Mujeres que migran; ¿por qué huyen de América Latina?
Miles son aquellas mujeres que salieron de su hogar sin mirar atrás; algunas partieron con sus hijos en brazos, otras tuvieron que dejarlos.
Se fueron en busca de algo mejor, de una nueva esperanza, de sueños, de anhelos que la violencia les arrebató, que les impidió seguir en el lugar donde crecieron, en donde alguna vez jugaron, rieron; en donde se convirtieron en madres y en donde, ahora, la mejor oportunidad para salir adelante, es marchándose.
Historias de migración se escriben todos los días. Los contextos de violencia orillan tanto a hombres y mujeres a dejar sus hogares y emprender su camino en busca de nuevas oportunidades, aunque en esta travesía se conviertan en un grupo vulnerable, a merced de otro tipo de riesgos, de violencias.
De acuerdo con un informe realizado en el 2015 por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, cerca del 60 por ciento de las mujeres en busca de asilo, provenientes de Centroamérica, huyeron de sus países por violencia de género.
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En dicho informe se detalla que las víctimas de violencia, mujeres y niñas, no pudieron encontrar protección por parte de las autoridades, lo que las orilló a escapar a otras regiones de sus países, empero, no garantizó su protección. Así, tuvieron que brincar las fronteras, solo para seguir enfrentando el riesgo de abuso sexual, la trata de personas y la comisión de delitos diversos en materia de violencia.
Por eso la travesía y la osadía de arriesgarse, de sumarse a grupos a caravanas de migrantes que, pese a la determinación de llegar a la frontera, muchos no lo logran y, cuando lo hacen, son retenidos durante horas solo para ser repatriados.
Sin embargo, nada de eso importa. Con niños en brazos, madres provenientes de Honduras, Guatemala, Haití y otros países avanzan, siguen su camino lleno de incertidumbre, con la idea de no regresar.
Esto las lleva a buscar refugio ya no solo en Estados Unidos, sino en México, pues durante el 2021 el país se convirtió en el tercer lugar, después de Estados Unidos y Alemania, con más solicitudes de refugio, al rebasar las 130 mil, de las cuales el 41 por ciento corresponde a mujeres y niñas.
Sin embargo, pese al alto número de solicitudes de refugiados, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Migración, solo a poco más de 12 mil mujeres se les concedió la residencia permanente en México, por reconocimiento de la condición de refugiado.
En lo que concierne a este año, las cifras tampoco son muy alentadoras: De enero a noviembre, solo a 19 mil 196 personas se les concedió la residencia permanente en México, de las cuales 9 mil 152 fueron mujeres.
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Pero esto solo refleja una pequeña parte la cantidad de personas migrantes que transitaron por el país; según las cifras del Instituto Nacional de Migración (INM), durante el periodo de enero a noviembre, se registraron 388 mil 611 eventos de personas en situación migratoria irregular, de las cuales cerca de 100 mil corresponden a mujeres mayores de 18 años.
Mujeres que en su rostro reflejaban la convicción de que hacían lo mejor para ellas y para sus hijos, que en el camino se unieron para expresar la desigualdad que habían sufrido en sus países y en su trayecto.
De esas miles, solo algunas lograron su cometido: llegar a la frontera; esa frontera que territorialmente no es más que un río, pero que políticamente es un muro, en toda la extensión de la palabra, que bloquea y que impide el vuelo, un muro en donde la violencia de la que fueron víctimas solo se pone una máscara de trámites y burocracia.
Ahí, al cruzar el río, se convierten en un número, en parte de las estadísticas que reflejan que, en América Latina, hay algo que no está funcionando bien, que orilla madres e hijas a salir huyendo, algo que lleva años en aumento: la violencia, en todos sus contextos.