Al baile vamos
Vi anoche en mi casa –cine en pantuflas– “Le Bal” (“El Baile”), una película de Ettore Scola. Filmada en 1982, fue nominada para recibir el Oscar a la mejor película extranjera. De ella dice Jim Craddock, el famoso crítico: “...No encontrarán ustedes muchos filmes con música de Chopin y Paul McCartney, y menos aún sin diálogos...”.
En efecto, de no ser por la música, “Le Bal” sería una película muda: a todo lo largo del film no se dice una sola palabra. Pero la música lo expresa todo. Así como se ha dicho que una imagen dice más que mil palabras, en este caso bien puede señalarse que una pieza de música bailable dice más que muchas páginas de historia para reseñar el espíritu de un tiempo.
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Tal es el acierto de Scola. Pone el escenario de su película en un salón de baile de París y, usando una y otra vez los mismos actores, hace la reseña del pasado siglo en un periodo de más de 50 años, desde los inicios de la Segunda Guerra hasta llegar casi a los noventa. No sólo vemos los cambios de atuendos y costumbres: observamos también la mudanza de las mentalidades, de los valores que privan en una sociedad en un determinado momento de su evolución.
Pienso que así como en el siglo 19 la novela fue el principal testigo de la historia, en el siglo pasado, y en lo que va del nuestro, el cine es su principal cronista. En ese contexto Ettore Scola hizo grandes aportaciones. Pensemos, por ejemplo, en “Una Giornata Particolare” (“Un Día Muy Especial”, 1977), obra maestra del cine italiano, con esos dos superastros que son Sophia Loren y Marcello Mastroianni. Este último quizás entregó en ese film su mejor actuación.
“El Baile” es una gran película. Nos muestra cuántas cosas se pueden decir sin decir nada, y nos enseña que los pequeños gestos cotidianos tienen su origen en los grandes acontecimientos: las mujeres francesas de tiempos de la guerra se pintaban una raya en la parte trasera de sus piernas para hacer creer a quienes las miraban que traían medias de nailon −entonces con raya en medio−, pues ese material escaseaba con motivo del conflicto.
Yo me pregunto cómo sería una película que tuviera como escenario los bailes de Saltillo, y que abarcara desde la ceremoniosa cortesía con que los bailadores de mi tiempo le pedíamos a una muchacha el honor de bailar una pieza con ella, hasta la desparpajada campechanía de los bailes de ahora.
Mucho nos diría esa película sobre la vida en Saltillo y acerca de las costumbres de sus habitantes. Yo incluiría en ese filme una escena −o varias mejor, de preferencia− sobre los modos de bailar en las casas de mala nota, pues muchas notas buenas podrían salir de ahí. En este caso la pieza bailable obligatoria sería “Amor Perdido”, cuya música suscitará en muchas saltillenses recordaciones de cosas que fueron −¡ay!− y que se fueron ya.