Un alma en línea, un cuerpo en pausa: ‘La singular vida de Ibelin’

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El documental de Netflix sobre cómo un joven cuyo cuerpo no le permitió vivir de manera convencional, encontró en el mundo virtual una forma de crear comunidad y cambiar su vida y las de otros
A veces, vivir no significa moverse, correr o abrazar. A veces, vivir es pulsar una tecla, entrar a un mundo inventado, y ser, en ese otro lenguaje, alguien completo. La singular vida de Ibelin, documental dirigido por Benjamin Ree, no es solo una historia sobre videojuegos ni sobre enfermedad: es un canto silencioso al deseo de existir cuando todo lo demás falla. Es la biografía de un joven que, al no poder caminar, eligió volar.
El cuerpo que calla, el avatar que habla
Mats Steen nació en Oslo con una sentencia: distrofia muscular de Duchenne. Su cuerpo, lentamente, se convirtió en un margen. A los 25 años, cuando murió, sus padres creían que había llevado una vida solitaria y triste. Pero no sabían que Mats había vivido otra vida, secreta y luminosa, dentro del universo digital de World of Warcraft. Allí era Ibelin Redmoore: aventurero, fuerte, valiente, empático. Un caballero sin debilidad, sin silla, sin límites.
Lo que sigue es el descubrimiento de una existencia paralela, más rica que la que sus padres imaginaron. Una vida tejida con afectos, misiones compartidas, noches de combate, historias de amor y lealtad. Más de 20 mil horas en línea no fueron fuga, sino permanencia: la forma que Mats encontró de dejar huella cuando el mundo físico se le cerraba.
La animación como revelación
Ree acierta al no narrar la historia con lástima. Alterna entre grabaciones domésticas (el cuerpo frágil, los días repetidos, la espera de lo inevitable) y recreaciones animadas de su mundo digital. Esas secuencias no son solo bellas: son reveladoras. Allí donde la cámara muestra parálisis, el avatar de Ibelin se mueve con gracia. Allí donde la voz titubea, la palabra escrita fluye, precisa y generosa.
Gracias a los registros de chats, al blog que Mats escribió y a los testimonios de sus amigos virtuales, entendemos algo mayor: Mats no evadía la vida, la reinterpretaba. Ibelin no fue un disfraz. Fue su forma de ser más auténtico. En un mundo que lo miraba como un paciente, en WoW era un guía, un apoyo emocional para otros. Una mujer en depresión, un adolescente autista, una madre desconectada: todos encontraron en él un puente.
¿Y si la pantalla fuera una ventana?
La película interpela sin sermonear. No romantiza la enfermedad ni idealiza los videojuegos. Pero sí cuestiona el desprecio que muchos adultos tienen hacia el mundo virtual de sus hijos. Los padres de Mats —llenos de ternura y culpa— confiesan que jamás imaginaron la intensidad emocional que vivía su hijo tras la pantalla. La revelación llega tarde, pero llega: su hijo no solo “jugaba”, vivía. Vivía de otra forma, pero vivía con hondura.
La pregunta que flota es incómoda: ¿cuántas vidas despreciamos por no entender sus códigos? ¿Qué significa una vida “real”? ¿El cuerpo o el impacto que dejamos en otros?
El héroe fue siempre él
En un mundo que valora la velocidad, la productividad y la visibilidad, Mats no parecía encajar. Sin embargo, en lo invisible, fue un héroe. En lo silencioso, dejó un legado. El 18 de noviembre, cada año, jugadores de todo el mundo se reúnen en World of Warcraft para recordarlo. Blizzard, la compañía creadora del juego, erigió un monumento virtual en su honor. Pocas estatuas físicas tienen tanto sentido.
La singular vida de Ibelin no trata sobre la muerte, sino sobre la capacidad humana de reinventarse. No es un documental sobre videojuegos, sino sobre comunión. Sobre cómo, a veces, el alma encuentra su forma más libre en un universo que los demás consideran ficción.
El documental de la singular vida de Ibelin me removió de una forma loco, larga vida al internet, larga vida al wow y larga vida a Ibelin 🤍 pic.twitter.com/elc6X6lrs0
— laura 🌸 (@lavrabel) November 30, 2024
Conclusión: una existencia expandida
Mats no pudo bailar, pero supo acompañar. No viajó, pero construyó comunidad. No besó en la vida física, pero supo amar: “Fue solo un beso virtual, pero casi pude sentirlo”, dice una voz en la película. Y ese “casi” es una grieta donde entra la luz.
En tiempos donde se nos exige estar “presentes” solo si es presencial, La singular vida de Ibelin recuerda que no hay geografía más real que la del afecto. Que vivir no es solo ocupar un cuerpo, sino habitar un vínculo.
Calificación: ★★★★★
Disponible en NetflixAdvertencia: Puede hacerte llorar. Pero también puede hacerte comprender mejor a quienes “no están aquí”, pero están.