Tragedia anunciada: La 4T y el precio del poder absoluto
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El afán de un control absoluto se paga con el precio de tener que diluir ese mismo control en infinitas responsabilidades, las cuales terminarán desatendidas, descuidadas, obviadas...
Parafraseo otra cita a cuyo autor me es imposible dar crédito porque no recuerdo ni cuándo ni dónde la escuché (o acaso la leí)... Pero creo que fue la semana pasada. Dice: “Ningún régimen que haya ejercido un poder absoluto ha terminado bien y eso nos lo enseña la Historia”.
Pensamos desde luego en los grandes imperios de la “antigüedat” y también, casi inevitablemente, en los amigos del Eje: el Tercer Reich del Tío Adolph y en Il Duce Panciuto, Benito Mussolini (dictador que tan orgullosa y alegremente vinculaba el Tlatoani Macuspano con el Benemérito cuando le daba por desvariar frente a sus homólogos de las Naciones Unidas).
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Pero si hasta resulta lógico: Entre más flancos tenga que cuidar un gobierno, entre más aspectos administrativos, sociales o económicos busque controlar, más desprolijo será dicho control. El sexenio pasado me dejó una repulsión crónica por hablar en dichos de la “sabiduría popular”, pero es tan fácil como que: El que mucho abarca, poco aprieta.
En el caso de la 4T no hablamos ya de un gobierno que busque ampliar las facultades del Estado (aunque también) en lugar de ir cediendo aquellas áreas de las que la propia ciudadanía (una ciudadanía madura) puede y debe hacerse cargo: como el órgano electoral, la vigilancia de los Derechos Humanos, la regulación de diversas competencias, las universidades, la transparencia a través de un montón de organismos descentralizados (RIP). Hablamos de un régimen sin más filosofía o principios que un montón de frases huecas (“primero los pobres”, ¡ay ajá!), que ya se arrogó los tres poderes que se supone existían para impedir este escenario; además de tener secuestrada la narrativa del propio desempeño y poco menos que comprada la voluntad electoral de la mayoría.
El poder concentrado hoy por el movimiento que aún encabeza el terrateniente de “La Chingada”, supera por mucho sus más delirantes sueños.
Pero el afán de un control absoluto se paga con el precio de tener que diluir ese mismo control en infinitas responsabilidades, las cuales terminarán desatendidas, descuidadas, obviadas... hasta el día que presentan una crisis.
Hay que agregar a lo anterior el factor de la incompetencia: Al tratarse de un movimiento tan grande (aglutina a lo que antes eran cinco o seis partidos) y dado que arrastra necesariamente los vicios de quienes lo componen, suelen colocarse perfiles muy cuestionables al frente de cargos que exigen habilidades técnicas muy puntuales.
Y no estoy hablando sólo de la 4T, eso lo hemos visto en cualquier Gobierno Federal o local que sea masivamente celebrado y que, en esa misma medida, debe masivos favores a diestra y siniestra.
Al final tenemos el tablero del servicio público ocupado totalmente por peones tontos cuidando el trono, el credo y el prestigio de un rey ineficaz que lanza órdenes, decretos y edictos sin detenerse cinco segundos a reflexionar sobre la viabilidad de sus caprichos.
Pienso en el Camarada Stalin, o en el Camarada Mao, cuyas meras necedades administrativas (proyectos insensatos, sin ton ni son, sin respaldo científico o estudio de viabilidad como el Holodomor y el Gran Salto Adelante), provocaron varias decenas de millones de defunciones.
Le insisto, hablamos sólo de muertes por “errorcillos” de cálculo, de planificación, de estudio en cosas que seguramente supusieron estos líderes que “no tenían mucha ciencia”.
Como fueron casi 100 millones de muertes entre ambas catástrofes, es casi seguro que no pasaron desapercibidas. ¿Cree usted que alguien se atrevió a importunar al líder, que alguien osó interrumpir su desayuno con una estadística adversa, con una noticia funesta, con una crítica desfavorable?
No tengo pruebas, pero tampoco dudas de que ambos dictadores murieron sin escuchar un sólo comentario que los contrariase; algo que no fuera celebrar su gloria, su grandeza, su visión, su liderazgo y su enooorme pitote.
Pero ya sabemos cómo terminan sendos regímenes. Spoiler, no muy bien: Con una gigantesca estatua del prócer erigida sobre las millones de calacas de aquellos a los que les iban a procurar bienestar y prosperidad.
Nuestro amado líder, hasta eso, es chiquito en comparación, pues apenas lleva su primer millón de defunciones entre las víctimas de su fallida estrategia (?) de seguridad y los decesos de la pandemia de COVID (sólo las muertes por negligencia, sin contabilizar las que eran inevitables).
Pero −¡hey!−, no coma ansias, que esto todavía no termina. El régimen del Caudillo de Tepetitán está más vigente y vivo que nunca, su nombre y filosofía salen a relucir un día sí y otro también en la mañanera (hoy en voz de su Gerenta con A) y en las arengas de su borregada parlamentaria.
Más que eso, los efectos de sus políticas (sociales, administrativas, económicas, ambientales, diplomáticas) se dejan sentir todos los días, dice la chairiza tosca, burda y palurda que en forma de ardor en la cola.
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Pero se equivocan, se siente cada vez que muere alguien a manos del crimen organizado o a manos de la Guardia Nacional, que se supone lo habría de proteger; se siente cada vez que enfermamos y tenemos que buscar atención en los servicios de salud públicos; se siente en nuestras cada vez más precarias y complicadas relaciones internacionales (políticas y comerciales); se siente en la indefensión ciudadana en que hemos quedado ahora sin institutos de transparencia, de vigilancia administrativa y, ciertamente, sin defensoría humanitaria.
Le reitero, estas historias del poder absoluto nunca tienen final feliz; no para el régimen que cae derrumbado bajo el peso de su propia incompetencia; aunque ello no significa tampoco que los aldeanos vayamos a resultar indemnes.