"Mona Lisa” de Leonardo Da Vinci, un retrato con muchos secretos

Artes
/ 7 mayo 2021

El Retrato de Lisa Gherardini, más conocido como Mona Lisa o La Gioconda es sin duda alguna la pintura más conocida del planeta. Esta obra de Leonardo Da Vinci está rodeada de misterios o incógnitas desde el momento de su creación en 150 y todavía hoy hay secretos a su alrededor que todavía perduran.

El Retrato de Lisa Gherardini, más conocido como Mona Lisa o La Gioconda, óleo sobre tabla, de 77 por 53 centímetros, cuelga bajo fuertes medidas de seguridad en el Museo del Louvre y, desde 2005, sobre un muro erigido especialmente para ella.

Leonardo da Vinci pasó los tres últimos años de su vida en el castillo de Clos Lucé muy cerca de la residencia de Francisco I, en Amboise y, a su muerte en Francia, en 1519, fue adquirido por el monarca francés pasando a formar parte de las colecciones reales.  

Durante los siglos XVII y XVIII, la fama de la obra fue languideciendo y en el XIX la Mona Lisa no era, probablemente, el cuadro más popular del Museo del Louvre. No colgaba en un sitio especial como en la actualidad, sino junto a otras obras de la escuela europea.

Fue a principios del siglo pasado cuando cobró notoriedad, al ser robada, concretamente en 1911, por un ciudadano italiano y, tras su recuperación, años después, comenzó a hacerse mundialmente conocida.

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¿A QUIÉN PERTENECIÓ LA SONRISA MÁS CAUTIVADORA DEL MUNDO?

 

A lo largo de los siglos, se han propuesto múltiples identidades para la mujer que inmortalizó Leonardo. Hoy sabemos, porque está documentado, que hacia 1503 Leonardo comenzó el retrato de Lisa Gherardini, esposa del mercader de telas, Francesco del Giocondo, por encargo de éste, con motivo posiblemente del nacimiento de su segundo hijo.  

Sin embargo, otros estudiosos llegaron a ver en ella a otra noble florentina, una amante de Juliano de Médici, a la madre del artista e incluso a un hombre –tal vez él mismo– detrás de la icónica sonrisa.

El mejor testimonio del impacto que causó la Mona Lisa se encuentra en la obra: “Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos”, escrita por Giorgio Vasari quien, en 1550, no solo revela la identidad de la retratada, sino que explica cómo Leonardo llegó a esbozar la sonrisa más fascinante de la historia del arte.        

"Por encargo de Francesco del Giocondo, Leonardo emprendió el retrato de Mona Lisa, su mujer [...]. Mona Lisa era muy hermosa; mientras la retrataba, tenía gente cantando o tocando y bufones que la hacían estar alegre, para rehuir esa melancolía que se suele dar en la pintura de retratos. Tenía un gesto tan agradable que resultaba, al verlo, algo más divino que humano, y se consideraba una obra maravillosa por no ser distinta a la realidad", relataba el escritor.

Vasari que también fue pintor destacado continuaba: "Todo aquel que quisiera ver en qué medida puede el arte imitar a la Naturaleza lo podría comprender en su cabeza [de La Gioconda], porque en ella se habían representado todos los detalles que se pueden pintar con sutileza. Los ojos tenían ese brillo y ese lustre que se pueden ver en los reales, y a su alrededor había esos rosáceos lívidos y los pelos que no se pueden realizar sin una gran sutileza. [...]. En la fontanela de la garganta, si se miraba con atención, se veía latir el pulso. Y en verdad se puede decir que fue pintada de una forma que hace estremecerse y atemoriza a cualquier artista valioso".

En el año 2005 se dieron a conocer las notas del florentino Agostino Vespucci  quien, en 1503, además de criticar a Leonardo por dejar sus obras sin terminar, indicaba que el pintor se encontraba en esa fecha realizando el retrato "de Lisa del Giocondo", con lo que parece cerraba el debate abierto durante siglos sobre la identidad de la mujer.

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LA GIOCONDA DEL MUSEO LOUVRE, ¿LA ORIGINAL?

 

Sin embargo, cabe preguntarse si el original del Louvre corresponde a la obra descrita por Vasari.

En 1517, el cardenal Luis de Aragón y su secretario, Antonio de Beatis, pudieron observar el cuadro en la residencia de Leonardo en Francia. Allí, según De Beatis, el propio pintor les refirió que se trataba "de una cierta dama florentina", encargado por Juliano de Médici, por lo que se deduce que sería una de sus amantes.

Entonces ¿Vasari  y Vespucci estaban equivocados?, o ¿será quizá que hubiera más de un retrato? En efecto, otro teórico, Paolo Lomazzo, a finales del siglo XVI habló de retratos diferentes, “La Gioconda” y “Mona Lisa”, respectivamente.

En su descripción, Vasari llama la atención sobre las cejas y pestañas de la retratada, que están ausentes en la obra del Louvre.

La pintura es todo un símbolo de la capital francesa. De tal modo, que el Louvre no hace intención de restaurarla, apenas los barnices oscurecidos por el tiempo. Se la prefiere mantener con el tono amarillento característico que es el que reconoce el público, tratando de evitar el rechazo que han producido algunas restauraciones similares con la aparición de los colores originales.

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DETALLES Y CURIOSIDADES A SU ALREDEDOR EL SECRETO DE SUS OJOS

 

El historiador italiano Silvano Vinceti aportó, en el año 2015, un alto grado de misterio cuando aseguró, en un estudio, que en el ojo derecho de La Gioconda aparecen las letras LV, que podrían responder a sus iniciales, y en el izquierdo las letras CE o CB, mientras que en el arco de uno de los ojos aparecería el número 72 o la letra L mayúscula y un 2.

 

LA MONA LISA DEL PRADO, INCÓGNITA DESPEJADA

 

No se sabe cómo llegó a España “La Gioconda” que existe en el museo del Prado, aunque el cuadro aparece catalogado en 1666. No sólo se trata de la copia más antigua conocida de la obra, ya que está realizada por uno de sus alumnos al mismo tiempo que el original, sino que presenta unas similitudes técnicas con la pintura de Leonardo realmente singulares, hasta el punto que fue considerada durante un tiempo del propio maestro.

Su paisaje inacabado y la presencia de cejas y pestañas inducen a pensar que tal vez éste fuera el cuadro descrito por Vasari, quien difícilmente podía haber visto la obra expuesta en el Louvre, puesto que Leonardo se la llevó consigo a Francia en 1516, cuando Vasari solo contaba con cinco años.

Tras los trabajos de restauración llevados a cabo en 2012 se vio que el fondo escondía el mismo paisaje que el de “La Gioconda” de París y, además, como explica la restauradora Almudena Sánchez: “Una reflectografía mostró que el dibujo era muy rico en detalles, algo impropio de una copia; era una obra realizada desde dentro hacia fuera”.

Se comparó con el dibujo subyacente de “La Gioconda” y vimos que ambos tenían las mismas correcciones en los mismos lugares”.  No cabía otra explicación, “Los dos se habían pintado al mismo tiempo, en el mismo lugar y utilizando la misma modelo”, afirma Sánchez.   

Leonardo creó su Gioconda codo con codo con el colaborador que ejecutó la que está en Madrid”, que podría ser Salai, su discípulo más querido, aunque no se descartan otras manos cercanas al artista.

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Si bien la sonrisa es la misma, y la mirada persigue al observador al igual que la de París, la del Prado tiene cejas y pestañas porque parece ser un retrato real, un verdadero retrato identificable para entregar, mientras las omitió en el de París porque, posiblemente, en ella buscaba una belleza idealizada, abstracta…  .

La pintada por Leonardo es más alta, de rostro más esbelto, de mayor airosidad, con un horizonte algo más bajo. La tabla de Madrid es 3 centímetros más baja y 4 más ancha. El velo de la que se expone en París es negro, la de Madrid es blanco, también cambia el color de vestido.

Pero lo más revelador es que el retrato del Prado carece del famoso “sfumato”, porque esta técnica inventada por Leonardo llegó años después. Sin embargo, en la del Louvre, como debió seguir trabajándola a lo largo del tiempo, lo incorporó después. Gracias a este descubrimiento, el museo parisino pudo rectificar la fecha de finalización de la obra de 1507 a 1519, año de la muerte del artista.

Otra incógnita despejada es que “La Gioconda” de Madrid está ejecutada sobre una tabla de roble de máxima calidad, con los pigmentos más valorados, como laca roja y lapislázuli, -demasiada riqueza para un discípulo-, lo que demostraría que contaba con los mejores materiales, seguramente porque se trataba de la pieza del encargo.

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MÁS SORPRESAS, “LA MONA LISA DE ISLEWORTH”

 

Otra incógnita es la llamada “Mona Lisa de Isleworth” en referencia al lugar donde residía Hugh Blaker, el coleccionista inglés que "la descubrió" poco antes de la Primera Guerra Mundial.  Adquirida por el estadounidense Henry F. Pulitzer, a su muerte pasó a un consorcio que la guardó en un banco suizo hasta 2003.

Desde entonces, se encuentra en manos de un grupo privado en Zúrich, la Mona Lisa Foundation, para los que la retratada es Lisa de Giocondo, pero más joven que las representadas en los cuadros del Louvre y el Prado, flanqueada por dos columnas.

Para ellos, ésta es la obra que describe Vasari, comenzada  a pintar hacia 1503. De ahí el nombre de “Mona lisa temprana”, y que dejó a medias cuando se vio obligado a abandonar Florencia, reclamado por el duque de Sforza, para instalarse en Milán

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DESTACADOS:

 

+ ¿Pero quién fue la Gioconda?, ¿una misteriosa dama florentina, o el retrato de la esposa de Francesco de Giocondo, como aseguraron los teóricos italianos Vasari y Vespucci?.  Lo que sabemos  es que Leonardo nunca se separó de la obra, incluso en su lecho de muerte en 1519.

+ Lo extraordinario de la figura tiene mucho que ver por la técnica del “sfumato” inventada por Leonardo que, difuminando los contornos, reducía el peso del dibujo y genera una apariencia poco definida, casi borrosa, creando una atmósfera misteriosa, como si la retratada trascendiera del aspecto físico para adentrarnos en su psicología.

+ Lo que verdaderamente disparó la fama de este retrato fue su sonado robo en el año 1911 por un italiano, que fue resuelto con el retorno triunfal de la obra al museo parisino del  Louvre en 1914, donde sigue exponiéndose.

Por Amalia González Manjavacas (Historiadora del Arte) EFE/Reportajes

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