Adultos mayores: Los rostros y retratos de la ciudad
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El abandono a los familiares es común y deja de llamar la atención que haya hijos que se desentiendan y dejen a hermanos u otros familiares la tarea moral que también les corresponde
Los escenarios para los adultos mayores son particularmente dos: tienen ante sí familia o muy cercanos amigos que los apoyan o ayudan, o están desamparados frente a la soledad y los problemas naturales de salud en la vejez.
Aunque existen cada vez más instituciones oficiales y privadas dedicadas al cuidado de las personas mayores, es también cierto que la cultura de cuidados y protección hacia ellos no se ha fortalecido entre las mismas familias.
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En nuestro país, la costumbre era que los hijos más jóvenes o sin casarse permanecieran en los hogares resguardando a los ancianos. Eso era así, en gran medida en el pasado, con un número alto de hijos y de hijas, y eran estas, sobre todo, quienes se quedaban con la responsabilidad de atender las necesidades de los familiares: abuelos, padres, incluso hermanos.
Ahora las cosas son diferentes. Porque, casados o no, los más pequeños del clan −que tradicionalmente permanecerían al cuidado del hogar− sí tienen en el momento actual compromisos laborales o sociales que les impiden estar todo el tiempo en casa.
Ha aumentado el número de estancias y asilos. Las primeras para pasar varias horas; los segundos de manera permanente. La tristeza en los rostros de muchos ancianos es palpable cuando se les escucha hablar de los hijos que no van a verlos. Situación, por supuesto, no privativa de los asilos. Cuando una persona decide abandonar, definitivamente lo hace.
Allá por los noventa del siglo anterior, circulaba la noticia, en un país europeo, de grupos de vacacionistas que abandonaban a sus mayores en las gasolinerías. Sabían que los acogerían asilos u hospitales, y luego regresaban por ellos. Algunos ni eso. Nunca volvían.
No está muy lejos de las realidades actuales. El abandono a los familiares es común y deja de llamar la atención que haya hijos que se desentiendan y dejen a hermanos u otros familiares la tarea moral que también les corresponde.
Se desprenden, sin más ni más. Se olvidan de los padres y aducen no tener tiempo, vamos, ni siquiera para hacer una llamada. Las redes sociales los retratan profusamente en actividades de esparcimiento y diversión, mientras los viejos los esperan en casa. No llegan.
La sociedad se retrata de muchas maneras. Su ser social es la suma de su ser individual en sus decisiones y acciones cotidianas. Atenidos a que debe haber alguien ahí, prima el egoísmo.
Nada que esperar de quienes así se la pasan en su existencia. Lo que entristece es ver a los ancianos esperar verlos entrar por la puerta.
CENTRO DE BIENESTAR ANIMAL MUNICIPAL
Relato de verano. La noche anterior, una camioneta se estacionó momentáneamente a media calle en el centro de la ciudad. Lanzó una caja a la banqueta. Quienes la pudieron percibir no supieron qué contenía.
Al día siguiente, por la mañana, un par de hermanos observó la presencia de una perrita, de unos seis meses, asustada e infestada de garrapatas. La subieron al auto, la llevaron a la veterinaria, se le dio tratamiento y... la adoptaron.
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Corrió con suerte. Su nombre es Rita y hoy es feliz.
Su historia, sin el final feliz, se repite dolorosamente en nuestra ciudad. Hay rescatistas en Saltillo que promueven la adopción responsable, pero también existe gente inaudita que los lanza despiadadamente a la calle, dejándolos en un desdichado abandono.
Se espera un buen funcionamiento del prometido Centro de Bienestar Animal de Saltillo.
Cada vez son más los animales en situación vulnerable que son cruelmente abandonados, y muchos otros, maltratados inhumanamente. Este, también es otro rostro de Saltillo.