WTF con la cultura de la cancelación
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De un gesto informal pasó a convertirse en una práctica política y cultural más amplia en las plataformas digitales
La cultura de la cancelación es un fenómeno social contemporáneo que consiste en retirar apoyo público, simbólico o económico a individuos, instituciones o productos por conductas consideradas ofensivas, discriminatorias o inaceptables. De hecho: “La cultura de la cancelación (...) se desarrolla en las redes sociales de internet que busca reprochar a aquellas personas que han asumido actitudes o comportamientos que son mal vistos socialmente, aun cuando dichas conductas no constituyen un delito” (Cabrera y Jiménez, 2021).
Si bien el término resuena en nuestra época, tiene orígenes más antiguos. Como práctica histórica, han existido movimientos sociales que promueven desde reclamos masivos a reyes y faraones, así como los “periodicazos” hacia políticos y autoridades, relacionados con formas de denuncia pública, boicot y exigencia de rendición de cuentas.
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El origen del término “cultura de la cancelación” proviene del inglés “cancel culture”, el cual surgió en la cultura popular afroamericana. Una de sus primeras apariciones mediáticas ocurrió en 2014, en el reality “Love and Hip Hop: New York”, cuando un personaje dijo en tono humorístico “You’re canceled”. La expresión se popularizó en Twitter como una forma irónica de desaprobación, pero pronto se utilizó para señalar y “retirar apoyo” a celebridades, artistas o figuras públicas que cometían acciones consideradas inapropiadas. De un gesto informal pasó a convertirse en una práctica política y cultural más amplia en las plataformas digitales (Clark, 2020).
Un hecho que trascendió fue el movimiento #MeToo en 2007, cuando miles de mujeres compartieron testimonios de acoso y abuso sexual en redes sociales. Las denuncias derivaron en consecuencias reales para figuras poderosas como Harvey Weinstein. Desde ese momento la idea de “Cancelar” dejó de ser una broma en línea para convertirse en una herramienta de justicia social y presión colectiva en la búsqueda de generar cambios institucionales.
Según los trabajos de Ng (2020) y Clark (2020), existen diferentes tipos, que varían según el contexto, el objetivo y la intensidad:
Cancelación individual: dirigida a personas específicas (celebridades, políticos, influencers, académicos) por acciones u opiniones consideradas ofensivas. Suele implicar pérdida de reputación, oportunidades laborales o presencia mediática.
Cancelación institucional o corporativa: se aplica a empresas, marcas, universidades u organizaciones que incurren en prácticas discriminatorias, explotación laboral o posicionamientos políticos polémicos. Ejemplo: boicots organizados contra marcas por campañas percibidas como ofensivas.
Cancelación simbólica o cultural: afecta obras artísticas, series, libros o productos culturales que son reevaluados críticamente a la luz de valores actuales. No siempre implica censura legal, sino debates sobre representación, memoria y poder.
Cancelación comunitaria o interna: ocurre dentro de movimientos sociales o comunidades ideológicas, cuando miembros son cuestionados y excluidos por no adherirse a normas internas o por conductas contradictorias con sus principios.
Cancelación performativa: se refiere a acciones superficiales de cancelación (por ejemplo, dejar de seguir una cuenta públicamente) que buscan mostrar una posición moral más que generar un cambio estructural (Clark, 2020).
La cultura de la cancelación se ha vuelto popular y ha encontrado un nicho en la esfera pública digital; inclusive en Latinoamérica ha transformado su término a la palabra “funar”, que tiene similitud y funciona como sinónimo entre las poblaciones jóvenes. ¿Qué vuelve tan popular querer funar o cancelar?
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Esta actividad presenta algunos riesgos significativos en el día a día de las personas. Uno de ellos es la simplificación de problemas complejos o fuera del Estado de derecho. Es importante advertir que las redes sociodigitales favorecen mensajes breves y emocionales, reduciendo debates profundos a posturas binarias que dificultan el diálogo y reemplazan procesos deliberativos por reacciones inmediatas (Ng, 2020). Además, suele promover linchamientos digitales, donde la presión colectiva y reactiva se puede transformar en acoso masivo, pérdida de empleo o aislamiento social, sin mecanismos proporcionales ni oportunidades de reparación, pues no existe regulación al respecto.
La popularidad de “cancelar” o “funar” se explica por factores psicológicos, sociales y mediáticos. Participar en cancelaciones da una “sensación” de poder colectivo, sobre todo cuando las instituciones no actúan frente a ciertas realidades; permite ejercer una forma simbólica y visible de justicia (Clark, 2020); no obstante, la falta de regulación y entidad legal de actitudes en Internet y prácticas “cancelables” muestra el reclamo ciudadano de una moral que ha ido cambiando y merece ser atendida.
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