Saltillo: Huachicol, del trago falso al crimen verdadero, breve viaje por la historia de un vocablo
Hagamos un repaso y una reflexión del mexicanismo que pasó de las cantinas a los ductos y de ahí a los despachos
Fue alrededor del mediodía del pasado jueves en la colonia Mirasierra, cuando el camión de la ruta urbana que circulaba por la Calle 19 se detuvo y luego avanzó despacio.
Unos metros más adelante estaba la razón del corte de circulación: dos oficiales de la Fiscalía hablaban con un hombre mayor parado junto a su camioneta, en cuya caja había tres bidones de 20 litros con lo que parecía combustible.
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Desde el camión, mientras la mayoría mostraba poco interés, una señora observaba atenta.
—Ha de ser eso del huachicol —dijo en voz baja.
—¿Usted cree? —le respondí, porque iba a su lado, aunque el comentario no iba dirigido a mí.
Ella me miró y asintió.—Ya ve que por eso la gasolinera de allá arriba cerró —añadió, refiriéndose a la estación del bulevar Mirasierra y Revolución, que desde julio pasado no da servicio y permanece bajo custodia diaria.
—¿Y por qué se le dirá huachicol a eso? —pregunté.
—Pos sabe —respondió, con menos interés del que había mostrado por los dos oficiales armados que dejábamos atrás, porque el transporte no se detiene.
DICCIONARIO NO LO RECONOCE, PERO EL PAÍS LO PADECE
La palabra huachicol tiene una historia tan turbia como el líquido que originalmente escamoteó.
Antes de asociarse al robo de gasolina, el término se usaba para referirse a las bebidas alcohólicas adulteradas, y quienes las fabricaban o vendían eran llamados huachicoleros.
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Con el tiempo, la palabra se extendió al mundo del combustible, donde el delito de extraer, transportar o vender gasolina robada de ductos se convirtió en sinónimo de crimen organizado.
Aunque la Real Academia Española no la incluye en su diccionario general, el Diccionario panhispánico del español jurídico define huachicol como la “actividad de traslado de combustible extraído ilícitamente de ductos”.
VOCABLO QUE SE ESCURRE ENTRE IDIOMAS
El término tiene más historia de la que parece. Algunos rastros lo vinculan con el latín aquanti, que aludía a lo “aguado” y dio origen al francés gouache, una técnica pictórica basada en diluir pigmentos en agua.
En el siglo XIX, ese vocablo llegó a México convertido en guache, y pronto se usó para nombrar a quienes diluían aguardiente con agua para vender más y ganar de sobra: esos fueron los primeros “guachicoleros”.
Otra versión, más local, lo hace venir del maya waach, que significa “forastero” o “ladrón”, y que al castellanizarse tomó el sentido de algo falso o adulterado.
Sea cual sea su origen, el huachicol conserva la esencia del engaño: la mezcla interesada, el truco líquido. Lo que antes fue vino o pintura rebajada, hoy se convirtió en gasolina robada.
CUANDO EL FRAUDE SE HIZO VERBO
En tiempos recientes ha surgido una versión más sofisticada: el huachicol fiscal, que no se hace con mangueras, sino con facturas. Este fraude consiste en importar ilegalmente combustibles o manipular su documentación para evadir impuestos; luego se obliga a gasolineras a venderlo, defraudando al fisco.
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En ambos casos, el resultado es el mismo: ya sea pinchando ductos para ordeñar y robar pipas de combustible, o creando una red corrupta de autoridades para ingresar al país gasolina “pirata”, el daño se traduce en pérdidas millonarias para la economía nacional que todos sostenemos con nuestros impuestos.
El huachicol pasó así de las cantinas a los ductos y de ahí a los despachos. Hoy, el término resume una práctica que, más que una trampa, representa una red de corrupción y engaño con olor a gasolina adulterada.
VOLVIENDO AL TRANSPORTE PÚBLICO
Recordando a la señora del camión, interesada más en el hecho delictivo que en la palabra que lo nombra, uno no deja de comprobar que nada es más dinámico que el lenguaje.
Un idioma evoluciona siempre y se adapta a las necesidades de diferentes maneras, sumando palabras y borrando otras y deslizando los significados de un lugar a otro, porque a los hablantes les parece correcto.
Y si estos neologismos no aparecen en los diccionarios que los expertos lingüistas crean, es porque la lengua la hacen los hablantes, no los académicos, que a lo mucho van rastreando el origen y la evolución de la palabra que podría parecerles una barbaridad, pero que resignados aceptan.
Para la pasajera en mención, lo de menos es que la palabra tenga origen latino o maya, lo que la inquieta es que haya gente delinquiendo y policías en las calles, por el riesgo que eso causa.
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Por eso, luego de decirme que no sabía porqué a robar gasolina se le llama huachicolear, lo último que atinó a decirme fue: “que Dios nos cuide” y siguió viendo por la ventana a la gente pasar.
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