4T: El México de las fatalidades, fin de año sangriento
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El trágico destino de México han sido sus fatalidades dinámicas. Y este sino fatal es el que nos ha acompañado desde el inicio de la nación mexicana: Golpes de Estado, cuartelazos, asonadas, revoluciones, guerras, planes, manifiestos, dictadura, magnicidios, asesinatos políticos, la dictadura perfecta, las transiciones fallidas, la guerra del narco, los cárteles, la delincuencia organizada y el Estado fallido.
Tan cierta es nuestra fatalidad que el balance actual es de 85 asesinatos cada día. Más de 35 mil homicidios con el 98 por ciento en la impunidad en este año que hoy termina. En este sexenio van más de 175 mil asesinatos. Y la razón de este baño de sangre es que la política de “abrazos, no balazos” ha fracasado y todo mundo sabe que cuando la política fracasa la guerra es la consecuencia lógica. Aunque las palabras “guerra”, “terrorismo”, “masacre” y “desaparecidos” estén prohibidas en el discurso oficial.
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Baudelaire diría que en México es imposible ver un noticiero cualquiera sin que nos topemos con los signos de la más espantosa perversidad. Las noticias de cada día no son más que un tejido de horrores, sangre y muerte. Una violenta embriaguez de atrocidades sin fin. Y lo más desesperante es que cada mañana tengamos que aguantar las peroratas del presidente Andrés Manuel López Obrador tratando de culpar al pasado, a conservadores y a neoliberales. Anunciando obras inconclusas. Y el colmo, desapareciendo a los desaparecidos. Se trata de esa náusea convulsiva que ya provocan sus “mañaneras” a todo aquel que las escucha. Hastío total en este sangriento fin de año, el último de este fatídico sexenio.
Estar culpando de todos los males al pasado es una propensión malsana del gobernante inútil. Acaso sea parte de la idiosincrasia de nuestra clase política. Lo decía Borges cuando se burlaba junto a Bioy Casares de nuestros políticos e intelectuales. Y aunque el argentino era detestable, tenía razón cuando decía que los mexicanos vivimos ensimismados mirando con fascinación las discordias de nuestro pasado. Y en esas está nuestro mesías tropical, jode y jode culpando al pasado de los males que no ha podido resolver y que, todo lo contrario, los ha empeorado.
El error del presidente López Obrador es la falta de entereza para usar el poder y la fuerza con el fin de contener los males de este país. Dice Emilio Rabasa que nada hay que dé mayor conciencia del propio derecho que hacerlo prevalecer por la fuerza. Pero Andrés no puede con la delincuencia organizada que comete los delitos comunes que luego pretende achacar a los estados.
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Pero si AMLO no puede con el robo de combustible conocido como “huachicol” y tampoco puede contener a los migrantes, menos podrá frenar el terrorismo y el poderío armado de los cárteles que son ya un gobierno de facto dentro de un Estado fallido, debilitado por el descrédito de la soberanía nacional y de la pérdida del monopolio de la violencia legítima, lo que en cierto grado nos equipara a Yemen, Somalia o Haití.
En México no hay ningún feliz año nuevo que celebrar. El parte de guerra de hace dos días reporta una masacre en Cajeme, Sonora, con 32 bajas de civiles que se divertían en una fiesta de XV años. Seis muertos con dos niñas ejecutadas y entre los 26 heridos hay otras cinco menores de edad. La saña inaudita como signo de la más espantosa perversidad. ¡Abrazos, no balazos, Presidente!