Todos somos migrantes
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Las personas que se encuentran en movilidad, por los motivos que sean y con la situación legal que tengan, tienen derecho a las facilidades necesarias para acceder a sus derechos básicos
Guillermo, de 34 años y con una vida y trabajo estable en México, resultó víctima de un contexto de violencia en el país tras el secuestro de su padre en 1998. Tal acontecimiento, que concluyó afortunadamente con la liberación de su padre, lo obligó a abandonar su lugar de origen y comenzar a radicar en Estados Unidos, donde tuvo que adaptar su profesión y hacer cambios importantes en su vida.
Isabel, proveniente de Chile, tuvo que dejar tal territorio luego de recibir amenazas de muerte en medio de un golpe militar que trajo como consecuencia la ejecución, desaparición y tortura de miles de personas. A partir de ello, se reubicó en Venezuela, lugar en el que esperaba residir algunos meses, pero donde tuvo que permanecer por el peligro que implicaba regresar a Chile.
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Victoria, en búsqueda de oportunidades laborales, abandonó México junto con su esposo y comenzó a residir en Estados Unidos de manera indocumentada, en medio de una situación política complicada y riesgosa para las personas migrantes. Entre la realización de trabajos temporales –que le permitieran solventar su sustento y el de su esposo, así como apoyar económicamente a sus padres–, Victoria tuvo que lidiar con el hecho de vivir en Estados Unidos con miedo de ser detenida por las autoridades o, incluso, ser víctima de algún acto de violencia.
Guillermo, Isabel y Victoria son algunos ejemplos de personas que, por alguna circunstancia o una diversidad de ellas, han dejado los territorios donde nacieron o en los que habían iniciado sus proyectos de vida para comenzar de nuevo en lugares que, a la par de oportunidades, traen posibles e importantes obstáculos. Quienes leen esta columna podrían identificar a dos de los casos que se han planteado, pues corresponden a personajes que, por su actual estatus, no colocaríamos en la categoría de grupos en situación de vulnerabilidad.
El primero de ellos, siendo el director de películas como “El laberinto del Fauno” (2006), “La Forma del Agua” (2017) y “Frankenstein” (2025), ha dejado un innegable impacto en el cine internacional. El segundo caso corresponde a una escritora ganadora del Premio Nacional de Literatura, cuyas obras y activismo la han colocado como una representante internacional, no sólo en el mundo de la escritura, sino también en el de la defensa y protección de los derechos humanos de grupos como las mujeres y las niñas.
En cuanto a Victoria, ella representa a los casos de personas que, con la aspiración de tener mejores condiciones de vida, comienzan un recorrido en el que mientras llevan a cabo actividades para mantenerse a sí mismas y, en muchas ocasiones, a los núcleos familiares que dependen de ellas, se enfrentan a temores que van desde ser discriminadas hasta perder sus vidas.
El 18 de diciembre es el Día Internacional del Migrante, y si bien “migrante” es un término con el que, me atrevo a decir, la mayoría de las personas estamos familiarizadas o hemos escuchado en diversos contextos, solemos visualizarlo como un individuo que forma parte de un grupo específico que cuenta con vulnerabilidades con las que no nos identificamos a nosotros mismos, ignorando una realidad escondida, aunque lógica: que todos somos migrantes.
Una persona migrante no es sólo quien, por temor a ser perseguida por el gobierno de su país de origen, se encuentra viviendo en asilo en otro territorio; no se limita a quienes carecen de nacionalidad y, por ello, tienen impedimentos para acceder a sus derechos básicos; tampoco involucra únicamente a los que han sido expulsados de un país y deben rehacer su vida en uno distinto. Una persona migrante es, simplemente, alguien que se traslada fuera de su país de residencia habitual, de forma temporal o permanente.
Esta definición abarca una cantidad importante de posibilidades, lo cual implica que la visión limitada que podamos tener del concepto “migración” se ponga en duda. Porque de esa manera, los prejuicios y la lógica que aplicamos en cuanto a las consecuencias que alguien deba afrontar por estar en un territorio distinto al suyo también se modifica. Si nos vemos a nosotros mismos como personas migrantes, resulta más sencillo comprender que somos susceptibles a las mismas vulnerabilidades que sólo relacionamos con quienes visten, hablan o lucen de cierta forma.
Los motivos por los que las personas salimos de nuestro país de origen o residencia pueden ser variados, entre las causas se encuentran el trabajo, vivir inseguridad y violencia, lograr la reagrupación familiar y conflictos políticos. Pero los peligros se manifiestan de igual manera, sin importar las razones para migrar y del factor que muchas veces utilizamos para determinar si a alguien se le deberían respetar sus derechos o no, es decir, su manera legal o ilegal de ingresar a un territorio.
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En la actualidad, existen algunos jefes de Estado que propagan la exclusión y dan discursos de rechazo y discriminación. Si bien no se ha podido evitar, en ciertos casos, que personas que promueven el odio lleguen a tener más poder, sí podemos luchar en contra de su mensaje y evitar adoptar sus ideologías. Porque vivimos en un tiempo en el que un presidente puede dejar de lado que la libertad de expresión tiene sus límites, y cualquier pensamiento, sin importar qué tan cruel sea, puede compartirse a una generalidad y ser emulado.
Es en estos escenarios donde conviene aprender, o recordar, que las personas que se encuentran en movilidad, por los motivos que sean y con la situación legal que tengan, tienen derecho a las facilidades necesarias para acceder a sus derechos básicos. Y cuando las autoridades o quienes se encuentran al frente de un Estado buscan obstaculizar lo anterior, nos corresponde a nosotros y nosotras, como víctimas potenciales de actos de discriminación o violencia, indignarnos y generar resistencia de la forma que podamos.
El mundo ha sido creado para que lo exploremos, y para hacerlo necesitamos cuidarnos los unos a los otros.
El autor es auxiliar de investigación en el Centro de Estudios Constitucionales Comparados de la Academia IDH
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH