AMLO, pese a todo, permanece inamovible
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Aprobación AMLO: 66 por ciento (Encuesta Enkoll: 26-02-2024).
Preferencia electoral a favor de Claudia Sheinbaum 64 por ciento vs. Xóchitl Gálvez 30 por ciento (Encuesta de Encuestas Polls.mx: 26-02-2024).
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Creció el poder del Poder Ejecutivo −centralizado en la figura de AMLO− mientras, de manera paralela, el armazón institucional del Estado mexicano era desintegrado con contrapesos incluidos en los últimos cinco años.
Fortaleció el aparato militar −económica y políticamente− y lo convirtió en su aliado estratégico con dos objetivos: asegurar la transexenalidad de la 4T –“haiga sido como haiga sido”−, evitar un golpe de Estado y sentar las bases de la futura guardia nacional unificada.
Erosionó a golpe de martillo y de cincel la fuerza moral e institucional del INE y del Tribunal Federal Electoral para acotar su intervención en las próximas elecciones.
Golpeó, una y otra vez, al Poder Judicial para reformar la Constitución a placer.
Reveló en una mañanera reciente, cómo se coordinaba con el exministro Arturo Zaldívar para obtener “favores”. Una investigación periodística apuntó las cantidades que Zaldívar cobraba por ellos.
Instruyó a diputados aliados de Morena lanzar una iniciativa de Ley de Ciberseguridad que no tomó en cuenta la opinión de los expertos en la industria: la Asociación Mexicana de la Industria de Tecnologías de la Información. Dicha iniciativa, más que educar al mexicano en la civilidad digital y la protección de sus derechos humanos-privacidad, libertad de expresión y protección de datos personales; busca controlar el uso del internet y violar, por tanto, dichos derechos. El dictamen de Ley será votado en abril de 2024. Una comisión permanente de ciberseguridad en el interior del Consejo Nacional de Seguridad Pública dará seguimiento al cumplimiento de dicha Ley, en caso de ser aprobada.
Engañó al país, sobre el estado de las finanzas públicas: dejará un déficit del 5.4 por ciento del PIB. Dicha deuda nunca fue para promover la productividad del país; porque se focalizó en gasto corriente y financiar de esta manera los programas sociales.
Condonó la corrupción de sus tres hijos agrupados con amigos cercanos −bajo el nombre de El Clan− para traficar con influencias, incidir en conflictos de interés, nepotismo, entre otros posibles actos de corrupción, para ganar miles de millones de pesos en la construcción del Tren Maya y la Refinería Dos Bocas, por ejemplo.
Escabulló −el piensa− el bumerán de las acusaciones venidas desde Estados Unidos que lo ligan −e involucran a sus hijos y a personas cercanas−, desde 2012 a 2018, por haber recibido dinero del crimen organizado para sus campañas electorales.
Ignoró, con otros datos, que debido a la injerencia del crimen organizado “el proceso electoral de este año puede llegar a ser ‘el más ensangrentado’ en la historia de la democracia mexicana” (Integralia: 2024). No en balde, el crimen organizado en México tiene presencia en 81 por ciento del territorio nacional, habitado por 108 millones de mexicanos (AC Consultores: 2023).
Por cualquiera de las razones previas, cualquier mandatario hubiera enfrentado juicio político y el desafuero de su responsabilidad.
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Más aún, AMLO perdió el control de la narrativa o conversación pública; las ahora “malditas” redes sociales le apedrean a cada instante; su imagen “impoluta e incorruptible” está enlodada; él y sus hijos aparecen como truhanes incorregibles; ninguno de sus proyectos faraónicos funciona y, sin embargo, permanece inamovible.
Existe una razón que va más allá del carisma e inteligencia políticas de AMLO; de la entrega masiva de programas sociales o de la eficiencia de su aparato propagandístico: los partidos políticos del Frente Amplio por México abandonaron (desde siempre) a Xóchitl y focalizarán todas sus energías en ganar la mínima mayoría en el Congreso. Nada más.
Al tiempo.