Atar a la rata (1): reflexiones sobre el suicidio

Opinión
/ 3 septiembre 2023

Hace poco le platiqué aquí de una verdadera joya literaria, “Napoleón. Máximas y Pensamientos”, en editorial Ariel, con selección y presentación del mismísimo Honoré de Balzac. En un párrafo demoledor escribe: “El libro de una persona que piensa después de ocurridos los hechos, ¿podrá ejercer jamás el valor del grito de quien ha sido herido en el corazón? ¡Qué poesía encierra el dolor de Napoleón!”. Sí, el grito del guerrero, del mílite también es poesía y llamado a la eternidad.

Y pues sucede con Napoleón como con todos los grandes hombres de la historia: son rasposos, duros, rudos, pero con dosis de ternura y benevolencia. Es decir, son humanos y, si son humanos, tienen las dos caras de la moneda: para unos son héroes; para otros son villanos. Y caray, cómo no van a serlo si estos arrastran consigo a pueblos enteros en sus espaldas, en su revolver o en su espada. Para no ir más lejos, dos ejemplos a la mano: Napoleón, del cual estamos hablando someramente y, claro, Francisco Villa, a quien Andrés Manuel López Obrador dedicó su año de Gobierno en este 2023.

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Vamos a leer dos o tres sentencias del gran Napoleón: “El amor es el destino de las sociedades ociosas”. Sin duda, sin duda. Y lea usted lo siguiente: “La muerte es un dormir sin sueños y, quizá, sin despertar”. Inquietantes y perturbadoras las dos sentencias, el par de aforismos. ¿Qué es lo que más le inquieta a usted de la muerte, de llegar la muerte, señor lector? A mí en lo personal es justo lo que deletrea el guerrero corso y francés de adopción: no me late, no me gustaría en lo más mínimo estar muerto... y seguir sintiendo la vida, seguir soñando y, lo peor, de nuevo despertar. No.

Y si usted se fija y recuerda, de lo anterior le he hablado en mis recurrentes textos cuando le analizo a usted a esos humanos atiriciados de alma, cuerpo y corazón, los suicidas. Ellos, los que ya no pueden vivir más en la tierra sintiendo el aguijón del dolor en su linfa enferma, buscan la muerte como una solución y no, no es problema en lo más mínimo. El problema son los vivos, los que quedan vivos en su entorno más inmediato. Los suicidas buscan ya no sentir, ya no pensar, no vivir. ¿Hay un más allá? Pues caray, a quién diablos le interesa, cuando se puede partir de esta orilla del río y pedirle al barquero que nos lleve a la otra orilla: a los reinos de la oscuridad y del Hades; reinos del silencio y la soledad perpetuos... al menos eso se espera.

Hace algunas lunas publiqué aquí un texto, el seriado “Block de Notas 10”, donde abordé precisamente eso, a los suicidas, los cuales son legión en el Estado y más en esta región Sureste. En los días siguientes y a petición de mi amigo Alfonso Yáñez Arreola, éste me invitó ya cayendo la tarde y entrada la noche, a merendar para intercambiar pareceres con motivo del texto editado y mi posición al respecto: el convenio por él firmado junto con sus pares de varias Escuelas de la UAdeC, convenio virtual para analizar el suicidio, pero a la fecha poco o de plano nada tiene de influencia en el mundo real. De hecho, ya no dicen nada de eso. Es letra muerta.

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Y tan es así que a partir de ese lunes negro (hace cuatro semanas), donde una vez más advertí de este flagelo, se sucedieron (se siguen sucediendo) cada día un suicidio. Casi cada día. Con dobletes en Piedras Negras y Ciudad Acuña. ¿No hubo suicidio? Sí intentos. Y si hubo intentos fallidos, pues los que atentaron contra su vida lo van a hacer posteriormente hasta lograr su objetivo si nadie les brinda ayuda. Y aquí es donde entra una de las labores sustantivas de la Universidad, acompañar a la sociedad en sus problemas y perplejidades. Y el suicidio es un grave problema social al cual los jóvenes universitarios, creo y afirmo, ven lejano... virtual.

ESQUINA-BAJAN

Hace falta todo por enseñar y sentir a los jóvenes universitarios. ¿Qué función crítica pueden tener dichos muchachos si se la pasan arrellanados en su sillón favorito y atados al potro de las adicciones del celular “inteligente”, las redes sociales y, hoy de nuevo, frente a la pantalla del televisor –es decir, protegidos por una especie de fortificación acerada de electrónica–, esperando el desenlace de un patético show, donde esperaron por 71 días ver ganar a un ente entre mujer y hombre, Wendy Guevara?

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Los muchachos esperan siempre que algo o alguien los divierta virtualmente (por eso de la amplia e ingente producción de videos del bienintencionado Yáñez Arreola), mientras el mundo marcha como marcha. Da igual todo, sea por diversión y entretenimiento: un video de Alfonso Yáñez, el final de Wendy Guevara o la última borrachera con caguamas y tequila. ¿Hombres o mujeres? Pues eso ya también es intrascendente: son unicornios y esto es precisamente el grave problema... sin identidad.

Siempre leo poesía, usted lo sabe. Muchas de las veces regreso a los clásicos para releerlos. Es el caso hoy: tengo varias ediciones de la poesía completa de Charles Baudelaire, ese poeta maldito, el cual y antes de morir y en sus “Diarios Íntimos” le pedía un poco más de tiempo a Dios en la tierra y se arrepintió de su vida perversa. Tengo varias ediciones para comparar traducciones. En una de ellas leí un palíndromo de mi autoría, el cual no recordaba: atar a la rata. Y sí, no he encontrado mejor título a éste para encabezar tres o cuatro textos sobre el flagelo del suicidio. El suicidio es una rata imposible de atar, un maldito roedor el cual termina por ruñir y devastar los huesos y linfa del enfermo por melancolía y tristeza.

LETRAS MINÚSCULAS

Atar a la rata... imposible. No se pierda los siguientes textos.

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