Libro inédito de Borges reflexiona sobre el tango
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En el aniversario 30 de su muerte, se anunció la publicación de un título inédito. Su obra, quizá una de las más leídas, guarda aún incontables revelaciones
México.- En estos días se difundió la noticia de que la editorial Sudamericana publicaría El tango. Cuatro Conferencias, de Jorge Luis Borges, un libro inédito. Lo es desde el punto de vista editorial. No obstante, los textos que reúne datan de octubre de 1965, cuando el argentino reunió en Buenos Aires a un pequeño grupo para hablar sobre el tango. Probalbemente, el escritor no imaginó que sus palabras estaban siendo grabadas en un magnetófono —suerte para nosotros—.
María Kodama, viuda de Borges, certificó la autenticidad del material en 2013, pero fue hasta este 2016 que se publicaron aquellas reflexiones. Se trata de un texto revelador: detrás de esas páginas respira un Borges alegre, capaz de cantar con la voz más aguardientosa que podía emitir y, de un instante a otro, lanzar una crítica mordaz contra los códigos y las maneras de su tiempo.
Hay un aspecto de Borges que no deja de ser fascinante: la condición camaleónica de su escritura. Capaz de crear un universo entero con sólo dos oraciones, podía cambiar el sentido de un relato o de un poema sustituyendo solamente un adjetivo, con la facilidad de quien voltea un calcetín.
No obstante, la evolución de su literatura revela una cierta aspiración de simplicidad. Dueño de un inventario de palabras casi tan infinito como su Aleph, Borges renunció al barroquismo que se palpa en sus primeros textos para concentrarse en buscar la sencillez del lenguaje que, en su caso, resulta paradójico. "En el presente intento ser lo más simple posible, siendo complejo pero de una manera secreta y modesta, de una manera no evidente", dijo en una conferencia en el College de France en 1983, ya hacia el final de su vida.
No resulta extraño, entonces, que en sus últimos libros publicados abunde la poesía, ese género capaz de decir todo sin decir nada. Sin embargo, los poemas de Borges no lo decían todo. Enemigo de las declaraciones absolutas, el escritor argentino se decantaba más bien por lo que podía sugerir. Cuando quería hablar de sí mismo perfería escribir sobre espejos: "Si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un espejo, ya no estoy solo", sentenció en un poema.
La cantidad de páginas que se han escrito sobre su obra es tan inconmensurable, que agregar unos párrafos a esa nube de reflexiones no sólo parece arriesgado, también un poco pretencioso, y sólo contribuye a engrosar esa sensación reverencial que él mismo detestó. El hombre que concebía el paraíso como una biblioteca no tenía mayor ambición que ser leído con el anhelo puro de la felicidad. "La lectura debe ser una forma de la felicidad, un goce personal", afirmaba.
Plagados de universos, laberintos, ojos, sombras, sus textos revelan cierta angusta provocada por lo inabarcable. Sin embargo, Borges sabía que, pese a todo, era un escritor terrenal. Dedicó, por ejemplo, algunas de sus mejores palabras al rostro arrabalero de Buenos Aires. En 1965 publicó Para las seis cuerdas, un libro conformado por milongas colmadas de llantos, lamentos y olvidos. Pero su preocupación por las raíces data de sus años de juventud. A los 31 escribió el libro Evaristo Carriego; en él reflexiona sobre Buenos Aires, la ciudad en que creció y con la que, sin embargo, estrechó vínculos más imaginativos que documentales.
Alguna vez, el escritor Jorge F. Hernández comentó la satisfacción que le provocaba haber vivido en un tiempo en el que aún era posible coincidir con Borges. A nosotros, los desafortunados que nacimos varios años después de su muerte, nos queda el consuleo de vivir en un mundo donde sus palabras tienen todavía secretos que revelar.