Cultura y Pop: Lo que Hace un Artista

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/ 3 septiembre 2024

El video que documenta esta secuencia es una obra de arte, Tierra, hecha por la mujer que aparece en él, la artista guatemalteca Regina José Galindo

Una mujer delgada de origen latinoamericano está de pie, completamente desnuda, en un campo cubierto de hierba salvaje. Hay algunos árboles detrás de ella y una carretera al fondo, por donde de vez en cuando pasa un automóvil.

La escena parece tranquila, pero de pronto aparece una retroexcavadora, que empieza a cavar una zanja frente a la mujer; mientras extrae tierra, su garra se acerca una y otra vez a la mujer. La violencia del acto, el peligro y el contraste entre el frágil cuerpo y la máquina pone la piel de gallina. El espectador desea que la máquina se detenga o que la mujer se quite de en medio, pero la retroexcavadora continúa cavando, la mujer permanece inmóvil, y de vez en cuando la cámara hace un primer plano de su rostro: su expresión es feroz, pero obviamente está haciendo un esfuerzo por controlarse.

Tan pronto la máquina termina de cavar la zanja, gira, ajusta su posición, y comienza a cavar otra zanja, esta vez en un costado. Y así, durante treinta minutos, hasta completar un rectángulo, mientras la mujer continua firme, de pie en un precario pedazo de tierra.

El video que documenta esta secuencia es una obra de arte, Tierra, hecha por la mujer que aparece en él, la artista guatemalteca Regina José Galindo.

Nunca había oído hablar de ella, y la forma en la que me topé con su pieza es fortuita. Esa tarde había llegado a un hostal en Queens, Nueva York, y descubrí que a sólo tres cuadras estaba el MoMA PS1, una sala de arte contemporáneo de la que había oído hablar, pero que nunca había visitado, y cuyo nombre puede resultar confuso.

Así que conviene aquí hablar de dos tipos de museos.

El ultra famoso Museo de Arte Moderno (MoMA), ubicado en Manhattan, es junto con el Louvre parisino el mejor exponente de los museos que se han convertido en atracciones turísticas—lugares a los que la gente que nunca va a un museo en su vida cotidiana se siente obligada a ir cuando viaja. No es para menos. El MoMA tiene, entre muchas otras obras de arte que se han convertido en parte de nuestra cultura popular, La Noche Estrellada de Van Gogh, las sopas Campbell de Warhol, La Persistencia de la Memoria de Dalí, Las Señoritas de Avignon de Picasso, además de piezas de Pollock, Klimt, Rothko, Jaspers Johns, Monet, Lichtenstein, Kahlo y muchos otros artistas, junto con un Ferrari F1 de 1990, un helicóptero Bell-47D1 de 1945, y un ejemplar de la primera Macintosh de Apple de 1983.

Pero hacia 1971 la curadora Alanna Heiss se dio cuenta de que, aunque Nueva York era (y continúa siendo) un imán para artistas de todo el mundo, los museos tradicionales eran incapaces de darles oportunidad de exhibir su obra. Para paliar el problema, y consciente de la importancia de los artistas en el espíritu de la ciudad, Heiss fundó una organización para promover el uso de edificios abandonados como salas de exhibición y estudios para artistas, y cinco años más tarde fundó en Queens el Centro de Arte Contemporáneo PS1, cuyo nombre deriva del anterior uso del edificio (Public School 1).

Eventualmente el PS1 se alió con el MoMA y recibió su nombre, pero mantiene su independencia, su exploración artística, y su convencimiento de que los artistas son parte indispensable de la ciudad, de ahí lo que proclama el mural que está en su patio, justo antes de la entrada a su espacio de exhibición: “LOS ARTISTAS HACEN NUEVA YORK.”

Las diferencias con su hermano mayor son visibles inmediatamente. El PS1 no tiene filas ni está atiborrado. Su tienda no es una tienda de souvenirs, sino de libros de arte. Y no tiene una exhibición permanente, sino exhibiciones temporales de artistas locales, emergentes, o infravalorados.

Reconocidos o no, todos ellos hacen lo que cualquier otro artista.

Al principio pensé que la pieza de Galindo retrataba cómo el capitalismo, el sobreconsumo y la sobreproducción están destruyendo nuestro mundo—tal vez porque caminar por Nueva York esos días había hecho que mi percepción de esta tragedia fuera aún más aguda.

Después leí la documentación de la obra y confirmé que, en efecto, se refiere a “la explotación del trabajo, los recursos y la vida humana,” pero evoca un conflicto en concreto: “la masacre de cientos de miles de personas indígenas—en su mayoría Mayas Ixiles—durante la guerra civil de Guatemala (1960-96), enterradas en fosas comunes excavadas a máquina.”

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”A mi alrededor todo es caos, todo es robo,” dijo Galindo, “y sin embargo permanezco de pie, en posición frontal de lucha, defendiendo la tierra en la cual me sostengo con mis raíces.”

Este verano visité varios museos y vi varias piezas de videoarte. Y sin embargo, la única de la cual no pude despegar los ojos fue de esta.

Eso es lo que hace un artista. Imagina de la nada piezas, performances y artefactos que en apariencia no tienen uso ni aplicación —¿cuál es el punto de que una monstruosa retroexcavadora construya una zanja alrededor de una mujer desnuda?— y que sin embargo hablan a nuestra alma sobre nuestra existencia y sociedad.

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