La ciudad que nos habita
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“Una ciudad no se mide por su longitud y anchura, sino por
la amplitud de su visión y la altura de sus sueños”.
Anónimo
¿De qué manera influye el patrimonio en nuestro pensamiento y el desarrollo de nuestra cultura en nuestras ciudades? Más allá de que la denominación del patrimonio sea material o inmaterial, es un hecho que nuestra historia marca nuestra identidad y nos conduce a ser y parecer de un lugar específico. El teórico de la arquitectura Kevin Lynch, afirma que la imagen que se tiene de una ciudad es condicionante y define nuestro modo de imaginarla y crearla. Los componentes patrimoniales y en este caso, arquitectónicos de una comunidad, forman parte de una red de símbolos que observamos o miramos en nuestros trayectos y en nuestra vida cotidiana, los cuales se normalizan e interiorizan con el paso del tiempo y nuestro contacto con ellos. Otros autores mencionan que, estos sistemas de símbolos emplazados en las sociedades son el resultado y, no solamente eso, sino la condición para que se desarrolle la cultura: “la cultura en su totalidad puede ser considerada como un texto, (...) un texto complejamente organizado que se descompone en jerarquías complejas”.
Lo anterior, quiere decir que cada representación cultural, como lo es el patrimonio material o inmaterial de los pueblos, forma parte de nuestro lenguaje, se nos acerca desde el exterior pero, al encontrarnos inmersos, se vuelve parte de nuestra visión del mundo entendido como nuestro entorno inmediato. Sin embargo, este universo que nos rodea y nos conforma, no es estático y cambia, así como cambian las estaciones o el clima, incluso en estos tiempos que corren, más rápido.
Otros autores mencionan que, los centros históricos, dentro de este marco cultural, son un eslabón entre lo nuevo y lo antiguo, no como una secuencia lineal, sino como la evolución de sus características físicas, donde lo antiguo produce lo moderno confiriéndole existencia a lo histórico. En este sentido, se afirma que las intervenciones que se llevan a cabo en los centros históricos deberían ser permanentes y sostenidas por procesos sociales en su transformación y/o conservación, por lo tanto, las acciones concretas que se lleven a cabo en esta esfera histórica patrimonial arquitectónica, no debieran ser resultado de una administración u otra, sino parte de una voluntad superior que coloque la imagen de nuestra ciudad y por lo tanto su cultura en todas las agendas de todos los órdenes de gobierno, en un largo arco temporal que no termine, donde se agregue valor, por medio de “políticas sin fin”.
Asimismo, la imagen de la ciudad como conformadora de nuestro lenguaje visual y por lo tanto de nuestra cultura, nos impacta directamente y modifica nuestras actividades cotidianas, sin embargo, estas actividades y estas acciones que debieran ser interminables, son responsabilidad de sociedades y gobierno en conjunto. Las decisiones pueden enriquecerse al considerar a los usuarios directos de cualquier punto geográfico por medio del diálogo y el sentido común, por encima de intereses económicos o bien, considerando los intereses económicos pero sin sobrevalorarlos. De tantos fenómenos que suceden en los centros históricos y que impactarán en mayor o menor medida el lenguaje visual de nuestra ciudad, se encuentra la famosa gentrificación, que no es sinónimo de remodelación o “afresamiento” como lo menciona Carla Escoffié en su libro titulado “País sin techo”, este fenómeno es complejo e intervienen en él múltiples factores y además, desencadena otras problemáticas sociales, pero también culturales, porque al verse modificado el comportamiento o la vocación de nuestros edificios y espacios patrimoniales, también se modifican nuestras maneras de transitarlos y habitarlos, promoviéndose un cambio en nuestro lenguaje cultural que tiene el riesgo de perder de vista la identidad y la historia, los símbolos culturales y nuestras tradiciones.