Memorias del escribano que guardó los secretos del Congreso de Coahuila y Texas

Memorias del escribano que guardó los secretos del Congreso de Coahuila y Texas

Martín de la Cruz revela, desde su vejez, documentos ocultos que cambiaron la memoria histórica

Saltillo
/ 30 agosto 2025
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Para dar continuidad a la entrega de la semana pasada, lo hacemos con las confesiones del escribano Martín de la Cruz, escritas en 1889, donde revela los secretos que cambiarían para siempre la historia.

Soy Martín de la Cruz, hijo del extinto pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala. Durante décadas dediqué mi existencia al noble oficio de las letras públicas, hasta que las circunstancias me obligaron a abandonar la pluma y el tintero.

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Hoy, en el ocaso de mis días, por mi avanzada edad, desde la soledad de mi casa en la calle de las Ventanas Verdes, siento cómo el viento se filtra por la ventana mal cerrada y amenaza con extinguir la frágil llama de mi vela. Escribo estas líneas que espero sirvan en el futuro para que alguien pueda entender no solo cómo se formó el Congreso de Coahuila y Texas, sino también los manejos que rodearon su creación y las verdaderas intenciones de algunos de los actores de ese entonces.

Hace unos días recibí la visita de doña Gertrudis Valverde, viuda de Juvenal Luna, quien me entregó unos papeles amarillentos guardados en una caja de madera. Juvenal Luna había sido escribano auxiliar y mi ayudante durante las sesiones del Congreso de Coahuila y Texas.

Antes de su partida había encargado a su esposa que me entregara la caja con unos papeles. La viuda cumplió la voluntad de su difunto marido y me los confió.

Los documentos formaban parte de nuestro trabajo diario como escribanos del Congreso. Juvenal, meticuloso como era, había guardado papeles que se producían en las sesiones, incluyendo muchos borradores que poco variaban respecto a los originales. Parte de su tarea era destruirlos por orden expresa de nuestro superior, el Secretario de Acuerdos, pero no lo hizo.

Algo lo impulsó a guardarlos. Tal vez intuyó que servirían para entender lo que sucedía en aquellos difíciles días, presintiendo que, con el tiempo, esos escritos, acuerdos y recibos adquirirían un valor histórico. Hoy, décadas después y tras recibir el legado de mi ayudante, puedo afirmar que no se equivocó.

Debo empezar por el principio, luego explicaré los papeles que guardó Juvenal Luna. El 15 de agosto de 1824, era apenas un joven de veintitantos años cuando entré a trabajar como escribano auxiliar para registrar las sesiones del Congreso Constituyente del Estado de Coahuila y Texas, instalado aquí, en la villa de Saltillo.

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Esa mañana, el clima era como suele ser en agosto en Saltillo: fresco en las primeras horas y templado conforme el sol se eleva. El aire olía a tierra húmeda, a perón y membrillo, aromas traídos por los vientos del sur desde las huertas de los Tecos, pues la víspera había llovido por el rumbo de las inmediaciones de la Hacienda de Buena Vista, tierras fértiles de mis antepasados tlaxcaltecas.

El salón donde se reunió el Congreso era de techos altos con morillos, muros sólidos de adobe, donde aún se percibía el olor a cal fresca. El recinto había servido por años a las sesiones de cabildo de la villa, cuando se le conocía como casas consistoriales. En el fondo, se dispuso una mesa para los diputados y otra más modesta donde yo debía asentar cada acuerdo. Preparé la tinta y la pluma, sin ser muy consciente de que aquellos acuerdos pasarían a la historia.

Una vez instalada la asamblea, se procedió a nombrar gobernador interino a Rafael González, mientras se elaboraba la constitución del nuevo Estado. La decisión fue recibida con aplausos moderados, pues la situación política era delicada. El país entero apenas se afirmaba tras la independencia, y la república buscaba consolidarse en medio de las naturales tensiones existentes.

Los diputados electos representaban tanto a distritos de Coahuila como a los de Texas. Entre los nombres que conservo en mi memoria, los primeros diputados constituyentes fueron: Manuel Carrillo, Rafael Ramos y Valdés, Rafael Eca y Múzquiz, Maximino Varela, Santiago del Valle, José Joaquín de Arce Rosales, Dionisio Elizondo, José María Viesca, Juan Antonio Padilla, Juan Vicente Campos, Francisco Antonio Gutiérrez y José Cayetano.

Por parte de Texas, uno de los representantes era el barón de Bastrop, de nombre Felipe Enrique Neri, personaje singular. Se decía que era originario de Holanda y que había llegado a Texas años atrás, dedicado a fomentar colonias de inmigrantes. Vestía con cierta elegancia, siempre con capa y bastón, hablaba bien el castellano, aunque con un fuerte acento. Su sola presencia generaba suspicacia entre algunos diputados coahuilenses, quienes cuestionaban si cumplía con los requisitos para trabajar como legislador. El barón de Bastrop no quedó en el acta inicial como diputado.

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La primera polémica del Congreso fue precisamente la admisión del barón de Bastrop como diputado por Texas. Algunos, como el diputado Juan Antonio Padilla, sostenían que su experiencia en los asuntos de colonización lo hacía idóneo para representar a los colonos anglosajones que llegaban a establecerse en las tierras texanas. Otros, en cambio, desconfiaban de sus fuertes vínculos con extranjeros, temiendo que sus intereses no coincidieran con los del nuevo Estado.

Se discutió largamente. El barón defendió su derecho con firmeza, explicando que había sido naturalizado y que su lealtad estaba con México. Finalmente, por mayoría de votos, se aceptó su credencial. Aquella controversia fue una señal temprana de las diferencias que, con los años, habrían de crecer entre Coahuila y Texas.

El 14 de octubre de 1824, durante el debate sobre esclavitud, los diputados texanos liderados por el barón de Bastrop argumentaron que los colonos necesitaban mano de obra esclava: “Sin brazos para trabajar la tierra, Texas seguirá siendo un desierto”.

Los diputados José María Viesca y Rafael Eca y Múzquiz se opusieron rotundamente. México había abolido la esclavitud con su independencia. “No podemos permitir eso en nuestro Estado”, lo declaró Viesca golpeando la mesa. El debate duró horas con posiciones opuestas.

Las discusiones religiosas fueron igualmente tensas. Los colonos texanos protestantes presionaban por tolerancia religiosa. El diputado Dionisio Elizondo exclamó: “Primero traen sus esclavos, ahora quieren traer sus predicadores herejes. ¿Qué seguirá?”

Al cabo de los años llegaron otros hombres valiosos como: el licenciado José María Goríbar, José Ignacio de Arizpe, Juan Antonio Padilla, Francisco Antonio Elizondo, José Ignacio Maldonado, Juan José Elguezabal, Manuel de Leza, Francisco Santos Coy y otros distinguidos vecinos de Coahuila.

Durante las semanas que siguieron, fui testigo del empeño con que los diputados discutieron artículos, decretos y reglamentos. Se habló de la organización de los ayuntamientos, de la milicia cívica, de los derechos de los habitantes, de la administración de justicia.

Entre las disposiciones más notables que quedaron asentadas estuvo la declaración de Saltillo como capital provisional del Estado, hasta que se decidiera la sede definitiva. También se estableció la estructura de los poderes y se delinearon las atribuciones del gobernador, del Congreso y del Tribunal Superior de Justicia.

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El 5 de noviembre de 1827, los diputados decretaron que la Villa de Santiago del Saltillo fuera elevada a la categoría de ciudad y se le otorgara el nombre de Ciudad de Leona Vicario. Al mismo tiempo, el pueblo vecino de San Esteban cambió su nombre por Villalongín. Años más tarde se recuperó el nombre de Saltillo.

Los años transcurrieron mientras yo continuaba ejerciendo como escribano en las diferentes sesiones del congreso. Fui testigo de levantamientos armados, cambios drásticos en las políticas del gobierno federal y las tensiones entre los colonos de Texas y las autoridades mexicanas.

$!Recibo del Congreso de Coahuila y Texas firmado por Stephan F. Austin Mayo 21 de 1832.

Todo cambió cuando Antonio López de Santa Anna llegó al poder. Sus políticas centralistas derrumbaron lo que se había construido. La abolición del sistema federal en 1835 y su intención de gobernar desde el centro encendió los ánimos en Texas.

Cuando en 1836 Texas proclamó su independencia de México, mi memoria trajo aquellas sesiones de los primeros años. Recordé los argumentos y las intenciones que movían a los legisladores: crear una entidad unificada entre Coahuila y Texas.

El tiempo y las decisiones equivocadas habían sepultado aquel gran sueño. Lo que una vez fue una aspiración legítima se había desvanecido, llevándose las esperanzas de quienes creyeron en la unificación.

Nunca pensé que mis notas y los papeles que ayudé a escribir serían tan importantes. En 1839, trece años después de que se instalara el Congreso, me enteré de algo que me sorprendió. En Houston, la entonces capital de Texas, habían publicado las actas de nuestro Congreso de Coahuila y Texas. Un tal J. P. Kimball las tradujo al inglés, y las imprimió la Telegraph Power Press.

Por un lado, me sentí orgulloso porque las palabras que yo había escrito con mi propia mano ahora las leía gente en otro idioma, en tierras que antes eran de México. Por otro lado, me dio tristeza darme cuenta de que los texanos las veían como parte de su propia historia política. Fue la primera vez que los decretos y debates del Congreso se conocieron ampliamente en español e inglés.

Entre los papeles que venían en la caja de Juvenal, saltó un recibo fechado el 1 de mayo de 1832; reconocí mi propia letra. Recuerdo que ese día se presentó ante mí un hombre de aspecto sobrio, mirada firme; hablaba muy poco el español, era Stephen Fuller Austin.

Austin trató de explicarme lo que deseaba: que se le expidiera un recibo por una fuerte suma de dinero que había recibido. Como su español era apenas entendible, tuve que pedir ayuda para aclarar el asunto. Al final quedó asentado que había recibido de don Francisco de Arreola la cantidad de veinte pesos en plata y algunos reales en moneda mexicana.

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Austin asintió cuando le mostré el recibo que había escrito a mano. Lo leyó rápidamente y lo firmó sin hacer preguntas; quedó satisfecho. Era un hombre que manejaba mucho dinero. Había encontrado un negocio simple: compraba tierras a precios ridículos al gobierno de Coahuila y las revendía a precios mucho más altos a los colonos asentados en Texas, que llegaban de muchas partes de Estados Unidos.

Entre los viejos papeles que estaban en la caja apareció en mis manos otro documento relacionado con Austin, aunque incompleto, donde se hacía referencia a una conspiración. Austin se había quedado sin la protección política del barón de Bastrop, fallecido en 1827. El papel demostraba que el empresario tejano intentaba movilizar apoyos para separar a Texas de Coahuila. Las autoridades mexicanas estaban informadas y buscaban contener cualquier intento de insurrección. Poco después supe de su arresto en la Ciudad de México, acusado de fomentar la independencia texana. No sé si aquel documento fue prueba suficiente de esas intenciones; lo que sí puedo decir es que desde el inicio se respiraba en el ambiente aires de desconfianza y una traición que no tardó en llegar. Con el tiempo descubrí que para Austin todo se reducía a dos cosas: hacer dinero de la manera más fácil y separar Texas de Coahuila.

Han pasado muchos años desde entonces. He visto cómo los nombres que anoté como escribano aparecieron después en libros y periódicos que escribieron la historia. He visto cómo las actas que redactamos en Saltillo llegaron hasta Houston para ser traducidas al inglés. Aquellas páginas que en su momento fueron solo tinta y papel se convirtieron en los cimientos de Texas. Yo, un simple escribano, comprendí demasiado tarde que mis manos habían ayudado a construir la historia.

Quien encuentre estos papeles después de mi muerte tiene mi permiso para darlos a conocer. Son detalles pequeños, pero importantes para entender lo que realmente pasó en lo que fue el gran Estado de Coahuila y Texas.

saltillo1900@gmail.com

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