Rutinas con propósito: estructura sin rigidez para niños(as) con autismo
Guía para acompañar a niños con autismo, fortaleciendo su seguridad y fomentando la flexibilidad cognitiva paso a paso.
Quiero explicar primero lo que es la inflexibilidad cognitiva en niños con autismo, a través de la pregunta:
Cuando hablamos de autismo necesitamos quitar un millón de paradigmas y estereotipos que lastiman la forma en cómo nos relacionamos con el diagnóstico. Tenemos la idea de que tooodas las personas con autismo tienen hipersensibilidad o que les molesta el ruido, o que caminan de puntitas, o que no saben socializar, o que no entienden doble sentido o ironía, etc. Es importantísimo que logremos abrirnos a la idea de que estamos hablando de un “espectro autista” porque es tan amplio que necesitamos conocer el autismo desde cada persona y no a cada persona desde el espectro.
Hay varios comportamientos, recursos, síntomas que suelen ser recurrentes dentro del espectro, pero no son exclusivos, pues pueden presentarse en otras neurodivergencias. Aclarando que una persona neurodivergente es una persona cuya manera de procesar, percibir, aprender, comunicarse o moverse difiere de lo típico (por ejemplo, autismo, TDAH, dislexia, dispraxia, Tourette). No es una enfermedad en sí, es una variación neurológica que a veces convive con discapacidades y puede requerir ajustes razonables en casa, escuela y trabajo.
En este artículo, al que llamé Rutinas con propósito: estructura sin rigidez para niños(as) con autismo, vamos a abordar el “sin rigidez” porque hablaré de la flexibilidad cognitiva: qué es la flexibilidad cognitiva y cómo se ve: Le cuesta cuando se cambia el plan a último momento, aunque el cambio sea pequeño. Necesita saber con detalle a dónde van, qué pasará y cuánto durará para sentirse en calma. Si está concentrado en algo, le resulta muy difícil parar aunque sea por un minuto. Cuando se le pide dejar una actividad a la mitad, se angustia o se enoja más de lo esperado. Prefiere que las cosas se hagan siempre igual (ruta, lugar en la mesa, marca de ropa/comida). Los imprevistos (no había su sabor, se cerró una calle) suelen terminar en llanto, enojo o quedarse “bloqueado”. Le molesta cuando se cambia el orden de las tareas (baño–cena–dormir, por ejemplo). Insiste en que las reglas no cambian y le cuesta aceptar variantes o ideas de otros. Se frustra si los demás no siguen su manera de jugar u organizar algo.
Quizás te sorprendas porque aparece la posibilidad de que no es que sea un “terco”, “berrinchudo”, “caprichoso”, etc.; quizás es una condición dentro de su neurodivergencia, ¿cierto?
Resulta que una característica de personas con ciertas neurodivergencias puede ser la inflexibilidad cognitiva y, más que terquedad, está la necesidad de la rutina, de la estabilidad, de la constancia. La constancia les ofrece mucha seguridad y el manejo emocional no es tan sencillo cuando se enfrentan al cambio; a diferencia de personas neurotípicas, la autorregulación puede resultar menos sencilla.
Cuando hablamos de Rutinas con propósito, nos dirige a que sean rutinas con auténtico para qué. Las rutinas les dan seguridad, aunque puede ser que cueste trabajo lograr el habituarse. Las rutinas les dan seguridad y debemos empezar por la smás simples y por lo tanto más importantes: Horarios de comida, horarios de dormir, jugar, bañarse, escuela, actividades. Para ellos es indispensable mantener la rutina y quiz´às resulte muy retador par ti, sin embargo te aseguro será una inversión que valdrá mucho la pena en cuestión d ela paz en casa.
Aquí te doy ideas de como ir entrenando la inflexibilidad con amor y paciencia.
“No vamos a cambiar todo hoy. Vamos a ensayar chiquito. Un minuto distinto, un paso en otro orden, un sabor alterno... con aviso, visual y tiempo.
Preguntas que ayudan a entrenar el “plan alterno”:
“¿Probamos este cambio dos minutos y luego decides?”
“Si no hay tu sabor, ¿cuál es tu opción de rescate?”
“¿Qué prefieres cambiar hoy: el orden o el camino?”
“¿Te aviso en 5–2–1 y tú me dices cuándo pausamos?”
Preguntas para familias (para aterrizarlo en casa):
¿Qué momento del día se nos enreda más (mañana, tarea, dormir) y por qué?
¿Qué visual ya usamos (lista con dibujitos, reloj, timer) y cuál nos falta?
¿Qué frase corta nos sirve para anticipar (“en 5... en 2... ahora sí”)?
¿Qué Plan B podemos pactar cuando el Plan A no se puede (otro camino, otro vaso, otro orden)?
¿Qué señales de sobrecarga vemos antes de la crisis (mirada fija, tensión, cubrirse los oídos) y qué pausa ayuda?
Preguntas para escuela (para aterrizarlo en el aula):
¿Cómo avisamos cambios (sustitución de maestra, simulacro, excursión) con tiempo y visuales?
¿Qué rituales de transición usamos entre patio → clase o libre → dirigida?
¿Qué alternativas tenemos cuando el ruido, la luz o el olor suben (rinconcito tranquilo, audífonos, tarea corta)?
¿Cómo hacemos reglas de juego pactadas pero flexibles (probar variantes, turnos de “quién propone”)?
¿Qué señales compartimos como equipo para pausar a tiempo (palabra clave, tarjeta, gesto)?
La idea no es que sean niños “perfectamente flexibles”, sino seguros, que pueden moverse de a poquito cuando la vida lo pide. La constancia nos da piso. La flexibilidad se entrena de la mano, con respeto y sin prisas. Estructura sí. Rigidez no. Y, sobre todo, mirarlos como lo que son: personas únicas.
Para nosotros, los educadores, primero romper con la idea de que es un “berrinche” nos ayudará a entrenar en lugar de solo modificar la conducta y nos dará la oportunidad de darles la seguridad emocional del cambio.
Aunque el tema es amplio y esto es una pincelada, recordemos que ellos y nosotros somos un “todavía”.
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