¿Y la democracia?
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Es normal que la gente se exalte cuando se trata de competencias. Si por un juego de futbol hay quienes tienen el atrevimiento de golpear a otro solo porque viste una playera con un signo que pertenece a quien él considera enemigo, ¿qué será si hablamos de candidatos a ocupar el puesto más grande de la nación? Dejé de dar mi humilde opinión acerca de mis simpatías o antipatías sobre candidatos porque veía inmediatamente que quien me escuchaba se empezaba a molestar. ¿Qué me importa por quién voten?, es su convicción y saben que su votado puede ganar o perder, igual que el mío (la mía).
Me puse a recordar que en el Saltillo colonial muchos varones se negaban a aceptar ser alcaldes. Consideraban que ese puesto era perdedera de tiempo, pero como la alcaldía duraba un año (el nuevo electo iniciaba el primero de enero) al final los vecinos lo convencían. Hubo buenos y malos funcionarios. Encontré en el archivo que uno de los buenos había sido analfabeto. Finalmente tenía cerebro y, como Sancho Panza en la isla Barataria, hacía lo que le dictaba su sentimiento de justicia y el bienestar de sus ciudadanos. Tenía autoridad y la usaba como creía correcto.
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Por parte de los tlaxcaltecas, ellos no tenían alcalde, sino gobernador. Así lo había impuesto el rey porque pensaba que era importante que crearan una república, término que implica algo más elevado que alcalde. Los indígenas de San Esteban también cambiaban gobernador cada año. Tenemos en el Archivo Municipal decenas de documentos en que iban votando públicamente diciendo sus preferencias. Hay uno de esos papeles con las rayitas que anotaban por uno u otro candidato en lengua náhuatl. El manuscrito es curioso porque el cabildo tlaxcalteca envió al nuevo gobernador con su teniente, su alférez y su alguacil a Parras para que Francisco de Urdiñola lo aprobara, cosa que, en efecto, sucedió: su rúbrica sella el papel.
Entre los yaquis hay también una especie de democracia, pero como son ocho pueblos, cada uno nombra a su cobanao (coba: cabeza; nao: principal), ya electos se reúnen los ocho en Vícam para darse el reconocimiento los unos a los otros. Cada cobanao escogía su tropa yoemia (sus funcionarios, por decirlo de alguna manera).
Claro que actualmente no podríamos ni siquiera soñar en una utopía parecida. Los ánimos están enardecidos y pueden llegar a romper límites. ¡Qué increíble lo que hizo el dirigente del PRI cuando micrófono en mano le gritó al candidato Máynez, que renunciara y le diera sus votantes a Xóchitl! Y Máynez dijo que no, así que “Alito” Moreno le espetó que, si le faltaban huevos, él le prestaba. Llegar a eso es de tal bajeza que nada más por decoro le negaría el voto a Xóchitl, que también tiene un vocabulario florido.
Se puede criticar a Máynez por varias cosas, pero hay que reconocer que empezó la campaña muy tarde, que no le daban dinero para anuncios y que el mismo gobernador de Nuevo León lo menospreciaba. Paso a paso fue haciéndose estimar y llegó a criticar a las dos mujeres candidatas de frente. Creo que le ha dado brillo a algunas ideas y ha sugerido cambios interesantes. Sé que no tiene posibilidades, pero sí tiene lo que le ofreció “Alito”.