Anhelo, coraje y voluntad
Ante tanta podredumbre que hay en el ámbito de la política de México —donde la mentira se premia, la corrupción se tolera, la ostentación se celebra, el cinismo se aplaude y la mediocridad se normaliza— es urgente volver la mirada hacia quienes, desde la autenticidad, el esfuerzo y la belleza, nos reconcilian con los valores y la fuerza vital que sostiene a un país.
El fin de semana pasado vi una entrevista que le hizo Adela Micha a Isaac Hernández, el mejor bailarín del mundo, y me quedé profundamente conmovido por su madurez y la lucidez de sus palabras.
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Mientras lo escuchaba, pensé inevitablemente en lo que advertía Martín Descalzo: “¡Es tan sencillo, tan fácil y agradable entregarse en las manos del conformismo! ¡Tan duro, en cambio, atreverse a ser lo que se es y a creer lo que se cree, no por el tonto afán de ser diferentes, sino por fidelidad a nuestra propia alma!”. Porque eso ha hecho Isaac: ser fiel a sí mismo, incluso cuando todo a su alrededor apuntaba en sentido contrario.
SEÑAL
En tiempos donde reina el ruido, la inmediatez y la cultura del mínimo esfuerzo, debemos rescatar para las nuevas generaciones ejemplos de vida que enaltezcan el valor del trabajo bien hecho, de la educación como motor de transformación y del respeto como base de toda convivencia humana.
No se trata solo de admirar trayectorias brillantes, sino de comprender que detrás de cada logro verdadero hay siempre una historia de lucha, de perseverancia y de amor por lo que se hace. Isaac no es una celebridad fugaz: es faro. Es señal luminosa que nos muestra el camino de los sueños posibles.
DIVERGENTE
Isaac Eleazar Hernández Fernández, desde los ocho años, se atrevió a soñar en grande: ser bailarín. Mientras sus hermanos jugaban, él danzaba en el patio de su casa, imaginando una vida que parecía imposible y todo bajo la mirada exigente y a la vez protectora de sus padres.
En 2018, se convirtió en el primer mexicano en recibir el Premio Benois de la Danse, considerado el “Oscar del ballet”, entregado en el Teatro Bolshoi de Moscú.
Hoy, a sus 35 años, sigue transformando sus sueños en realidad con una mezcla de rigor, sensibilidad y humildad.
En la entrevista confesó que muchas veces lloró de niño por el rechazo, por la burla, por no encajar en los moldes. Pero también dijo que nunca dejó de creer. Que aprendió a bailar con la convicción de que “todo sacrificio se convierte en paso hacia la libertad cuando uno sabe quién es”.
SEMBRADOR
Isaac no solo brilla sobre el escenario; también ha elegido sembrar vocaciones en otros. Así, en 2011, nació Despertares, la gala de ballet más importante de México, que ha reunido a figuras de talla mundial y que este 30 de agosto de 2025 volverá a presentarse en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México.
Pero más allá del espectáculo, también está Despertares Impulsa, una plataforma educativa y social que ofrece talleres, becas, audiciones y mentoría a jóvenes mexicanos dentro de las industrias creativas.
No se trata de filantropía decorativa, sino de crear movilidad social real a través del arte. Isaac lo dice sin rodeos: “Quiero demostrar que es posible salir adelante si hay pasión, oportunidad y disciplina. El arte puede cambiar trayectorias de vida”.
Y los frutos ya son visibles. Una joven que asistió a Despertares hoy trabaja en el área cultural del Consulado de México en Nueva York. Muchos otros han encontrado, en esos espacios generosos, un motivo, un maestro, un futuro.
Isaac insiste en que la danza —como toda vocación auténtica— debe entenderse no solo como técnica, sino como lenguaje del alma. Lo dijo con claridad a Adela Micha: “El cuerpo nunca miente. Y lo que no puedo decir con palabras, lo digo bailando”.
EXCELENCIA
Esta idea —el arte como verdad profunda— es vital. Porque hoy vivimos rodeados de máscaras. De narrativas que prometen realización instantánea, éxito sin esfuerzo, fama sin causa. Frente a eso, el testimonio de quienes han recorrido caminos largos, difíciles, y no han renunciado, se vuelve un acto de resistencia cultural.
La vocación, cuando es vivida con inteligencia y entrega, no es solo un camino personal: es una forma de rebelión contra la superficialidad del mundo.
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La historia de Isaac debe contarse una y otra vez. No solo porque su técnica es impecable, sino porque su ética es ejemplar.
En un país en el que muchos buscan saltarse los procesos, Isaac decidió recorrerlos. En un entorno donde triunfa el oportunismo, él eligió la excelencia. En tiempos en los que se confunde popularidad con mérito, él nos recuerda que la consistencia, la humildad y el esfuerzo no son atributos antiguos, sino eternamente necesarios.
Ruth Saint Denis escribió: “Nuestros cuerpos son estaciones de recepción y transmisión de la vida misma”. Y Martha Graham afirmaba: “La danza es una canción del alma, de alegría o de dolor”.
Isaac es encarnación viva de estas verdades. Ha renunciado a la comodidad para abrazar lo esencial. Y sabe, con la certeza de los que se han vaciado por entero, que el cuerpo nunca miente.
SERÍA BUENO
¿Qué nos enseña este mexicano excepcional? Primero, que la esperanza no está perdida. Que sí existen vidas que contradicen la abulia, la indiferencia y el cinismo. Segundo, que vale la pena mirar al cielo y enderezar el alma. Que no hay razón para caminar encogidos. Y tercero, que los sueños no se cumplen: se trabajan. Se sudan. Se construyen día a día.
Pero este mensaje, para que sea fecundo, necesita ser acogido. Y aquí es donde los jóvenes de México tienen la palabra. No se les puede pedir que sueñen si lo que reciben a diario son discursos huecos, ejemplos de corrupción, promesas rotas y líderes sin integridad.
Por eso, la historia de Isaac debe contarse como antídoto. Como espejo. Como posibilidad. Porque él no heredó privilegios: forjó méritos. No buscó agradar al sistema: se hizo imprescindible a fuerza de excelencia. No pidió que las cosas cambiaran: las cambió él mismo.
Hoy más que nunca necesitamos figuras que nos recuerden que la libertad más alta consiste en ser fieles a la voz interior. Que todo ideal requiere método. Que la dignidad no está en el aplauso, sino en el empeño. Y que ningún acto auténtico —por pequeño que sea— es estéril.
En este orden de ideas, sería bueno que todo mexicano supiera que en la vida primero hay que soñar. Luego, atreverse a comenzar. Después, perseverar en el intento. Y, por último —y más importante—, no rendirse jamás.
FIDELIDAD
Lo decía Viktor Frankl: “El ser humano no se realiza sino en la medida en que se compromete con el cumplimiento del sentido de su vida”. Ese sentido no se descubre en el confort, sino en la entrega; no en la evasión, sino en la vocación. Isaac ha hecho del escenario su trinchera ética.
En cada paso expresa lo que Albert Camus afirmaba en su diario: que la única forma digna de resistir al absurdo es “ser fiel a la obra que uno lleva dentro”.
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José Antonio Marina, por su parte, insiste en que las sociedades inteligentes son aquellas que cultivan la admiración y el respeto como motores educativos. Y es que toda civilización que no sabe a quién admirar, termina por admirar lo equivocado.
El mérito de Isaac no está en ser aplaudido, sino en ser ejemplo: no por lo que ha alcanzado, sino por lo que ha sembrado.
INVITACIÓN
No somos dueños del resultado, pero sí del esfuerzo empeñado en la tarea. Nos pertenece la pasión, la constancia, la generosidad. Nos pertenece el derecho — y el deber — de intentar.
Isaac Hernández invita, particularmente a la juventud, a vivir con altura, a ser fieles a su alma, a convertir su vocación en puente, en fuego, en promesa.
Sería valioso que el arte -y la belleza que irradia- germinaran como semilla de esperanza en un país que tanto necesita vida, paz, diálogo, honestidad... y concordia.
Bueno sería que el ejemplo de Isaac —como el de tantos jóvenes extraordinarios que luchan en silencio por sus sueños— despertara en los mexicanos el anhelo de ser mejores, el coraje de levantarse ante el infortunio y la voluntad de construir un futuro promisorio.
cgutierrez_a@outlook.com