También soy eso
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“Somos el campo. Introyectamos lo que nos es afín”.
“Somos el campo. Introyectamos lo que nos es afín.” Estas sabias palabras de uno de mis maestros no son fáciles de entender. Es más, son casi imposibles de descifrar sin un poco de contexto. Solemos decir que somos de cierta manera porque así nos criaron o nos educaron. Hay algo de eso, pero, si fuera la verdad absoluta, todos los hermanos seríamos iguales. Entonces, ¿qué sucede?
Nacemos con un temperamento y ese temperamento se identifica con las partes del campo (hogar, familia, cultura, etc.) que le son afines. Vamos aprehendiendo (así, con “h”), agarrando en el aire, lo que nos resuena. Entonces así nos vamos definiendo como personas. Así establecemos nuestra personalidad.
Esta frase la he escuchado muchas veces y anoche de pronto, al abrir el cuaderno y verlo allí escrito, tuve una pequeña epifanía, o satori, un despertar a la realización de que aquello que veo entorno a mí soy yo misma. No es algo que no supiera ya, sino algo que, en esta ocasión, llegó a la médula. Dicho de otra manera, me cayó el veinte. Lo sentí en el cuerpo. Desde entonces estoy un poco renuente a hablar sobre lo que veo en el campo (en mi vida y mi entorno). Tengo algo de sinsabor porque sé que no estoy en el mejor de mis momentos, y lo que estoy tomando del campo no es lo mejor que tiene para ofrecer.
Ayer estuvieron en casa unos muy queridos amigos. Su ofrecimiento es amor. Siempre son muy dadivosos, compartidos, y generosos. Ellos también son parte de mi campo. También soy afín a ellos. También soy eso.