Un Geroca melancólico, pero con colmillo, invita a ver la ciudad desde su mirada
El artista y monero inauguró su ya tradicional muestra anual en el Cerdo de Babel, donde presenta piezas que van desde su habitual crítica social satírica hasta estudios pictóricos de la cotidianidad de la ciudad
Ver la ciudad a través de los ojos de Geroca siempre es una delicia. Incluso con los años, cuando parece que uno ya sabe a lo que va, lo que encontrará en sus escenarios “bosqueños”, el artista sabe sorprender bajo sus propias reglas.
Las últimas exposiciones que presentó en la Taberna el Cerdo de Babel estuvieron llenas de payasos, bullicio, incluso en medio de la pandemia —aunque también representó la calma y la inquietante serenidad que provocó—, por eso ahora el contraste llega con una serie más mesurada y melancólica, sin olvidarse de esa aguda y picante crítica social sobre los temas importantes para él.
En “Paisajes de aquí y de allá”, que se inauguró el pasado martes en el popular bar del Centro Histórico, Geroca abre nuevamente la puerta a su universo, lleno de color, detalle y personajes retratados como extraordinarios desde su normalidad, ahora con vistazos al cotidiano de Parras de la Fuente, Torreón y Monterrey, a los cuales volvió tras dos años de encierro.
Son 97 piezas, montadas a lo largo, ancho y alto del lugar, las que nos colocan en sus zapatos y nos invitan a mirar la ciudad desde perspectivas peculiares. Esto no solo por su conocida mirada irreverente y crítica, si no también porque ahora su preocupación se inclina a la pintura misma.
Dicho interés queda claro casi al final del recorrido —¿hay quien se pasee por el Cerdo de Babel para observar la exposición en turno antes de tomar su mesa? Sería buena práctica— pero es visible desde el inicio, en la obra principal de la muestra, donde observamos a ojo de dron la parte trasera de la Catedral de Santiago y cómo se funde el perfil de la ciudad con el horizonte, lleno todo de detalles, calles y edificios reconocibles.
Aquí hay uno que otro personaje pero es notorio que en esta ocasión Geroca estaba más interesado por crear un paisaje de Saltillo, desde un punto de vista en apariencia imposible para el peatón, pero factible si se toma en cuenta la inclinación geográfica del corazón de la capital coahuilense. Un paseante tan observador como él seguro tiene un mapa mental, además de apuntes gráficos, de la zona.
En esta pieza, que suele servir como síntesis de toda la colección, aunque no hay personas a pie sí pululan los autos, situación de la cual siempre ha sido crítico y nuevamente se refleja en otras obras donde retrata choques automovilísticos, el smog que generan y hasta animales atropellados.
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El viaje continúa por las ciudades vecinas, donde nos ofrece vistazos a esas cotidianidades, como una tarde de tertulia en la Plaza de Armas de Torreón o un paseo por su homóloga de Parras de la Fuente.
Sin embargo, la más grande sorpresa llega en la última parte, con una serie de pinturas que rozan en lo melancólico y lo convencional. Un bodegón de un florero; el retrato de un perro asomándose por la ventana de un domicilio particular; un ave tomando agua de un charco o una mujer pasando de largo por una flor que creció entre el pavimento, son ejemplos de lo que el artista también hizo este año.
¿Se le acabaron los temas y ya no supo con qué llenar la galería? Podría parecer así, pero para el monero que dedicó dos piezas al cierre de la Plaza de Armas de Saltillo —con todo y cerdos vigilantes—, y otras más a los migrantes varados en la Central de Autobuses de Torreón a mediados de año y al oso que policías y ciudadanos asfixiaron hasta la muerte en Castaños, esta exploración pictórica es intencional.
Es más fácil especular que preguntarle al autor, ermitaño como es, porqué decidió dar unos pasos hacia atrás y revisitar estos géneros más mesurados —y al mismo tiempo capaces de destacar su ojo observador—, pero sería inútil.
Yo me quedo con la experiencia de poder acompañarlo, desde este lado del lienzo, a ver al mundo por sus yerros y sus bellezas, en este contraste natural donde la vida se da entre las grietas de la calle que busca asfixiarla.
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