídico día ha llegado. ¿A qué tan desdichada fecha me refiero? Bueno, no es otra más que mi cumpleaños.
Así es, mis estimados lectores, ya por desgracia se acerca esa fecha del año en que me va a tocar otra vez ser víctima de esas cantadas de “hapi berdei” y ataques de abrazos, cual invasión zombie hablaríamos. Y es que aquí no acaba todo, además hay que contestar a cada momento a esa pregunta: “¿Y cómo te la estás pasando?”. ¿Pues cómo quieres que me la pase? ¿O más bien, cómo supones? Es mi cumpleaños, ¿no?
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Tampoco me malentiendan, no soy un completo ogro, aún no. Si disfruto mi cumpleaños, de hecho pienso que en la vida sólo existen dos fechas importantes que deben ser celebradas en todo el mundo. Una es mi cumpleaños y la otra es Navidad, claro, si no se pueden las dos, no hay problema en prescindir de una. Digo, no va a pasar nada si dejamos de celebrar la Navidad.
Pero, ¿por qué celebramos los cumpleaños? ¿De dónde viene el hacer esta festejación?
La historia nos indica que al parecer fueron los egipcios los primeros en celebrar los cumpleaños alrededor del año 3000 a.C. Obviamente, fueron los de los faraones. La idea aquí no era celebrar cuando nacían, sino la fecha desde que un faraón era coronado.
Entonces se concedía fiesta a los trabajadores (fíjese que eso no estaría mal copiarlo, ¿verdad?, el cumpleaños del jefe), y se festejaba a lo grande. El único fin de todo esto era desear al soberano una larga vida, ahuyentando los malos espíritus, ya que se creía que la muerte acudía en esa fecha para robarle el alma al desgraciado faraón.
Luego, los antiguos griegos decidieron incluir esta celebración para ampliar su interminable catálogo de dioses (como si no tuvieran ya muchos) e iniciaron la famosa tradición de preparar una tarta o pastel (harina, cereales y miel) que debía ser redonda como la luna y colocarse sobre el altar del templo de Artemisa.
Otra gran idea de nuestros magníficos amigos los griegos fue que también añadieron unos cirios rodeando la tarta de Artemisa. La diferencia con la actualidad es que no se soplaban, sino que se debían dejar consumir por sí solos. Cuanto más tardaran en apagarse, más promesas de larga vida y prosperidad para el dios en cuestión y sus fieles.
Y como es sabido, los romanos copiaron a los griegos en casi todo, eso sí, poniendo su toque personal. A ellos se les ocurrió otra mejora: comenzar a celebrar la fecha de nacimiento de sus emperadores, incluso de cónsules y senadores de importancia.
Luego, para los primeros cristianos, seguir celebrando los cumpleaños no armonizaba con sus creencias. Lo que la nueva religión conmemoraba eran los aniversarios del fallecimiento de Jesucristo, los apóstoles, santos y mártires. De ahí que actualmente, algunas religiones como los Testigos de Jehová prohíban la celebración de los cumpleaños.
Conforme el cristianismo se iba expandiendo, ya en el siglo 4 se establecía como la religión oficial por parte del emperador Constantino. Fue ahí que se sustituyeron las tradiciones paganas por cristianas y se admitió la celebración de los años desde el nacimiento. Así como se introdujo la festividad de la Navidad y la Epifanía de los Reyes Magos (pero eso es otra cosa).
Al final, la tradición de celebrar los cumpleaños se fue expandiendo y adaptando a los nuevos tiempos y países a medida que transcurrían los siglos.
Aunque mantenemos todavía costumbres de nuestro pasado, como es la tarta o pastel de cumpleaños, heredada, ahora sabemos, de la de Artemisa. El cumpleañero pide un deseo en silencio y luego sopla las velas. Si las sopla todas de una vez, se dice que sus deseos se harán realidad; también, si revela cuál era su deseo, este no se cumplirá.
Y pues, a lo largo del mundo, el celebrar el cumpleaños es algo tan diferente como único y especial.
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En México no puede faltar una piñata. Elaborada de cartón o papel endurecido con engrudo, y decorada en forma de estrella, si es de las más tradicionales, aunque ahora salen con cada cosa. Esta se llena de dulces y se cuelga con una cuerda. Luego, los niños sacan toda su frustración y energía reprimida con la ayuda de un palo de escoba, donde se turnan para darle en toda su progenitora a dicha piñata.
En España y también en Argentina, es costumbre tirar de las orejas al cumpleañero, una vez por cada año que cumple. Y en la República Dominicana da buena suerte rociar de agua a la persona festejada.
En Chile, el cumpleañero recibe el manteo. Se le toma de pies y manos entre cuatro personas y se le levanta al aire tantas veces como años se cumplen, como en las bodas.
En Paraguay se le dan palmadas en la espalda del cumpleañero. La costumbre habla de palmadas más fuertes que otras, así que imagínese si invita a alguien a quien no le agrada mucho.
En Perú tienen la encantadora costumbre de arrojar harina y romper huevos en la cabeza a la persona que cumple años. Y en Venezuela es muy común cantar “Ay, qué noche tan preciosa”, para luego pasar a cantar el cumpleaños; al terminar, todos los invitados abrazan al agasajado una vez apagadas las velas.
En algunas partes de África se celebra el primer cumpleaños de un niño regando granos de sal y alumbre en el suelo de su casa. La creencia es que eso llenará de paz y tranquilidad el espíritu del pequeño.
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Y en algunas zonas de Escocia e Irlanda toman a los cumpleañeros más jóvenes de los pies y los ponen bocabajo. Luego los golpean suavemente contra el piso por cada año cumplido mientras sus allegados sonríen y aplauden. Qué bueno que aquí en México acostumbramos las piñatas.
Un cumpleaños debe ser un motivo de celebración. Muchas personas dicen “es un año menos” o “un año perdido”. Bueno, como decía el gran Muhammad Ali, campeón de boxeo de los pesos pesados, “El hombre que ve el mundo a los 50 igual que lo veía a los 20, desperdició 30 años de su vida”. Al final, nada servirá si no hemos aprendido algo.
Así que celebre su cumpleaños, disfrute, pero más aún, celebre lo aprendido de la vida y siga disfrutando, que es lo único que importa. Pero bueno, al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿qué opina?
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