Pueblo mío

Artes
/ 25 mayo 2021

"¿Señoras y señores, les gustaría leer una bella historia de amor y muerte?" Claro que sí, no existiría el arte o la literatura, ni Shakespeare, Novalis o García Márquez si dijéramos "¡No!" Mas dejando atrás esta pregunta antiquísima y fundadora de mitos (Tristán e Isolda, Romeo y Julieta, Pancho y Pancha, etc...) les haré una pregunta más vulgar, y me avergüenzo al proponérselas: "¿Señoras y señores, les gustaría leer una bella historia de amor acerca del pueblo?" Yo saldría corriendo luego de escuchar esta pregunta, principalmente por una razón: no existen bellas historias acerca del pueblo, pues nadie sabe qué cosa es eso. No los cansaré, pues estoy seguro de que son personas muy ocupadas en morir poco a poco, pero sé, o sospecho, que es distinto a sentir a una mujer fallecer entre tus brazos, o a un hombre adelgazar agobiado de suspiros, que sentir a un pueblo oprimido por la bajeza y agobio de sus tiranos. Me imagino a una hermosa mujer pálida y vehemente depositar en mí sus últimas caricias, sí, pero no sé cómo valorar este sentimiento si algo llamado "pueblo", me hiciera el alcalde de sus esperanzas. No sé qué cosa es el pueblo; y, lo siento, pero no me esforzaré en dar una cátedra o ladrar etimologías, ni tampoco elaboraré una historia colmada de dramatismo utópico acerca de lo que significa tal entidad social. Quiero decir que no les endilgaré la historia de la palabra ni de su sustancia (Aristóteles vive y vive). La masa, la sociedad, los ciudadanos, la tribu, la pandilla, la familia de mi pareja, no tengo la menor idea de lo que significan cuando los trato de comprender como unidad. Sé que existen personas simpáticas y otras que han sido vomitadas por el perro que ladra en la esquina de la cuadra. Por supuesto creo que todo este mitote se trata de un concepto que cada quien define, acomoda o distribuye a su manera o conveniencia.

Cada vez que alguien me habla del famoso pueblo, de su ética, sus tradiciones, sufrimientos y sus costumbres me imagino a una cosa que llora, sin imaginar en qué consiste la famosa cosa y si en verdad posee alguna clase de realidad. Por supuesto, y ya que soy un intelectual emergido de todo este malentendido pueblerino, creo poseer ideas al respecto, e incluso podría atiborrarlos de nociones, mitos o relatos que den fe de su existencia. Sin embargo, les diré la verdad; es decir, les contaré un par de secretos. Detesto formar parte de una pizza, etnia, raza o masa consciente de sí misma. Son, todos los actores del teatro pueblo, una lacra, materia que debe correr por los albañales, miseria que los humanos lanzan a las calles y al espacio público como si fueran diamantes: ¿Quiénes? Esa masa excrementicia que algunos insisten en llamar pueblo con tal de traficar en su nombre y construirse un placer moral. En Portales, Tacubaya, Centro Histórico, o Álamos he tenido que darme de golpes con esa bazofia que ustedes adoran como pueblo, tal como si fuera el ser de Heidegger o el ser simbólico de Cassirer. He debido lidiar y poner a prueba mi suerte y mi físico en puestos de tacos, en microbuses y estaciones del Metro, en mercados, torterías, carreteras y colonias carentes de alumbrado público, en antros y cabarets, en pueblos dominados por el narco y en municipios sin justicia. Algunos de estos alacranes (integrantes del pueblo) son mestizos, otros mulatos o güeros, otros son indios sin nobleza o criollos por azar, pero no han hecho más que hacer mi vida desgraciada. Ojalá estuvieran educados, amansados, civilizados o castrados. Todo lo anterior puedo exclamarlo ya que, supuestamente, pertenezco al pueblo, debido a mi origen, mi condición económica y mi vivencia.

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