El desaparecido autódromo de la carretera Saltillo-Monterrey
Su inauguración fue un éxito, alcanzó fama internacional y después vino el declive. ¿Cómo se extinguió un proyecto que cautivó masas, unió ciudades y dejó derrama económica en la localidad?
Cuando en Saltillo todo eran corridas de toros y beisbol, se construyó un autódromo.
Hubo motivación, dinero, y un grupo de personas con hambre de ver cómo la ciudad se hacía de un nombre en el deporte de motor.
Y más que eso, anhelaban participar en un proyecto con el que la capital coahuilense tuviera una derrama económica constante. Y se logró, por un tiempo.
Los preparativos para el Autódromo del Norte se dieron en 1988, se inauguró en otoño de ese mismo año. El evento fue memorable, difícil de contar en asistencia, según recuerdan algunos presentes.
Seguro eran más de 18 mil personas, la capacidad que tenía el sitio localizado en el hoy Parque Industrial Santa María, junto a la carretera Saltillo-Monterrey.
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La ubicación era privilegiada por estar casi sobre la vialidad que conecta a las capitales de dos estados. También por su colocación a seis kilómetros del Aeropuerto Internacional Plan de Guadalupe, en Ramos Arizpe.
El terreno era un plano de corriente pluvial, pero la pista se construyó de tal manera que no interrumpiera el paso del agua.
Los taludes naturales se aprovecharon para dar forma al graderío, por lo que el autódromo presumía de buena vista desde donde fuera.
Las dimensiones de la pista eran de dos mil 300 metros de largo, 14 metros de ancho en la recta y 12 metros en el circuito.
Por ese asfalto, cuya proyección de vida sin degradación fue planeada para 35 años, corrieron pilotos provenientes de Argentina, Brasil, Costa Rica, Ecuador, Escocia, Estados Unidos, México y más.
EL ENCENDIDO DEL MOTOR
La idea de edificar un autódromo fue de Eliseo Mendoza Altamira, amante y practicante del automovilismo. Su padre, gobernador de Coahuila de 1987 a 1993 y con quien compartía nombre, lo incentivó a convocar a interesados en el proyecto.
La iniciativa fue presentada a Armando Castilla Sánchez, fundador de Periódico Vanguardia. Como fiel promotor de toda filosofía que impulsara el crecimiento de Saltillo, no dudó en apadrinar el proyecto.
Pronto se sumó Víctor Mohamar con la aportación del terreno, y a la lista de socios fundadores también se apuntaron dueños de empresas y negocios locales, comunicólogos, constructores y comerciantes como Alejandro “La Coneja” Gutiérrez, Mario Mata, Jorge César González, Marco “El Chato” Sifuentes e Inocencio “Chencho” Aguirre.
“Básicamente juntamos un grupo de amigos, cada quién trajo a la mesa lo que tenía y nos embarcamos en construir el autódromo de mejor nivel en toda la provincia mexicana. Se fue haciendo por el entusiasmo de todos de traer algo que no había”, recordó Eliseo Mendoza.
Entre los involucrados estaba Michel Jourdain, piloto mexicano que reunió las categorías mexicanas de la época para brindar un festín de velocidad como dueño de la Copa Marlboro, una versión a escala de la Fórmula 1 que incluía carros, motos y hasta camiones de carreras.
Este evento se realizaba en 12 plazas del país y atraía a medios de comunicación y promotores. Por eso la participación de Jourdain sería clave para impulsar el nuevo autódromo y posicionar a Saltillo.
ACELERADOR A FONDO
Con un grupo sólido detrás del Autódromo del Norte y las instalaciones listas, sólo quedaba disfrutar del espectáculo.
Los años siguientes a la inauguración fueron sinónimo de éxito. El espacio 100 por ciento familiar recibió visitantes de toda la región: Monterrey, Torreón, Piedras Negras, Parras, Ramos Arizpe, Artega, y claro, Saltillo.
Durante 15 días, en cada cerrera, los hoteles y restaurantes se reportaban llenos. El objetivo se lograba.
El autódromo logró la certificación de organismos como la Federación Internacional de Automovilismo, Nascar en Estados Unidos y el Sports Car Club of America (SCCA).
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Se albergaron eventos como el Montana Grand Prix, Copa Marlboro Estatal de Cuarto de Milla y la Fórmula 3 Internacional. Todo parecía perfecto, ¿qué podría salir mal?
Notas de Vanguardia dan fe de lo que se vivía en ese momento, como la publicada el 8 de agosto de 1994, cuando se informó sobre un récord.
“Se registró una buena entrada para la celebración de la última etapa del Campeonato Estatal de Cuarto de Milla en el cual se presentó con una asistencia récord en pilotos y autos registrados”, se lee en la nota periodística.
En la competición, los Jets Dragster (automóvil propulsado por un motor a reacción) conducidos por All Arriaga y Ralph Snider, recorrieron los 402 metros del cuarto de milla en 6.28 segundos, a una velocidad que superó las 230 millas (370 kilómetros por hora).
“De sensacional fue catalogada la presentación de los estadounidenses que marcaron la historia en el Autódromo del Norte”, narra la publicación de Vanguardia, que también señaló desorganización e incompetencia de los jueves que provocaron el retraso del evento por lo menos dos horas y media.
“Si no se llegó a los golpes fue por el profesionalismo de los pilotos y su personal técnico”, sentencia la información impresa.
Aquellas oraciones serían un adelanto de lo que habría de venir en los meses y años siguientes.
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EL FRENO
Para 1997 el autódromo que había pasado a llamarse “Gerardo Dominico Martínez” para rendir honores a un piloto y promotor del automovilismo, ya estaba lejos de sus años de gloria.
El 1 de septiembre del año referido, Vanguardia publicó que durante el Serial Montana Grand Prix de la Fórmula 3 Internacional “se registró una pobre asistencia”.
La crisis económica por la que atravesó el país en 1994 impactó al asfalto saltillense. La devaluación del peso mexicano repercutió en las posibilidades de los aficionados para gastar en el espectáculo del automovilismo.
“Todo pintaba muy bien cuando llegó la devaluación del peso, eso fue una estocada muy profunda y fue muy difícil mantener las cosas vivas”, relató Eliseo Mendoza.
Los boletos dejaron de venderse y los patrocinadores ya no tuvieron presupuesto para anunciarse en el autódromo.
Las juntas nocturnas en las que los socios se reunían para afinar detalles y ver siempre el “cómo sí”, de a poco se convirtieron en largas citas llenas de desacuerdos.
“Cada quien (los socios) tenía una idea muy diferente de para dónde hacerlo y eso finalmente creo que fue el último clavo en el ataúd del autódromo. No faltó entusiasmo con los socios, pero había tantos problemas económicos que ahogó la actividad local. Estaba muy ruda la situación económica”, comentó Mendoza.
Los conflictos llevaron a que algunos socios se retiraran y vendieran sus acciones. En un punto sin retorno, el autódromo fue insostenible.
Lo que fue escenario de algarabía y rugir de motores quedó en silencio, muy a pesar, hasta ahora, de quienes invirtieron ahí sus ilusiones.
“Era un proyecto muy bonito. Qué lástima que tuvo que pasar a mejor vida. Teniendo esto en la mano, lo dejamos ir”, comentó Mario Mata, socio fundador quien añadió que: “la inauguración fue algo increíble, cada carrera era memorable, como memorable también es que lo hayan quitado”.
El autódromo cerró y fue demolido a finales de la década de los 90’s, pero hasta hoy se pueden ver, como cicatrices, las marcas en la tierra de los trazados de la pista.
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El éxito se quedó a 42 kilómetros de distancia de donde este año se planea instalar la “gigaplanta” de Tesla, fábrica de autos eléctricos cuyo dueño es uno de los hombres más ricos del mundo, Elon Musk.
Los vestigios del autódromo quedaron rodeados por empresas dedicadas a la industria automotriz, principal generador de empleos en la región. Vaya paradoja.
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