Una caverna para Navidad 3/3

Opinión
/ 14 diciembre 2025

Una aproximación a las incidencias en torno al nacimiento de Jesús, de acuerdo con una visión periodística, basada en textos bíblicos y apócrifos

He aquí, la continuación de mi pretendido atisbo respecto de los hechos más significativos —y otros casi desconocidos— en torno a la natividad de Jesús de Nazareth, una vez asumida su existencia histórica.

Fue un acontecimiento tan portentoso que inauguró una nueva era en la cronología humana e influyó poderosamente en prácticamente todas las culturas y sistemas de creencia del mundo hasta la actualidad.

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Lo que sigue es la parte culminante de la hipotética nota informativa atemporal, inspirada, tanto en la narrativa bíblica como en obras apócrifas:

JERUSALÉN, 7 de octubre del año 6 a. de C. – (...) En medio de estos y otros acontecimientos prodigiosos, José, María y el pequeño permanecieron tres días más en ese lugar.

Justo en el sexto día, salen rumbo a Belén, donde pasan el sábado. Al octavo día, circuncidan al bebé, “conforme a la ley del Señor”, poniéndole por nombre “Jesús” (Yeshua = “salvador”), como lo dispuso el ángel al anunciar la concepción.

En los oficios, el justo y piadoso Simeón, hombre de gran edad que esperaba el cumplimiento de la promesa de un redentor, toma al neonato en sus brazos, y declara:

“Ahora, Señor, despide a tu siervo en paz, porque mis ojos han visto la obra de tu clemencia, que has preparado para la salvación de todas las razas, para servir de luz a todas las naciones y para la gloria de tu pueblo, Israel”.

Transcurridos dos años, José presencia un gran alboroto en Jerusalén, con motivo de la extraña llegada de unos magos venidos de donde nace el Sol, cuyos nombres se desconocen.

Con mirada atónita, los lugareños escuchan la pregunta de los enigmáticos visitantes: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarlo”.

Al llegar el asunto a oídos de Herodes el Grande, rey de Judea, este hace que los forasteros acudan a él, a fin de interrogarlos, lo cual lleva a efecto, en presencia de los sacerdotes.

Algunos de sus cuestionamientos eran de esperarse: “¿Qué está escrito del Cristo? ¿Dónde debe nacer?”. A esto, los visitantes le responden: “En Belén de Judea, así está escrito”.

“Hemos visto su estrella, extremadamente grande, brillando con gran fulgor entre los demás astros, eclipsándolos, hasta hacerlos invisibles”.

Con firmeza, añaden: “Por tal señal, hemos reconocido que un rey ha nacido para Israel, y venimos a rendirle tributo”.

Posteriormente, Herodes, visiblemente turbado, pide a sus siervos que busquen al niño, “y si lo encuentran —les instruye—, avísenme para que yo también vaya a adorarlo”.

Evidentemente, el jerarca no está interesado en homenajearlo, pues piensa que en Judea no hay más rey que él.

Al salir del palacio, los sabios vuelven a encontrarse con la estrella, que de inmediato los conduce a donde están la criatura y sus progenitores.

La luminaria se detiene sobre la casa, cuyas puertas se abren para que los magos entren en ella. Una vez dentro, descubren, maravillados, al recién nacido en los brazos maternos.

Luego, sacan de entre sus equipajes valiosos obsequios que entregan a José y María. Uno de ellos ofrece como presente al pequeño tres libras de oro, el otro, tres libras de incienso y, el tercero, una cantidad igual de mirra.

Advertidos por un ángel de que no volviesen a Judea, los visitantes regresan a sus tierras de origen, pero siguiendo una ruta diferente a la que los condujo a Jerusalén, a fin de que no los pudieran localizar.

Percatándose del engaño de los sabios, Herodes ordena, enfurecido, que sean asesinados todos los niños menores de dos años.

Al comenzar los degüellos, María simplemente envuelve a Jesús en pañales y lo acuesta en el pesebre de bueyes donde lo puso cuando nació.

José ya había sido advertido sobre la matanza, en virtud de lo cual recibió de un ángel la orden de huir con María y el niño a Egipto, “por el camino del desierto”.

Así pues, al canto del gallo, el anciano se levantó y se puso en camino, llevando consigo a su familia, con la encomienda de no regresar sino hasta la muerte de Herodes.

La masacre trajo a la memoria del pueblo las palabras del profeta Jeremías, quien, en nombre de Dios, vaticinó: “Se oye un grito en Ramá, lamentos y amargo llanto. Es Raquel, que llora por sus hijos y no quiere ser consolada; ¡sus hijos ya no existen!”.

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Isabel, para salvar también a su hijo, Juan (identificado en las Escrituras como la “voz del que clama en el desierto”), lo escondió dentro de una montaña, luego de abrirla por el poder de un conjuro que ella misma le habría lanzado.

Seguramente en los anales sagrados se leerá acerca de este prodigio: “Y había allí una gran luz que los esclarecía, y un ángel del Señor estaba con ellos, y los guardaba”.

Después de vivir tres años en Egipto y de hacer milagros en diferentes pueblos, José, María, Jesús y los hijos de su padrastro regresaron a Israel.

Fue en Nazaret donde el muchacho fue creciendo en estatura, gracia y sabiduría ilimitada, despertando el asombro y admiración de los depositarios de la ley mosaica.

davidguillenp@gmail.com

Poseedor de un alto sentido de responsabilidad social, todos los días pone a prueba su compromiso ético y profesional, asumido a lo largo de 42 años como reportero, jefe de información, editor, cartonista, productor de radio, comentarista y docente.

Ha sido consultor y portavoz en siete campañas electorales y de instituciones como el STUAC, la Secretaría de Economía, el Instituto Municipal de Cultura de Saltillo (IMCS), la Comisión Estatal de los Derechos Humanos (CDHEC) y el Congreso del Estado de Coahuila, donde además fue asesor parlamentario en dos legislaturas consecutivas.

Estudioso del derecho y de otras disciplinas del conocimiento, desde hace más de tres lustros su columna politemática “Palabras Mayores” ha sido publicada en al menos una docena de medios impresos de la entidad y la región.

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