Ahora soy más rico: estuve en Costa Rica

Opinión
/ 13 noviembre 2025

Vedme aquí, en una góndola suspendida de un cable metálico a un centenar de metros de altura sobre el nivel de la muerte.

Entre otras varias fobias yo padecía de acrofobia, temor a las alturas. Mis vértigos no llegaban, desde luego, al extremo de los de aquel sujeto que decía:

–Yo me mareo hasta cuando estoy arriba de mi señora.

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Aun así mi miedo a los lugares altos era grande. Un día hice el ridículo en París: me atreví a cruzar por el estrecho pasadizo a cielo abierto que une las dos torres de Notre Dame. A la mitad del camino me acometió el vértigo, y tuve que regresarme a gatas, ante la mirada divertida de un grupo de chiquillos que se reían de mí.

De pronto se me quitó ese miedo, sin saber cómo ni cuando, igual que en la canción de Virginia López. Y aquí me tienen ahora, tranquilo como un Walenda, a una altura tan alta como la de la catedra de Saltillo, sentado muy campante en una góndola cuyo barandal me llega sólo a la cintura, con la pierna cruzada como mago americano. (Curiosa expresión es ésa: “como mago americano”, que aprendí del primo Pancho Peña. Da idea de lujo y majestad, y al mismo tiempo de ventura que se goza con tranquilidad y placidez. “Iba yo en el avión como mago americano, en clase ejecutiva”).

Yo también voy como mago americano, pero en góndola. Paseo la mirada -a la mirada hay que sacarla a pasear, como a los niños- y veo en torno mío un inmenso océano verde. Estoy en uno de los parques nacionales que tiene Costa Rica. Éste es un bosque de transición, al mismo tiempo bosque nuboso y bosque de lluvia. Hasta ahora la buena suerte me ha seguido por todas partes como un perrito fiel. No llueve esta mañana, y las nubes pasan tan altas que dejan ver la cima del volcán.

Va el teleférico por el bosque. A veces sube muy por encima de los más altos árboles, a veces va a un metro sobre el suelo. Puede uno por lo tanto ver lo mismo el verde mar inacabable que las pequeñas criaturas que moran en el bosque y que de día salen: el mono, la mariposa, el coatí, los pájaros de 1,456 colores. Eso por decir un número, pues en todas partes los pájaros son de mil colores, pero aquí tienen más.

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Costa Rica... Todo el país es un jardín bien cuidado y protegido. Aquí la naturaleza se parece mucho a la de Chiapas, sólo que en Chiapas el bosque se está acabando ya, y en cambio aquí crece, y da multiplicados frutos, porque el hombre no lo ataca para destruirlo, sino lo cuida para aprovecharlo. Hace años hice un extenso recorrido por Chiapas. Estuve incluso en territorios ocupados por los llamados zapatistas. La marcha del vehículo fue lenta, pues no se podía ver bien la carretera: la ocultaban las nubes de humo espeso de los incendios que, sin estorbo alguno ya, prendían los indígenas para quemar el bosque y sembrar su maíz en una tierra que escasamente podía darles una cosecha nada más. La milpa que camina a su paso deja un páramo.

En Costa Rica el bosque y la selva -piel de Dios- son considerados no sólo patrimonio de la nación, sino del mundo. Los costarricenses cuidan de su jardín para ellos y para nosotros. Desde aquí le doy las gracias a la gente de Costa Rica, ese país tan pequeño, ese país tan grande.

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Escritor y Periodista mexicano nacido en Saltillo, Coahuila Su labor periodística se extiende a más de 150 diarios mexicanos, destacando Reforma, El Norte y Mural, donde publica sus columnas “Mirador”, “De política y cosas peores”.

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