Saltillo: Peyton Place, Coah.
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La verdad es que en todas partes se cuecen hablas, si me permiten ustedes añadir una letra a la palabra. Lo digo porque en estos días he recordado a Grace Metalious.
-Y ¿quién es Grace Metalious, licenciado?
-Si usted hubiera hecho esa pregunta en los años sesenta le habrían dicho que estaba out. En este caso la palabra no tiene relación con el beisbol. Estar out significaba estar fuera de actualidad, no conocer la moda en literatura, cine, música, pintura... Quienes la conocían estaban in.
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-Agradezco la explicación, licenciado, y estoy seguro de que algún día me será de utilidad. Pero no me dijo usted quién es Grace Metalious.
-A eso voy. Hace justamente 70 años, en 1954, en un pequeño pueblo norteamericano llamado Gilmanton, New Hampshire, una joven ama de casa escribió una novela. Hay quienes escriben porque les gusta; otros para ganar la vida; algunos más porque están enamorados. (Yo, dicho sea entre paréntesis, he escrito por todas esas razones). Grace de Repentigny, sonoro nombre de soltera de Grace Metalious, escribía porque quería vengarse.
Había nacido en Manchester, otro pueblo de New Hampshire, hija de un matrimonio de canadienses de origen francés. Su padre era obrero; su madre hacía labores de limpieza. Grace era, por tanto, una muchacha de condición modesta. Cuando el director de la principal escuela particular de Gilmanton, George Metalious, se enamoró de ella y la desposó, ni la familia del novio ni la buena sociedad del pueblo admitieron a la hija del obrero.
Grace tenía una suprema habilidad: el chisme. Hizo amigas entre gente de su misma condición −peinadoras, dependientas de las tiendas elegantes− y al año de vivir en Gilmanton ya se sabía la vida de todos sus habitantes; conocía al dedillo los ires y venires secretos de los solemnes caballeros y las encopetadas damas que formaban la élite del lugar.
Con ese material escribió su obra. La envió a una editorial regional cuyo sagaz director adivinó que en aquellas páginas escandalosas podía haber provecho. Publicó la novela en 1956, en edición de bolsillo, y le hizo una propaganda estrepitosa: “¡Esta valiente escritora se atreve a destapar la cloaca de una respetable ciudad de Nueva Inglaterra! ¡Adivine usted cuál es! ¡A lo mejor conoce a los protagonistas! O ¡quizá es usted alguno de ellos!”.
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En tres meses se vendieron 200 mil ejemplares de “Peyton Place”, nombre que Grace Metalious dio a su novela. Así disfrazaba el nombre de Gilmanton. Pero eso era lo único que disfrazaba: todos en la ciudad identificaron a quienes aparecían en el libro. Ahí se describían sus adulterios, las aventuras de sus hijas solteras, los vicios de sus jóvenes, los latrocinios de sus políticos, banqueros, industriales y ricos comerciantes...
Tanto éxito tuvo “Peyton Place” que, lo recuerdo bien, hice un viaje especial a Laredo, Texas, para comprar el libro. De regreso le relaté algunos capítulos de la novela −los más escandalosos− a Salvador Flores Guerrero, que en paz goce. El único comentario que hizo Chava cuando acabé la narración fue éste:
-Saltillo.
(Continuará).