Un poeta de la tierra. De su tierra
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Tenía raíces en Santo Domingo de Ramos Arizpe, y en Saltillo. Pero su vida la hizo en Concepción del Oro, Zacatecas. Y ahí también hizo su obra.
Antonio Valdez Carvajal... Así como González León fue boticario en Lagos, él fue tendero en Concha. Vendía cosas de vestir, de comer y de beber a los mineros que salían de la tierra, y a sus mujeres, que sólo salían de sus casas para ir a misa y a comprar el pan. Con ellos y ellas hablaba el hombre de la tienda, y de ellas y ellos tomó quizás esa raíz de pueblo que en sus versos hay.
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Eso de escribir versos es extraño oficio. La poesía toma a un hombre o una mujer y los aparta de todos los demás. De un loco dice el vulgo: “Está tocado”. El poeta está tocado por Dios, que puso en él esa locura solitaria que consiste en ver lo que nadie más ve; en decir lo inefable; en hacer con palabras que la belleza surja.
Yo supe del poeta concepcionense por su hermano, Leonardo Valdez Carvajal, compañero mío de juventud en el Ateneo Fuente y amigo de toda la vida. Fue él quien me mostró por primera vez los versos de Antonio. Leerlos fue un deslumbramiento. Sentí que la poesía le brotaba a ese hombre como las hojas a los árboles: sin vanidades, con naturalidad. He aquí que Antonio vivía hundido en un pequeño pueblo hundido, y he aquí que vivía hundido en una tienda de abarrotes. Sus saberes eran los de un tenedor de libros; debía ganar el pan de cada día midiendo metros de manta y pesando maíz y frijol. Pero he aquí que en medio de esa prosa halló la poesía, y ésta se le entregó, pura, radiante, virginal como el oro o la plata de las minas.
No muchos años duró la vida del poeta. Se le acabó en plena plenitud. Sólo dejó dos libros de sonoros nombres: “Pegasos Enjaulados” y “Lumbrarada en la Tundra”. Al primero le puso prólogo José Natividad Rosales; el segundo lleva un exordio de José María Pino Méndez, nieto de Pino Suárez, que también fue poeta.
Al paso de los años recibimos los dos libros en un sólo libro. Con fraternal amor, Leonardo tomó la obra de su hermano y nos la entregó en estos “Poemas Escogidos”. A mí me conmovió la devoción de Nayo por el poeta muerto, por Antonio. Bien sabía mi inolvidable amigo que la única muerte que en verdad existe es el olvido, y no quiso que en nuestra desmemoria se perdiera la belleza que su hermano creó. No hay amigo mejor que el que da la vida por sus amigos. Y no hay mejor hermano que aquel que a su hermano da una vida nueva haciendo que sus versos surjan otra vez y lleguen a otras manos y otros ojos.
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Alguna vez le di gracias a Antonio Valdez Carvajal, en su tienda de Concepción del Oro, por el don de su poesía. También le expresé mi gratitud a Nayo por su ejemplar amor fraterno, y porque al preservar para nosotros esos poemas nos entregó también un hermoso poema: el de su generosidad.
Este domingo que pasó, día 3 de marzo, al término del desayuno seminal con mis queridos compañeros “los niños del Zaragoza”, tuve el inmenso gusto de saludar a familiares de Toño y Nayo. Fue ése un inesperado regalo que me alegró y me emocionó al mismo tiempo.