‘Todo el tiempo estamos conviviendo con lo insólito’: Cecilia Eudave
La escritora habló con Vanguardia sobre su reciente libro de cuentos, marcado por la catástrofe, la violencia y la anormalidad
Cecilia Eudave se autodefine como narradora, lo que más disfruta es contar historias. Y aunque ha escrito novelas e incursionado en la literatura juvenil, siente una predilección especial por el cuento y el relato breve. De esta preferencia surge su reciente libro “Al final del miedo”, publicado este año por Páginas de Espuma.
“Me gusta todo lo que tenga que ver con la brevedad, estas formas de narrar intensas y concretas que hacen que el lector quede conmovido y sacudido con lo que lee. No estoy de acuerdo con la cuestión de noquear al lector, pero sí de paralizarlo un poco para que termine de construir estas historias. Por eso me gusta la brevedad, porque tiene muchos silencios que el lector termina por cubrir y de esta manera se vuelve partícipe”, plantea la escritora en entrevista.
“Creo que de los géneros donde el lector participa son el cuento, la novela breve, el microrrelato y la poesía, porque son extremadamente sugerentes y, actualmente, tienen un impacto mayor en los lectores porque quieren participar. Ya estamos saturados de que nos digan cómo son las cosas, por eso queremos tener esa posibilidad de intuir, de terminar una historia”, añade la autora de “Bestiaria”.
En “Al final del miedo”, Cecilia lleva a sus personajes por acontecimientos aparentemente anodinos: el uso de la computadora, un día en la oficina, una noche de fiesta. Pero de pronto sucede un hecho improbable, rayando en lo fantástico, que trastorna la vida de los protagonistas e intriga al lector. Además, cada cuento está conectado con el siguiente, hay una concatenación de relaciones entre los distintos personajes que aparecen a lo largo de un libro que, según su autora, es inclasificable.
“Concebí ‘Al final del miedo’ como una especie de libro artefacto. El primer cuento que escribí fue el que le da título al libro y, a partir de ahí, fui construyendo los demás relatos. Recomiendo a los lectores que lean el libro de principio a fin. Si lo leen como si fuera una antología de cuentos se van a perder muchísimo de todas las sutilezas que quise poner ahí, de toda la manera en que estoy entrelazando a los personajes y cómo se están contando muchas historias. Es como un juego a distintos niveles.
“Todo el tiempo estamos conviviendo con lo insólito. Creo que la realidad como la conocemos es totalmente anormal. Ya no podemos encontrar una realidad pactada en la que todos coincidamos. Cuando nos regulan la manera de ver el mundo no hacemos catarsis y vivimos muy estresados. Entonces, cuando dejamos que lo insólito invada nuestro espacio de cotidianidad y le prestamos atención es una manera de examinarnos, de la introspección”, plantea.
En el libro hay una anormalidad de la violencia y la catástrofe. De pronto aparecen, en distintas partes del planeta, enormes agujeros negros que se tragan casas, autos, personas. Circula la sensación de que el fin del mundo se acerca y, a la par, cada personaje debe lidiar con su apocalipsis personal, que importa mucho más que lo que sucede afuera.
“Todos estos juegos tienen que ver con que debemos de convivir con lo anormal de manera natural. Mi escritura es una escritura de umbral, yo me sitúo justo en la delgada línea que separa a lo insólito de lo real y quiero que mis lectores también se coloquen ahí, que cuando lean Al final del miedo sean lectores de umbral y, al terminar la lectura, decidan de qué lado de la balanza quieren colocar el libro: si todo es perfectamente posible y tiene una explicación, o puede ser insólito.
“Muchas mujeres estamos escribiendo este tipo de representación de la realidad porque es una manera de crear una especie de contrapunto ante la violencia que se está viviendo. No solamente la que experimentan las mujeres sino todos los grupos marginados por este sistema hegemónico, patriarcal, unilateral, impositivo y homogéneo que quiere crear solamente sujetos de rendimiento que no se vean a sí mismos, que no reconozcan sus trabas sociales, sus impedimentos”, detalla la ganadora del Premio de Novela Juan García Ponce.
Durante la pandemia, una de las notas virales fue la aparición de un socavón en Puebla que creció tan rápido que incluso le cabía un estadio. Y aunque Cecilia escribió mucho antes el libro, señala que estos hundimientos se han vuelto una constante en los tiempos actuales.
“Cuando empecé a escribir este libro, aparecieron agujeros negros. De ahí salió la idea, no es como que me lo hubiera inventado. Siempre han estado ahí, pero nadie los veía. Cuando terminé el primer borrador del libro aparecieron otros hundimientos. Cuando se publicó en Páginas de espuma y fue la presentación en España, se hizo un agujero enorme en Madrid Ahora, con el libro en México, salen en Puebla. Juan Casamayor (fundador de Páginas de Espuma) bromeaba y decía que si yo no había creado una especie de artefacto para abrir las entrañas de la tierra y me reí mucho. Yo no escribí el libro durante la pandemia, tiene muchos años de trabajo, pero encontró su mejor momento ahora, cuando la gente está más sensible ante la posibilidad de lo catastrófico y tenemos más tiempo para la introspección”.
En Al final del miedo los agujeros no sólo aparecen en ciudades, también en los sueños de los personajes de algunas de las historias. Los abismos se multiplican en el espíritu a través de los miedos, las frustraciones, la violencia. Sin embargo, hay pasajes con mucho humor “para suavizar la tensión, porque no todo el tiempo tenemos que estar sufriendo”, comenta Cecilia entre risas.
“La metáfora misma de los agujeros negros es que todos estamos abismados, somos enormes abismos. En los cuentos aparecen parejas, no necesariamente en relación de matrimonio, también de noviazgo, amistad, fraternidad, porque finalmente siempre necesitamos un interlocutor. El otro es como una especie de espejo que puede reflectar nuestras emociones. Al final del miedo propone que nuestras obsesiones y frustraciones nos pertenecen a todos, no tenemos la exclusividad.
“Estos agujeros que se establecen en el libro apelan al lector, a sus emociones, no solamente a su intelecto. Creo que la literatura no debe olvidar que debe conmover porque eso es nuestra parte más humana”, concluye.