Una vida secreta

Opinión
/ 31 mayo 2024

Henry Spencer Ashbee era el prototipo del correcto caballero inglés. Nacido en el seno de una familia aristocrática (Londres, 1834), pertenecía a la mejor sociedad inglesa, y era recibido con frecuencia por la Reina Victoria y su consorte, el príncipe Alberto.

Casado y padre de tres hijos, presidía o formaba parte de varias asociaciones de prestigio, tanto profesionales como de beneficencia. Se destacaba por la piedad de sus prácticas religiosas -asistía a la iglesia anglicana-, y su conocimiento de la Biblia era admirado aun por los ministros de la fe.

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Comerciante distinguido, viajó extensamente por Europa, Asia y África, y escribió varios libros en los que recogió sus experiencias de sabio viajero. Tuvo amistad cercana con sir Richard Burton, el gran explorador; primer hombre de Occidente que logró entrar, disfrazado, en la ciudad sagrada de los musulmanes, la Meca.

Enamorado de España, Ashbee reunió la más vasta colección conocida de estampas del Quijote, que hizo publicar con extensas notas suyas acerca de la obra de Cervantes. Ese ímprobo trabajo de erudito le valió ser nombrado en 1896 miembro correspondiente de la Real Academia de la Lengua Española.

Su vida fue espejo de moralidad. Los padres de familia lo ponían de ejemplo a sus hijos. Recibió toda suerte de homenajes. Cuando murió, en 1900, se le rindieron honras fúnebres excepcionales. Conspicuos personajes de su tiempo pronunciaron en la iglesia y en el cementerio elogios fúnebres conmovedores.

Poco después de su muerte, sin embargo, se supo que Henry Spencer Ashbee había llevado una doble vida. La primera, la del burgués convencional de la época victoriana, pilar de su comunidad; la otra, la arrebatada vida oculta de un hombre poseído por un impulso erótico tremendo, capaz de llegar a los mayores excesos para satisfacer los apetitos y aficiones que debía por fuerza refrenar en el estricto ámbito doméstico y en aquella puritana sociedad inglesa del siglo diecinueve.

Ashbee se dedicó a reunir la más grande colección de libros pornográficos que el mundo haya conocido. Más de 10 mil volúmenes juntó sobre temas eróticos, en varios idiomas, y comprados en los numerosos países a los que viajó. Alquiló una casa en el centro de Londres únicamente para tener ahí su colección, que mostraba sólo a sus más íntimos amigos. Se inventó un seudónimo fincado en las dos partes de su apellido, Ashbee: ash, que significa fresno, y bee, que quiere decir abeja. Con los nombres latinos de esos objetos, fraxinus y apis compuso el nombre Pisanus Fraxis, y con él firmó tres catálogos en los que organizó la extensa bibliografía sicalíptica que recogió en sus viajes. A él se atribuye la autoría de un extraño libro, “Mi vida secreta”, memorias de un viajero que afirma haber tenido trato carnal con 2 mil personas, hombres y mujeres, en el curso de su agitada vida erótica. Sólo existen seis copias de ese libro. En mis tiempos de estudiante de la Universidad de Indiana, la consulta del ejemplar que tiene ahí el Instituto Kinsey era cosa obligada.

La oculta existencia de aquel correcto caballero me afirma en mi convencimiento de que caras vemos, entrepiernas no sabemos. Gente que conocemos, de mucho respeto y gran moralidad, podría escribir también “Mi vida secreta”. Su lectura nos dejaría turulatos, y nos haría exclamar boquiabiertos y asombrados: “¡Mira! ¡Y tan seriecito -o tan seriecita- que se veía!”.

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