Una calle, dos historias del Saltillo de antaño: Mariano Abasolo y La Huasteca
A menudo es un reto identificar el origen de los antiguos nombres de las calles, ya que en el pasado no había nomenclatura oficial, esta empezó a darse en la séptima década del siglo 19. Las calles y parajes se conocían solo de forma verbal. Los escribanos públicos, más tarde notarios, cuando de compra y venta de inmuebles se trataba, solían registrar y echar mano de los nombres conocidos por las referencias del pópulo.
En el oriente del viejo Saltillo xiste una calle cargada de historia y tradición: hoy conocida como Mariano Abasolo. Sin embargo, esta vía no siempre llevó ese nombre. Por más de un siglo, fue reconocida por los saltillenses como la calle de La Huasteca, lugar de pocas casas humildes y caminos polvorientos que fueron testigos de generaciones enteras.
TE PUEDE INTERESAR: Conozca la novelesca y azarosa vida de la ilustre saltillense familia Negrete Valdés
Todo cambió en 1916, cuando el entonces gobernador Gustavo Espinoza Mireles, en un gesto que buscaba modernizar la ciudad y honrar a los héroes de la Independencia, decretó el cambio de nombre. Así, la calle dejó atrás su antigua identidad para convertirse en Mariano Abasolo, en memoria del insurgente que luchó por la libertad de México.
A pesar del cambio oficial, el eco del nombre de La Huasteca persistió por algún tiempo en las conversaciones de los habitantes más longevos, quienes seguían refiriéndose a ella con su antiguo apodo, como una manera de mantener viva la nostalgia por un pasado que se resistía a desaparecer.
En el entramado urbano de Saltillo, la calle Mariano Abasolo se ha consolidado como una de las arterias más importantes y dinámicas de la ciudad. Su historia está profundamente arraigada en los días en que era conocida como la calle de La Huasteca, un nombre que evoca el paisaje sereno y del Saltillo antiguo que comenzaba a expandirse.
Hoy, esta calle es testigo del crecimiento y la modernización de la ciudad. Su trazado recto y prolongado la convierte en una de las vías principales, con una longitud que recorre casi seis kilómetros, desde los antiguos límites de la finca campestre Chapultepec —donde ahora se encuentra el Parque Ecológico El Chapulín— hasta su conexión con el boulevard Nazario Ortiz Garza, punto de enlace con las áreas del norte de Saltillo.
La calle Mariano Abasolo, con su constante movimiento y crecimiento, es más que un simple tramo de asfalto. Es un testimonio viviente de la evolución de Saltillo, un lugar donde la modernidad y la historia caminan de la mano, y donde generaciones de habitantes han dejado su huella a lo largo del tiempo.
LOS ORÍGENES DE LA CALLE LA HUASTECA
Desde principios del siglo 19, “La Huasteca” ya figuraba en los registros históricos de Saltillo, dejando testimonio de un rincón especial de la villa. Los documentos del Archivo Municipal de Saltillo datados en 1806 revelan que este nombre no solo identificaba a un barrio, sino también a un ojo de agua y un arroyo que cruzaban la zona, convirtiéndola en un lugar estratégico y vital para los habitantes de aquella época.
TE PUEDE INTERESAR: Henry Maas, el alemán altruista y solidario que cautivó a Saltillo
El paisaje que rodeaba al manantial seguramente inspiró el nombre del lugar. Los árboles frondosos, las plantas que crecían alrededor gracias al caudal del arroyo, evocaron el exotismo y la fertilidad asociados a la región de la Huasteca. Así, el nombre quedó grabado en la memoria de los habitantes y en los mapas de la época.
VECINOS VIGILANTES
El 15 marzo de 1814, el cabildo de la Villa del Saltillo, buscando mantener el buen orden en sus calles, decidió nombrar jueces de cuartel, a ciudadanos de confianza para vigilar y controlar a los viciosos y vagos que rondaban por los barrios de la villa. Así, Mariano González quedó a cargo del barrio del Andrajo, hoy calle Dionisio García Fuentes, un lugar de calles en mal estado.
Don Agustín de Peña recibió la responsabilidad del barrio de Guanajuato, actualmente parte sur de la calle Matamoros, una zona más amplia y bulliciosa. Mientras tanto, don Pedro de Peña fue designado en La Huasteca, parte sur de la actual calle Abasolo, a la altura donde termina la actual calle Bolívar, un rincón tranquilo, que se extendía junto al arroyo del mismo nombre.
Finalmente, don Alejo Padilla fue asignado al barrio del Ojo de Agua. Así, la autoridad municipal intentaba conservar el equilibrio en un Saltillo que empezaba a expandirse, con sus calles llenas de historias y personajes que poco a poco iban construyendo el tejido social de una época que mostraba signos de cambios de todo tipo.
HABLANDO DEL INICIO
El 26 de enero de 1822, cuando todavía resonaban los ecos de la independencia de España, el cabildo de la Villa de Saltillo, reunido en sesión solemne, tomó una decisión que cambiaría el paisaje del pintoresco barrio. La calle que conducía al barrio de La Huasteca, hasta entonces un camino con una única entrada, vería pronto una transformación. La vía sería prolongada para dar salida hacia el sur. Todo en beneficio de los vecinos, quienes hasta ese momento debían dar largos rodeos para conectar con otras partes en el sur de la villa.
LA HUASTECA Y EL DERECHO AL AGUA
El 17 de abril de 1828, el cabildo de la Ciudad Leona Vicario, nombre de nuestra ciudad que terminó por desaparecer siete años más tarde, tomó una decisión trascendental para los habitantes del barrio de La Huasteca. Los manantiales que brotaban en la propiedad de don Ramón de la Vara fueron declarados bienes comunes, destinados al uso público. El cabildo determinó que el agua sería para todos, prohibiendo su venta o herencia.
TE PUEDE INTERESAR: Espacios de Saltillo que albergan la memoria colectiva
La noticia trajo alivio y alegría a los vecinos, quienes hasta entonces dependían de acuerdos privados para acceder al recurso vital. Este acto no solo garantizó la equidad en el uso del agua, sino que también fortaleció la unión entre los habitantes, que ahora compartían tanto la tierra como los beneficios de los manantiales.
Con esta medida, La Huasteca continuó creciendo como un barrio donde el agua, las huertas y los sembradíos eran el centro de la vida cotidiana, uniendo a sus vecinos en torno a un recurso que, más allá de su utilidad, se convirtió en símbolo de comunidad y esperanza.
LOS MAPAS Y LA HUASTECA
En el año de 1835, el Cuerpo de Ingenieros del Ejército, bajo las órdenes del general Antonio López de Santa Anna, elaboró un mapa de la ciudad de Saltillo que dejó constancia invaluable de su geografía. En la esquina inferior derecha del documento, se observa con claridad el arroyo de La Huasteca, un cauce natural que emergía al pie de una loma. Este arroyo, vital para la vida del barrio homónimo, se unía más al norte con el arroyo Guanajuato, marcando un punto estratégico y ecológico en la configuración del territorio saltillense.
Años más tarde, durante la intervención francesa en México, en agosto de 1864, la ciudad de Saltillo fue ocupada por las fuerzas del Segundo Imperio Mexicano, respaldadas por el ejército francés. Este periodo, que buscaba consolidar el efímero gobierno del emperador Maximiliano de Habsburgo, dejó registros significativos en la historia cartográfica de la región.
Durante la ocupación, los ingenieros franceses realizaron un detallado plano de la ciudad y sus alrededores, cuya precisión y claridad destacan entre los documentos de la época. En dicho plano se representan con exactitud tanto el barrio como el arroyo de La Huasteca, evidenciando su relevancia dentro del trazado urbano de Saltillo.
TE PUEDE INTERESAR: Rubén Zertuche, un artista de la luz
Estos mapas no solo reflejan la importancia estratégica de la zona y del arroyo, sino que también actúan como testimonio de las transformaciones políticas y militares que marcaron el devenir histórico de Saltillo durante el siglo decimonónico.
EL PERIODO DE LA EXPANSIÓN
A principios del siglo 20, el barrio de la Huasteca colindaba por el lado este con la extensa propiedad de don Vicenzo Ferrara Ferriño, dueño de la Granja Santa Anita, después fue comprada por el político e historiador Tomás Berlanga García.
Por el mismo lado oriente, pero más hacia el norte, La Huasteca tenía como vecino la enorme propiedad de la familia de don Lucas González de la Garza y doña Adelaida Cepeda Cepeda, más tarde parte de estos solares fueron fraccionados, para dar paso a la naciente colonia González.
Siguiendo hacia el norte, más allá de lo que hoy conocemos como la calle Bolívar, se encontraba un modesto callejón llamado El Ojito, actualmente conocido como calle Gómez Farías. En aquel tiempo, la zona permanecía casi deshabitada, apenas interrumpida por una pequeña casita propiedad de Catarino Soriano.
Frente a esta vivienda comenzaron a levantarse las primeras casas de terrado, que se extendían hasta formar la esquina actual de las calles Abasolo y De la Fuente. En ese punto se instaló la famosa tienda de abarrotes “El Canadá”, un referente del comercio local en su época. Hoy, muy cerca opera la tienda de abarrotes “Don Simón”, que conserva el espíritu de las tiendas tradicionales de antaño, evocando tiempos pasados.
EL ORIGEN DEL BARRIO TOPO CHICO
En 1907, la actividad comercial en el norte de Saltillo cobró nuevo impulso con la apertura de una tienda de abarrotes propiedad de don José Hernández. El negocio fue bautizado inicialmente como “El Peñón”.
TE PUEDE INTERESAR: Saltillo: El tortuoso camino para destrabar las vías del tren y abrir el bulevar Francisco Coss
Sin embargo, el curso de la Revolución Mexicana le otorgaría un papel inesperado en la historia de la ciudad, ya que durante aquellos tiempos turbulentos, las fuerzas federales y los revolucionarios protagonizaban enfrentamientos constantes.
En una de estas contiendas, los federales sufrieron una humillante derrota en El Peñón, un lugar en el estado de Nuevo León. Heridos en su orgullo y llenos de furia, los soldados pasaron por Saltillo, sembrando tensión entre sus habitantes. Para evitar represalias, don José Hernández decidió actuar con astucia: renombró su negocio como “Topo Chico”, otro lugar en el estado de Nuevo León, dejando atrás cualquier alusión al desafortunado episodio.
Aunque el nombre oficial del barrio era Leona Vicario, la tienda “Topo Chico” y su denominación terminaron por imponerse. Lo que comenzó como una medida de prudencia se convirtió en el germen de la identidad de toda una comunidad.
El barrio Topo Chico, con su historia anclada en las vicisitudes de la Revolución, sigue siendo un recordatorio de cómo los eventos históricos y las decisiones individuales, por menores que sean, pueden moldear no solo un lugar, sino también en la memoria colectiva. Continuará la próxima semana. saltillo1900@gmail.com
COMENTARIOS