‘¡Ánimo!’, gritó Pancho Villa, las campañas por fin terminaron

Opinión
/ 30 mayo 2023
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Si mi reloj biológico no miente (porque me avisa el muy desgraciado), por estas fechas nuestros candidatos a la gubernatura ya habrán dado por concluido el espectáculo que con tanto amor y esmero nos preparan para cada ocasión: Ya usted sabe, el consabido numerito electorero en el que nos muestran cuán sencillos, humanos, accesibles, afables y cálidos son con el pueblo de a pie.

Así que espero que haya usted gozado con este alarde de humildad (oxímoron) en el que, sin hacer distingos ni discriminar, los candidatos abrazan a la clase obrera, al don y a la doñita, y sin miedo al helicobacter o a la amebiasis empacan cuanto taco placero se les cruza y cuanta vianda les ofrecen.

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¡Ah, qué tragar! Pero es que si no se exhiben comiendo casi que del mismo plato que los aldeanos, ¿cómo podrían convencerlos de que son iguales a ellos?

Al menos hasta el día de hoy no se ha descubierto otro método más efectivo para tratar de conectar con las clases populares que compartiendo las modestas viandas de la plebe. Si le funcionaba a Pedro Infante, que era un portento de guapura y de carisma, por qué no habría de resultar con los esperpentos photoshopeados que aspiran a un cargo.

Pero el precio de que Sus Majestades bajen de sus palacios a compartir el pan y la sal con los pueblerinos, es que estos últimos acceden tácitamente a ser utilizados en la propaganda electoral que da lustre a la imagen del candidato sin cobrar por ello un sólo duro. Si muy al contrario, es todo un privilegio que lo tomen a uno en cuenta y hasta deberíamos pagar por tal honor, pero es que los suspirantes son tan generosos que por andar en campaña, hasta se ponen en oferta.

Claro, en las fotos al pueblo se le ve cansado, desmejorado y hasta tostado por el sol, mientras que los candidatos en comparación casi resplandecen. Pero es sólo que los asesores, consultores y especialistas en imagen de campaña saben de qué ángulo retratan mejor, no piense usted que es por su vida de privilegios en la que minucias como la alimentación o la salud están garantizadas.

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¡Entienda!: si nuestra clase política se ve rebosante, saludable, feliz y hasta “güerea” frente a un broncíneo electorado que envejece al doble de velocidad, no vaya usted a creer que es a consecuencia del sistema de castas que sigue vigente hasta nuestros días desde épocas de la Colonia, no. Es sólo la manera que tiene Dios para señalarnos a aquellos que poseen las facultades para gobernarnos. ¡Y todavía tenemos la enorme fortuna de poder escoger entre alguno de ellos! Así que agradecidos deberíamos estar.

Los candidatos se nos suelen presentar además como gente de valores tradicionales, muy comprometidos con la familia nuclear y por ello, sin ningún tipo de empacho o remordimiento, hacen de sus consortes y prole también parte de su afiche de propaganda.

“¡Mira al candidato con su mujer e hijos! ¡De tan felices hasta parecen comercial de papel Charmín!”.

“¡Mira la candidata como esposa y madre de familia! ¡Se ve tan sencilla y tan humana!”. (¡Tú no, Claudia Sheinbaum! Tú te ves rarísima y por eso te andas inventando una boda con otro extraterrestre igual que tú).

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Utilizar el retrato de la “familia perfecta” como parte del marketing político no se inventó en México, ni mucho menos. Pero siempre es divertido atestiguar cómo muchas veces, tan pronto concluye un periodo, una gestión gubernamental, el exfuncionario y su consorte se mandan al carajo con más rapidez que el proceso administrativo de entrega/recepción.

Pero mientras están en funciones y gozan de todos los privilegios y prerrogativas, los políticos tienen familias idílicas, amorosas, solidarias, modelo.

Decía al inicio que nuestros candidatos habrán celebrado ya quizás sendos mítines con bandas de música popular, delirantes discursos triunfalistas y todo el acarreo que su estructura partidista les permita, antes de hacer el obligado hiatus al que la Ley les obliga, previo a la jornada electoral.

No se anticipa ninguna sorpresa para las entidades en disputa. El PRI conservará el Estado de Coahuila, porque por alguna razón sobre la cual sólo podemos especular, el partido del Presidente no quiso levantar una candidatura seria, competente −¡de verdad!− y prefirió salir con su gastada broma de Armando Guadiana.

Mientras que Morena se hará con el Edomex, perdiendo el Revolucionario Institucional por primera vez el control político de la entidad más importante en lo electoral; todo pese a la impugnabilidad de la delincuente confesa que AMLO impuso como alfil para dicha casilla: doña Delfina Gómez.

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Ambas entidades han sido gobernadas durante un siglo por el PRI. Y mientras en un escenario veremos cómo se repliega la estructura del partido para tratar de reinventarse de cara a la sucesión presidencial, en el otro extremo los veremos negociar por la subsistencia de su élite bajo las reglas que el nuevo partido oficial y el Presidente les impongan.

Respire aliviado por un instante, que las campañas −¡bendito sea Morgan Freeman!− por fin terminaron.

Aunque tendrá que tomar enseguida otro generoso jalón de aire porque ya pasamos lo malo, pero se avecina lo peor.

O bien, parafraseando al Centauro del Norte: “¡Ánimo, cabrones, que adelante está más feo!”.

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