“Veracruz es la sonrisa de México”. La primera vez que usé esa frase no la dije para que se inscribiera en bronce eterno o mármol duradero, sino porque me salió del corazón. En efecto, el veracruzano, y en especial el jarocho, o sea el que nació o habita en el Puerto, tiene el don de saber gozar la vida. Sabiduría mayor y más godible que ésa será difícil encontrar. Permítanme un momentito, por favor. Voy a consultar la palabra “godible”. Ese adjetivo significa agradable, alegre, placentero. Mi ilustre paisano don Artemio de Valle Arizpe empleó dicho arcaísmo en la primera línea de la sabrosa y picaresca biografía que escribió de doña María Ignacia Rodríguez de Velasco, la Güera Rodríguez, famosa en tiempos de la mal llamada Colonia por su belleza y su peregrino ingenio. Puso don Artemio al comienzo de la obra: “Eran dos doncellas muy godibles”. El Presidente Alemán, recién nombrado académico de la Lengua, a fin de ver si con eso la docta corporación obtenía más recursos, le afeó al Cronista el principio de su obra, por parecerle vulgar. “¿Por qué vulgar?” –se azaró don Artemio–. Le dijo el mandatario: “Eso de: ‘Eran dos doncellas muy jodibles’...”. “Godibles, señor Presidente; godibles” –lo corrigió, apurado, el saltillense–. Advierto, sin embargo, que ando por los cerros de Úbeda, lo cual es uno de mis usos y costumbres. Regreso a Veracruz, y disfruto un lechero en La Parroquia, sopeando en él una bomba, delicioso pan de dulce que en otras latitudes se conoce como volcán, y en las mías como concha. Degusto un insólito plato de hueva de nácar en El Torbellino; después un clásico mint julep en el bar del Diligencias, y luego voy a algún restorán de los portales, frente a la Catedral, y con cristiana resignación me someto al infaltable albur del avieso camarero que con tono inocente me pregunta: “¿Le doy unas picaditas, señor?”. Todo ese gozo se ve hoy ensombrecido por el hecho de que mi amado Veracruz tenga de gobernador a un hombre como Cuitláhuac García, quien para congraciarse en forma lacayuna con AMLO no sólo organizó, sino incluso participó personalmente en una manifestación bajuna y ominosa contra la presidenta de la Suprema Corte, Norma Piña, y el ministro Alberto Pérez Dayán. El tal Cuitláhuac hizo llevar dos ataúdes −su secretario de Gobierno, Eric Cisneros, ayudó a cargar uno de ellos−, en una acción claramente intimidatoria, amenazante, que debería avergonzar a quien la perpetró y a quienes en ella tuvieron parte. He ahí los resultados de las cotidianas agresiones de López a la Suprema Corte y de su política divisionista y de polarización de la sociedad. Los insultos de jaque de barriada proferidos por el tabasqueño son repetidos por sus paniaguados, y pueden tener consecuencias de las cuales será responsable el autócrata de la 4T. Mucho mal ha hecho el caudillo, y males mayores causará si sigue propiciando con su actitud omisa los excesos de sus cortesanos... En las elecciones de Coahuila, el próximo 4 de junio, un voto por Morena o por el PT será un voto contra Coahuila... El esposo le comentó a su amigo: “Sorprendí a mi mujer desnuda en el taller de un pintor”. Adujo el amigo: “Seguramente estaba posando para el artista”. Acotó, mohíno, el otro: “Era un pintor de coches”... “¿Cómo te llamas?” –le preguntó la madama de la casa de mala nota al joven marinero–. Respondió él: “Call me Ishmael”. A la mujer le sorprendió que el muchacho hubiera escogido a la más grande y gorda de todas sus pupilas. Le dijo: “Vas a tener problema para encontrar el camino de la felicidad”. “No lo creo –replicó el marino–. Soy arponero en un barco cazador de ballenas”... FIN.
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