Cuando bañarse no era una costumbre en Saltillo
Aunque el agua abundaba en el valle de lo que hoy es la capital coahuilense, hasta antes del Siglo XVIII bañarse no era una prioridad como parte de los hábitos diarios de los pobladores
¿Cada cuándo te duchas? Todos los días, un día sí y al otro no, tres veces a la semana, cuando te acuerdas después de olerte...
Los dermatólogos dicen que esa decisión depende de factores como cuidados de la piel, hacer o no ejercicio, olores corporales, disponibilidad del agua y hasta las ganas de cada persona.
Los mismos expertos señalan que si bien las necesidades de cada piel son distintas, en términos generales lo recomendable es ducharse diariamente o al menos 2 o 3 veces a la semana.
En el Saltillo antiguo, hasta antes del Siglo XVIII, bañarse ni siquiera era una opción que se considerara. A lo mucho, se daba asearse algunas partes del cuerpo.
No era cuestión de que no hubiera agua, al contrario, desde siempre lo que hoy es la capital coahuilense ha tenido diversas e importantes fuentes de abastecimiento.
Recordemos que por eso se llama “Saltillo”, en honor al ojito de agua que los conquistadores vieron en un llano cuando arribaron a estas tierras.
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Para ser más específicos, donde hoy se ubica la Parroquia del Santísimo Cristo del Ojo de Agua, en la Zona Centro.
Además, hasta ahora, uno de nuestros principales proveedores del vital líquido es la Sierra Zapalinamé, fundamental para el equilibrio del ecosistema en la ciudad.
Entonces, ¿por qué nuestros ancestros no se bañaban?
La respuesta obedece a algo tan sencillo como que no era prioridad y no se tenía conocimiento ni desarrollo de técnicas para hacerlo.
Digamos que aplicaban una cosa similar al “baño vaquero”. Ese dicho popular que se usa para referir un “bañito” pronto y sin detalle.
OLOR A ROSAS
Como dijimos, las técnicas eran escasas, pero existían. Por los escritos históricos que se han rescatado como herencia de los habitantes, se sabe que lo más común era lavarse manos y boca.
Para las manos se mezclaba un tanto de vino con un poco de agua. Mientras que para el lavado bucal se mordía un pequeño racimo de paja remojado en agua. Un cepillo quizá no tan cómodo, pero funcional.
¿Y las axilas? Ni pensar en que tuvieran la posibilidad de elegir entre un desodorante “roll-on” o “spray”. Qué “Axe Chocolate” ni qué “Lady Speed Stick”, sin complicaciones, todos con olor a rosas. Para eso, tal cual restregarse trozos de pétalos de rosas.
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Una investigación realizada por la historiadora María Elena Santoscoy y publicada por el Archivo Municipal de Saltillo, señala que en los testamentos e inventarios antiguos los saltillenses no dejaron rastro alguno sobre poseer lavabos o tinas de baño.
Mucho menos se describía más allá de lo que aquí comentamos, un poquito de agua, vino, rosas y paja como artículos prioritarios.
BAÑO... PERO NO PARA TODOS
Poco a poco la ducha empezó a volverse importante en la sociedad, aunque sólo para ciertos estratos.
A mediados del siglo XVIII algunos saltillenses ya contaban con la comodidad, aunque aún poco convencional, que implicaba bañarse.
Los beneficiados en ese entonces eran personajes de la clase alta, pertenecientes al gobierno, tales como regidores y capitanes, además de comerciantes y familias adineradas.
Había una razón, aquellos hábitos de limpieza se adoptaron de Europa. A ello se sumó la implementación de los primeros servicios públicos en las hoy tierras saltillenses.
El agua llegaba directo hasta las piletas de las viviendas, proveniente de las acequias aledañas. Los principales proveedores naturales de agua eran: el “Ojo de Agua” y el “Ojito de Velazco”.
Por otro lado, los barrios que no tenían el sistema de agua en casa, necesitaban acarrear el líquido de forma manual desde los abastecimientos.
Conforme se corrió la voz de las duchas y se dieron mejores condiciones para el acceso al agua y su uso, a Saltillo llegaron las tinas de baño, las afeitadoras, polvos, perfumes, ungüentos y más artículos de higiene personal.
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Hoy es una realidad que no a todas las colonias de la capital coahuilense les llega el agua a diario, ni con la misma presión que otras.
Pero también es cierto que aquellos que no se bañan, puede ser más por decisión o alguna condición particular que les impida hacerlo de manera frecuente.
Cualquiera que sea el caso, dicen los expertos que bañarse diariamente también puede traer repercusiones, como resequedad e irritaciones, además de que la piel humana mantiene una capa de aceite y bacterias “buenas” de manera natural, que incluso favorecen al sistema inmune.
En fin, ¿hoy ya te bañaste?
*Con información de María Elena Santoscoy, Archivo Municipal de Saltillo, Organización Mundial de la Salud, Universidad de Harvard.
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