Tiempo al tiempo
COMPARTIR
Cuando Leduc fue a inscribirse con Erasmo Castellanos ya se había agotado el cupo, de modo que tuvo que resignarse a estar en la clase de Julio Torri
Voy a narrar hoy lo que en el delicioso libro “Renato, por Leduc”, narra el propio don Renato, excelentísimo poeta a pesar de sí mismo, que huía de las etiquetas. Esa narración muestra que, aunque sea remotamente, un saltillense fue causa de que se escribiera esa pequeña joya magistral que es el soneto de Leduc, ya clásico, que empieza con el verso “Sabia virtud de conocer el tiempo...”.
Cuenta el insigne personaje que cuando llegó muy joven a la Escuela Nacional Preparatoria quiso inscribirse en la clase del maestro Erasmo Castellanos Quinto para cursar la materia de Literatura. De gran fama gozaba don Erasmo. Aunque sus malquerientes le llamaban “Erasno”, se decía de él que era el más grande cervantista que había en México. Su estilo oratorio, el brillo de sus clases, que eran una conferencia cada una, hacía que todos quisieran ser alumnos suyos. Cuando Leduc fue a inscribirse con él ya se había agotado el cupo, de modo que tuvo que resignarse a estar en la clase de Julio Torri.
TE PUEDE INTERESAR: La espera
Nacido en Saltillo, Torri fue un eximio escritor, considerado entre los mejores cultivadores del idioma que ha tenido nuestro país. Hay textos suyos que son como la pieza maestra de un orfebre o lapidario. Ahí ninguna palabra falta y ni una sobra. Un precioso artífice de las letras fue don Julio. Pero Dios no lo da todo, y a cambio de su acabado talento de escritor era don Julio un mediocre maestro, por no decir que muy malo. Para empezar era tartamudo: no podía hilar dos palabras seguidas. Además podía decirse de él que era un maestro de primera fila, porque en la segunda ya no se le oía, así de sorda era su voz.
Por eso su clase era un maremágnum donde cada quien hacía lo que le daba la gana. Unos dormían; otros conversaban; aquéllos se trenzaban en encarnizados encuentros del juego del gato; los más serios se dedicaban a leer. Renato Leduc y un amigo suyo de Tabasco, llamado Adán Santaná, tenían concertados unos singulares matches de poesía, en cada uno de los cuales se apostaba un peso. El uno proponía al otro un verso y éste debía completar con otros tres una cuarteta. El reto consistía en la dificultad de la rima, o en lo absurdo del primer verso que en los demás debía tener continuación.
TE PUEDE INTERESAR: Siluetas de Saltillo
Uno de esos días Santaná propuso a Leduc este principio para que él terminase la estrofa: “Hay que darle tiempo al tiempo”. Los versos debía tener rima consonante. Renato se concentró tratando de hallar una palabra que rimara en forma perfecta con “tiempo”, y que no fuera alguno de sus derivados. Pasados los tres minutos, plazo que se daba para concluir el trabajo, Leduc se confesó vencido. No había hallado ninguna palabra que rimara con “tiempo”.
–¡Idiota! –le dijo alegremente Santaná–. ¿No sabes que esa palabra no tiene ninguna consonante? ¿Que no rima con ninguna otra?
Y celebrando su treta con grandes carcajadas, tendió la mano para cobrar su peso.
Lo pagó dócilmente Renato, pero para no quedar vencido definitivamente comenzó a escribir:
Sabia virtud la de perder el tiempo;
a tiempo amar y desatarse a tiempo;
como dice el refrán: dar tiempo al tiempo,
que de amor y dolor alivia el tiempo.
¡Qué bueno que eran tan malas las clases de don Julio Torri! De no ser por ellas no se habría escrito quizás ese soneto que hasta en forma de canción anda por ahí proclamando que el tiempo perdido, los santos lo lloran.