¿Todos o ninguno? El chiste que explica nuestro tiempo

Opinión
/ 28 febrero 2025

Lo que nos hizo humanos en la cueva no fue el fuego ni el arado, sino el amor. Y eso cambia todo

Hay un chiste de Ricky Gervais que llevo semanas buscando sin suerte. Está en uno de sus monólogos y viene a decir que los humanos tenemos mucha jeta: decimos que hemos llegado a la luna cuando en realidad sólo lo han hecho doce de nosotros, que hemos descubierto la teoría de la relatividad aunque la mayoría ni la comprendemos, y que hemos inventado la imprenta o internet cuando muchos se mientan la madre a la hora de armar los juguetes de los niños la mañana de Navidad.

La teoría de Gervais es que, como especie, vivimos de las rentas de un puñado de iluminados, de los mejores de nosotros, pero que la mayoría somos peatones del GTA, actores que hacen cameos, masa.

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Y aunque un chiste no es una teoría sociológica, el de Gervais daría para un buen análisis de nuestro tiempo. Nos hace reír porque retrata un fenómeno muy humano: cuando pierde la selección mexicana lo hace sola, pero cuando el famoso “no era penal” sufrimos todos.

Decimos que el hombre pisó la luna y en él reconocemos a la humanidad entera, pero sólo unos pocos lanzaron bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Pero, más allá de este fenómeno, el gag del humorista encierra una verdad mayor y quizá no pretendida: que la cosmovisión moderna reduce lo humano y la humanidad a un puñado de cosas sin duda importantes: la ciencia, la tecnología, el arte, el deporte, incluso la política, en un sentido amplio, pero se olvida con frecuencia de lo esencial. O lo que es peor, no se olvida, pero prefiere vivir de espaldas a ello.

Vivimos del esfuerzo ajeno y nos encanta. Decimos que “hemos conquistado el Everest” cuando en realidad los únicos que lo han conquistado son un puñado de alpinistas con más pulmones que sentido común. El resto apenas y puede subir las escaleras sin resoplar. Igual con el internet: lo “inventamos”, sí, pero no falta el que todavía manda audios de tres minutos en vez de escribir un mensaje decente.

Y esto es lo bonito del asunto: la modernidad nos ha vendido la idea de que somos parte de un gran progreso colectivo, pero en el fondo, la mayoría somos NPCs en el videojuego de la historia, monitos que caminan en círculos esperando a que los héroes hagan su chamba. Aplaudimos los descubrimientos científicos, pero seguimos compartiendo cadenas de WhatsApp sobre que la vacuna te pone un chip. Decimos que hemos erradicado enfermedades, pero seguimos creyendo en el jugo de limón como cura universal.

Gervais, sin quererlo, nos da una lección: tal vez sea momento de dejar de vivir de las rentas de la humanidad y hacer algo que valga la pena. No necesitamos descubrir una nueva partícula subatómica ni pintar la Capilla Sixtina, pero sí podemos empezar por dejar de ser un figurante en la película de nuestras propias vidas. Porque una cosa es que la historia la escriban los ganadores, y otra es que la leamos como si fuera un cómic sin entenderle.

Y aquí es donde el chiste de Gervais y nuestra jeta civilizatoria se topan con pared. Porque sí, es cierto que vivimos del talento de unos pocos y que la mayoría somos extras en la película de la humanidad, pero también hay otro lado de la historia que rara vez contamos.

Cuentan que un estudiante le preguntó a la antropóloga Margaret Mead cuál consideraba que había sido el primer signo de civilización de la Humanidad. Todos esperaban que dijera que el anzuelo, la olla de barro o la piedra de moler. Pero Mead respondió que el primer signo de civilización humana fue un fémur fracturado que luego apareció sanado. Es decir, en la prehistoria, alguien se rompió la pierna y en lugar de abandonarlo a su suerte para que lo merendaran los lobos, otro ser humano lo cuidó hasta que pudo volver a caminar.

Lo que nos hizo humanos en la cueva no fue el fuego ni el arado, sino el amor. Y eso cambia todo.

Porque tal vez no todos llegaremos a la Luna, ni escribiremos ecuaciones que desafíen el universo, ni siquiera lograremos armar los muebles que compramos sin llorar. Pero lo que sí podemos hacer es cuidar a otros. Dejar de ser NPCs, sí, pero no obsesionándonos con ser los protagonistas de la historia, sino asegurándonos de que al menos no se nos quede nadie atrás en el camino.

Quizá no todos somos genios, pero todos podemos ser civilizados. Y en una época donde lo más fácil es desentenderse, eso ya es un logro digno de presumir. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?

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