Travis Kelce no es digno de confianza. ¡Cuidado, Taylor!
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En una fiesta la linda Romanola dejó asombrados a los asistentes por el extraordinario tino con que adivinaba el peso de los varones invitados. “Tú, Juan, pesas 74 kilos... Tú, Pedro, 80... Tú, Manuel, 95 y medio...”. En todos los casos acertaba. Una mujer presente en la ocasión la desafió: “A ver: si tan buena eres para calcular pesos ¿cuánto pesa ese piano?”. “Eso sí no lo sé –confesó Romanola–. Nunca he tenido un piano encima”... “Te odio”. Tales palabras le espetó de buenas a primeras un sujeto a otro en el Bar Ahúnda. “¿Por qué?” –se desconcertó el otro–. “No me conoces –replicó el sujeto–, pero yo a ti sí. Me enteré de que cortejaste a mi mujer, Bravancia Furria, y le propusiste que se fugara contigo”. “Es cierto –admitió el individuo, avergonzado–, pero luego renuncié a mi propósito y la dejé”. “Por eso te odio” –declaró lleno de rencor el tipo... La maestra les pidió a los niños mencionar palabras que empezaran con la letra hache. Propuso Rosilita: “Huevo”. Pepito dijo: “El otro”... Hoy escribiré acerca de un tema que desconozco por completo. Eso no extrañará a mis cuatro lectores. Ellos saben que todos los días escribo acerca de un tema que desconozco por completo. Si escribiera sólo de lo que conozco habría escrito a lo más cuatro renglones en mi vida, y ahí habría acabado mi carrera de escritor. Suscribo las palabras del vate de Jerez: “A medida que vivo ignoro más las cosas. / No sé ni por qué encantan las hembras y las rosas”. Sin embargo, lo que me falta de conocimiento me sobra de audacia –ya se sabe que la ignorancia es más audaz que la sabiduría–, y entonces hago como cuando cierto editor me pidió que escribiera la reseña de una ópera para el periódico cuya sección cultural tenía a su cargo. Le dije, sinceramente azarado: “Don Fulano: pero yo no sé de ópera”. Me respondió: “Ya me he dado cuenta de que no sabes. Pero tienes la habilidad de hacer creer a los demás que sabes. Escribe la reseña”. Esa habilidad, dicho sea entre paréntesis, la conservo hasta la fecha. ¿Cuál es el tema del que no sé nada y sobre el cual escribiré este día? El futbol americano. Después del beisbol ese deporte es el que más me gusta. Quisiera saber de él tanto como Víctor Manuel Pérez Ocampo, el querido Chilango, ayer mi destacado alumno, hoy mi admirado colega y amigo, el mejor cronista que conozco del deporte de las tacleadas. Algo sé, sin embargo, acerca de ese juego. Sé que el jugador ha de ver en su coach, si no a un segundo padre, sí a un maestro a quien debe obedecer y, sobre todo, respetar. Por eso me pareció imperdonable la acción cometida por Travis Kelce, el novio de Taylor Swift, quien en pleno Super Bowl, ante la atónita mirada de cientos de millones de espectadores que veíamos el juego por televisión, agredió a su entrenador empujándolo y gritándole groseramente, llevado quizá por sentimientos de frustración y enojo. Alguien así, incapaz de controlar sus emociones en momentos de tensión, no es digno de confianza, por eso me permito recomendarle a la célebre cantante y compositora que tenga cuidado en su relación con ese hombre, en cuyo trato puede aparecer la violencia el día menos pensado. Ya podrá disculparse el jugador por esa conducta indigna de cualquier deportista, pero en la historia de los Super Bowls queda su burdo acto, por el cual será recordado más que por cualquier hazaña que pueda llevar a cabo en el emparrillado. Y ya no digo más. Mi misión principal es orientar a la República, pero hoy la he postergado para orientar en su lugar a Taylor Swift. Quede constancia aquí de mi enérgica reprobación a la conducta del tal Kelce. También él mandó al diablo las instituciones... FIN.
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