Una canita al aire

Opinión
/ 2 noviembre 2024

“Si Ted Kennedy hubiera tenido un Volkswagen ahora sería Presidente de los Estados Unidos”.

Así decía aquel cartel publicitario que jamás se publicó.

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Estaba muy reciente el suceso de Chappaquidick. En un puente sobre el pequeño río de ese nombre un automóvil conducido por el senador resbaló y fue a caer en la gélida corriente. El político pudo salir del vehículo, y salvarse, pero Mary Jo Kopechne, su compañera de esa noche, pereció ahogada.

Aquel ingenioso anuncio hacía alusión al hecho de que el Volkswagen sedán tenía tan herméticamente sellada la carrocería que -se decía- flotaba en el agua. Si Kennedy hubiera ido con su amiguita en uno de esos coches, sugería el cartel, no habría visto frustradas sus aspiraciones presidenciales por el escándalo que se produjo.

En ese tiempo yo hacía mis prácticas de periodismo en la revista “Look”, espléndido semanario que se editaba en Nueva York. Fui a recoger no sé qué originales a una empresa de publicidad de Madison Avenue, y ahí vi aquel cartel en broma que obviamente nunca se difundió.

Los escarceos eróticos tienen antecedentes en la historia. George Washington, el llamado Padre de los Estados Unidos, era famoso por su afición a las faldas, y de Thomas Jefferson, autor de la Declaración de Independencia, se dice que llenó de mulatitos las plantaciones de Virginia. Las esclavas negras le gustaban, lo mismo que sus artes para hacer en la cama ciertas cosas que las mujeres blancas estaban muy lejos no sólo de hacer, pero ni siquiera de saber, y hasta de imaginar.

El Presidente Franklin D. Roosevelt, tan serio él, tan estadista, se daba tiempo para escapar de su mujer, doña Eleanor, que era muy inteligente, pero más fea que el pecado. Que un pecado feo, quiero decir, porque los hay muy hermosos. Pobrecita señora, Dios la tenga en su santo reino. Eisenhower, máximo héroe de la Segunda Guerra y por eso Presidente de los Estados Unidos, era un ejemplo de armonía conyugal junto a su esposa Mamie. Sin embargo después de su muerte se supo que había tenido un romance turbulento con cierta inglesita cuyo nombre no recuerdo pero que escribió un libro cuyo título es “Eisenhower was my boss” (“Eisenhower fue mi jefe”). La linda chica fue chofer del gran militar en los años que éste permaneció en Londres. Y fue también algo más que su chofer.

Otro general disfrutó del encanto femenino durante todo el tiempo que duró la Segunda Guerra. Cuando volvió a los Estados Unidos le pidió a su asistente que permaneciera a su servicio. Se cuenta -no sé si sea cierto- que el primer día en su nuevo trabajo de civil el rudo sargento entró a las 6 de la mañana al cuarto donde dormía su jefe, que estaba ya en su casa. Siguiendo la antigua rutina abrió las cortinas de la habitación; anunció en voz alta: “Son las 6, mi General”, y luego le dio unas palmaditas en los glúteos a la esposa del mílite al tiempo que le decía:

-Ya es hora de que te vayas a tu casa, linda. Afuera te entregarán tu dinerito.

Una ciega fatalidad persigue a los poderosos. Sus travesuras de colchón siempre salen a la luz. Feliz el hombre sencillo que puede echarse una canita al aire de vez en cuando sin que sus ires y venires provoquen escándalos internacionales.

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Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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