‘El festín de babette’: Un banquete para el alma y la película favorita del papa Francisco

‘El festín de babette’: Un banquete para el alma y la película favorita del papa Francisco

En memoria del Papa Francisco, presentamos esta reseña de Alfredo de Stefano sobre la película danesa de 1987

Artes
/ 22 abril 2025
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La muerte del Papa Francisco, ocurrida el 21 de abril de 2025, no solo marca el final de un pontificado profundamente humano, sino que deja como herencia una espiritualidad radicalmente encarnada en lo cotidiano. Su legado no solo se encuentra en encíclicas o discursos, sino también —como en los antiguos sabios— en los símbolos que eligió amar. Uno de ellos fue una película danesa de 1987: “El festín de Babette”, dirigida por Gabriel Axel y basada en un cuento de Karen Blixen. No era una superproducción eclesiástica ni un drama sobre mártires: era una historia sencilla, serena y silenciosa, que el Papa consideró su favorita. Porque en ella veía algo más que cine: veía una parábola del Evangelio vivida entre ollas, platos y silencios. Veía un gesto de gracia.

Una cocina como altar

Ambientada en un remoto pueblo luterano en la costa de Jutlandia, El festín de Babette narra la historia de una mujer francesa que ha huido de la Comuna de París y encuentra refugio en casa de dos hermanas solteras, hijas de un severo pastor protestante. Durante catorce años, Babette vive allí como sirvienta, cocinando sopas modestas y llevando una vida discreta, casi invisible. La comunidad practica una religiosidad austera, reacia al goce, al arte y al mundo.

Todo cambia cuando Babette gana inesperadamente la lotería. En lugar de regresar a Francia o asegurar su futuro, decide gastar cada moneda en preparar un banquete espléndido —con vinos franceses, codornices en salsa, postres celestiales— para conmemorar el centenario del pastor. El gesto desconcierta a los aldeanos, quienes aceptan la invitación con recelo, temiendo que la abundancia los aparte de Dios. Pero en esa mesa encendida por velas, sucede lo que solo el arte verdadero puede provocar: las rencillas se disuelven, los juicios callan, y lo humano se transfigura en comunión. Sin dogmas. Sin palabras. Solo sabores, miradas, perdón.

Para Francisco, una eucaristía laica

El Papa Francisco entendía este gesto de Babette no como una extravagancia, sino como un acto de fe radical. En entrevistas previas a su elección, Jorge Mario Bergoglio habló de esta película como una revelación espiritual. Para él, Babette era una figura cristológica: alguien que entrega todo sin esperar recompensa, que transforma lo cotidiano en un sacramento. Su banquete era una eucaristía laica, una forma de caridad silenciosa.

Donde muchos ven un banquete, Francisco veía una liturgia sin iglesia. Porque el cristianismo que él predicaba no era el de los grandes templos, sino el del pan compartido; no el de las condenas, sino el del abrazo. Babette, al darlo todo por una comunidad que ni siquiera entendía el valor de su don, encarnaba esa frase que Francisco repitió tantas veces: “El arte del encuentro”.

Cine, ternura y revolución

El festín de Babette no busca convencer, sino conmover. No se impone: seduce con la fragancia de lo hecho con amor. Esa fue también la ética pastoral del Papa: abrir puertas, invitar al otro a la mesa, acoger al extraño sin importar su credo ni su historia. En su encíclica Fratelli Tutti, hablaba del valor de compartir el pan y la vida. Esta película era, para él, esa encíclica no escrita: una mesa sin muros donde todos —incluso los que han sido heridos o expulsados— encuentran un lugar.

Babette cocina con lo mejor que tiene, y sin explicaciones. Así actuó Francisco: con gestos, con silencios, con misericordia concreta. Su revolución fue de ternura, no de poder. Por eso eligió como símbolo una película donde el milagro ocurre entre platos y copas de vino, y no en altares dorados.

El legado de una elección estética

Ver El festín de Babette hoy, a la luz de la muerte del Papa, no es solo un homenaje, es también un acto de duelo compartido. Porque en ese filme íntimo y aparentemente menor, hay una clave de su visión del mundo: el arte como puente, la belleza como compasión, la entrega como forma de redención.

Uno de los personajes de la película dice: “Un gran artista es alguien que regala toda su alma sin pedir nada a cambio.” Esa artista fue Babette. Pero también lo fue Francisco, quien —como ella— ofreció su vida como un banquete invisible, destinado a los que no sabían que tenían hambre de consuelo, de sentido, de comunión.

Verla hoy, como oración laica

Queda su legado. Queda esa mesa. Queda la posibilidad de volver a ver esta película como quien vuelve a leer un salmo, o a prender una vela. No para evadir el mundo, sino para habitarlo con más hondura. Tal vez esa era la verdadera fe de Francisco: la de un Dios que se manifiesta no solo en el templo, sino en la cocina; no solo en la misa, sino en el pan bien hecho.

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