Una suripanta

Opinión
/ 10 febrero 2024

Las palabras, como las hojitas, de los árboles se caen. Viene el viento, las levanta, y se ponen a bailar.

Quiero decir que hay voces que alguna vez tuvieron mucha boga y luego cayeron en desuso. Pasa el tiempo; llega de pronto algún escribidor nostálgico, las resucita, y esos vocablos olvidados vuelven a lucir, siquiera sea por un momento.

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Eso haré hoy con la palabra “suripanta”. Linda palabra es ésa, cuyo significado seguramente las nuevas generaciones no conocen. El diccionario la registra: “Suripanta: Femenino desusado. Mujer que actuaba de corista o de comparsa en el teatro. 2. Despectivo. Mujer ruin, moralmente despreciable”.

Quien lea el sapientísimo y muy serio diccionario etimológico de micer Joan Corominas se llevará una sorpresa. He aquí que el sesudo académico dedica varios y suculentos párrafos a desentrañar el origen y sentido de esta palabreja, “suripanta”. Y lo hace con un viso de humor leve que apenas se puede creer en un señor como él, tan circunspecto. Dice ese gran filólogo que la palabra “suripanta” nació de un monstruo. ¿Qué era un “monstruo”? Cuando un compositor escribía la música de una canción le daba a quien haría la letra un “monstruo”, sucesión de palabras que no significaban nada, para que éste ajustara la verdadera letra de la canción al ritmo de aquellas palabras provisionales. Así, Vincent Youmans entregó a su letrista un “monstruo” que empezaba con una frase hecha al azar sobre las primeras notas de la música: “Tea for two, and two for tea...”. Siguiendo el ritmo de esas palabras sin sentido el escritor debía hacer la letra de la canción. Pero la frase sonó tan pegajosa que el letrista la dejó, y escribió el resto del texto siguiendo la misma idea. Así nació una de las canciones más famosas de la música popular norteamericana: “Té para dos”.

Pues bien: en 1866 se estrenó en Madrid, en el Teatro de la Zarzuela, una revista o juguete cómico que se llamaba “El joven Telémaco”. Las ninfas cantaban en homenaje al joven hijo de Odiseo, y lo hacían supuestamente en griego, un griego inventado, ni siquiera macarrónico. En el estribillo de la canción aparecía la frase: “Suripanta-la-suripanta”, que obviamente no significaba nada, ni en griego ni en ningún otro lenguaje conocido.

Tal revista fue la primera en que las coristas enseñaron las piernas (de la rodilla para abajo, solamente). El escándalo que eso produjo fue tan grande que el estribillo de aquella canción se popularizó, y la palabra “suripanta” pasó a servir para designar a las mujeres descocadas.

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Hace años no me topaba yo con esa voz. Seguramente los jóvenes no la conocen ya, ni la han oído nunca. Si fuera yo un atrevido -no lo soy- haría un experimento. Le diría a una muchacha:

-Es usted una suripanta, señorita.

Quizá ella pensaría que aquello era un piropo. Halagada, respondería sonriendo:

-Favor que usted me hace.

Pero eso es imposible que suceda. La frase: “Favor que usted me hace” tampoco se usa ya.

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